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12 de septiembre de 2025

Un nuevo registro de la fusión de agujeros negros confirma teorías de Albert Einstein y Stephen Hawking

Una señal inédita, captada por instrumentos de observatorios en Estados Unidos, Italia y Japón, permitió a especialistas comprobar con exactitud predicciones sobre el comportamiento de estos objetos extremos

>La ciencia acaba de sumar una prueba contundente a dos de las teorías más influyentes de la física moderna. La confirmación de predicciones hechas por Este descubrimiento marca un nuevo hito en la historia de la astronomía y abre la puerta a un futuro en el que los agujeros negros se convertirán en auténticos laboratorios naturales para explorar los límites del espacio y del tiempo. El mismo fue registrado en un La colisión de dos de estos objetos extremos, que dejó un sonido nítido captado, ocurrida a comienzos de este año y bautizada como GW250114, generó un remanente con una masa equivalente a 63 soles y que gira a un ritmo vertiginoso de cien veces por segundo.

El fenómeno distorsionó el tejido del universo, creando ondas gravitacionales que se propagaron como el eco de una campana golpeada. Ese eco final, apenas perceptible hace una década, fue ahora captado con una nitidez inédita.

La señal permitió comprobar con precisión que los agujeros negros se describen únicamente por dos parámetros: masa y giro, tal como había predicho en 1963 el matemático neozelandés Roy Kerr.

Según explicó el experto, el equipo encontró “algunas de las pruebas más sólidas de que los agujeros negros astrofísicos son los que predijo la teoría de la relatividad general de Einstein”.

La señal GW250114 no fue la primera de su tipo, pero sí la más clara. Hace casi diez años, en 2015, los observatorios registraron por primera vez ondas gravitacionales generadas por una fusión similar. Esa detección abrió una nueva era en la astronomía, ya que hasta entonces los agujeros negros solo podían inferirse de manera indirecta.

El avance tecnológico permitió a los científicos escuchar con claridad el “ringdown” o reverberación del agujero negro final. Ese proceso, en el que el remanente se estabiliza tras la colisión, dura apenas milisegundos, pero contiene información clave sobre sus propiedades. “Diez milisegundos parece muy poco tiempo, pero nuestros instrumentos son ahora tan buenos que nos basta para analizar realmente el sonido del agujero negro final”, remarcó Isi.

Uno de los resultados más trascendentes de este nuevo análisis fue la confirmación precisa del teorema del área propuesto por Stephen Hawking en 1971. Esa regla establece que el horizonte de sucesos, la frontera invisible que delimita el agujero negro y más allá de la cual nada puede escapar, nunca puede encogerse. La superficie total después de la fusión debe ser mayor o igual que la suma de las áreas de los agujeros iniciales.

El paralelismo no es casual: en el ámbito macroscópico, la entropía, que mide el desorden de un sistema, solo puede aumentar o mantenerse constante. En los agujeros negros, el crecimiento del área del horizonte se comporta de manera análoga.

Isi lo resumió con claridad: “Podemos usar los agujeros negros como laboratorios matemáticos para explorar la naturaleza última del espacio y del tiempo. Es realmente profundo que el tamaño del horizonte de un agujero negro se comporte como la entropía. Implica que podemos usarlos para explorar la naturaleza última del espacio y del tiempo”. Esta conexión entre dos ramas de la física, la relatividad general y la termodinámica, abre la posibilidad de comprender cómo se relacionan también con laKaterina Chatziioannou, profesora adjunta de Caltech y coautora del estudio, aportó una metáfora ilustrativa para entender el proceso. “La resonancia es lo que ocurre cuando un agujero negro se perturba, como una campana que suena al golpearla”.

El hallazgo no se limita a la confirmación de teorías del siglo pasado. También tiene implicaciones prácticas en la manera en que los científicos observan el universo. “Esto es realmente importante como herramienta en astrofísica y cosmología”, señaló Robert Wald, físico teórico de la Universidad de Chicago. Para él, el observatorio constituye una pieza clave que permite obtener datos cada vez más finos sobre fenómenos cósmicos extremos.

Esta frecuencia creciente no solo incrementa el volumen de datos disponibles, sino que también abre la posibilidad de realizar pruebas más rigurosas sobre los modelos físicos. En la próxima década, se espera que los detectores sean diez veces más sensibles que los actuales, lo que permitirá escuchar eventos más lejanos y débiles, ampliando el catálogo de fusiones registradas.

El paralelismo con la música es inevitable. Cada colisión tiene un tono característico, como el timbre único de una campana de bronce frente a una de aluminio. La “melodía” que emite el espacio-tiempo depende de la masa y del giro de los agujeros que colisionan. Analizar esos sonidos permite a los científicos identificar qué tipo de objetos están detrás de la señal y qué leyes de la física se manifiestan en el proceso.

Más allá de la metáfora sonora, el descubrimiento de GW250114 simboliza el progreso de una disciplina que pasó en apenas una década de especular teóricamente a observar en tiempo real. Tal como resaltó Isi, durante mucho tiempo este campo “fue pura especulación matemática y teórica”, pero ahora se está en condiciones de ver “realmente estos increíbles procesos en acción”.

Esa transición refuerza la idea de que los agujeros negros, lejos de ser solo curiosidades astronómicas, son laboratorios naturales capaces de poner a prueba las teorías más ambiciosas de la física.

La confirmación de las predicciones de Einstein y Hawking mediante observaciones directas representa una validación extraordinaria para la física teórica. La relatividad general y el teorema del área no solo resisten las pruebas más estrictas, sino que además ofrecen nuevas vías para conectar conceptos aparentemente inconciliables como la gravedad y la mecánica cuántica.

En esa convergencia se juega una de las grandes apuestas de la ciencia del siglo XXI: encontrar una teoría unificada que explique desde las partículas más diminutas hasta las estructuras más colosales del universo.

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