29 de septiembre de 2024
Benjamín Labatut: “Estamos frente a un momento sísmico, no verlo es ser ciego”
El autor de “MANIAC”, invitado del Filba, conversó con Infobae Cultura sobre tecnología, monstruos y el gran cambio de la humanidad. “Pensar que nunca ocurrió antes es ser boludo”, dispara
Aquella vieja frase de Goya en su grabado de 1799, “El sueño de la razón produce monstruos”, donde un hombre se queda dormido sobre un escritorio y empiezan a brotar animales, gatos, búhos, lechuzas, y a medida que se elevan se vuelven oscuros y vampirescos, Labatut la vuelve a poner en el centro del siglo que se fue y en el que recién empieza. MANIAC sigue la vida de John von Neumann, matemático húngaro-estadounidense que murió en 1957, niño genio, eminencia de la matemática y la mecánica cuántica, pero también amplía el espectro hacia más personajes reales de la época formando un ecosistema de ideas y obsesiones, de tristezas y fantasmas, y teje un puente terrible con nuestro presente. Ya hablaremos de esto, aunque todo está interconectado. Ahora está pensando a partir de la obra de Ball: “Para enfrentarse a las cosas que están ocurriendo hay que tener un mayor dominio de los mecanismos del inconsciente. Si no, no hay sobrevivencia”.
—Ya no es un mundo al cual uno se pueda enfrentar con los criterios simples que teníamos antes. Requiere un trabajo que no tiene que ver con la cabeza, con la razón, con ir a un curso universitario. Entender la realidad hoy en día implica, por así decirlo, las herramientas de la magia, de un experto en sueño lúcido.
—Sin embargo, el mundo sigue girando y nosotros seguimos produciendo y reproduciéndonos. Pienso en eso que suele llamarse “gente común” y en que quizás no sea tan fácil detenerse a pensar todo lo que significa el avance tecnológico desmedido, la inteligencia artificial y demás.—La pregunta que aparece ahí, pienso en Lovecraft, es si en estos avances, en estas tecnologías y en estos monstruos que se desarrollan, que son construcciones humanas, opera algo más allá: algo del inconsciente, de la especie, de lo cósmico, incluso de lo mitológico, algo externo.
—En el libro está muy presente la genialidad: tipos que son genios, que tienen el don, una inteligencia superior, que descubrieron cosas increíbles. Pero ese conocimiento les produce una obsesión tan grande que los lleva a lugares oscuros: tristeza, incluso locura, pero sobre todo dolor. ¿La genialidad duele?
—Todo duele. La conciencia es dolorosa. También hay dolor con mínima conciencia. Pero a medida que crece la conciencia, crece el dolor. Cualquier ampliación de tu conciencia va a tener efectos; algunos son positivos: mayores tasas de claridad, por ejemplo. Creo que todo el mundo tiene la experiencia de que tu amiga brillante es depresiva. Hay una tristeza propia del pensamiento que es inevitable porque la tristeza misma te abre realidad, te permite entender las cosas. No hay ningún camino hacia lo hondo que no implique tristeza, melancolía, catábasis, procesos de degeneración del ánimo. No hay ninguna lucidez que no aumente la sombra. Esa es la condición humana. Por eso hay tanto farsante vendiendo alegría pura, redención e iluminación a cambio de nada: todo tipo de atajos. No hay atajos hacia la comprensión. Tú solamente eres capaz de comprender aquello que te afecta y te traspasa al espíritu. Cada idea es una herida. Todo amor te deja cicatrices. Y eso es aplicable en todo ámbito. No hay ningún descubrimiento que no te desbarate una parte de la teoría. No hay nada nuevo que entre al mundo sin quemar lo que había antes. No hay acomodos posibles. Por eso yo admiro tanto los modos de pensar más afines al taoísmo, porque te lo dicen de una: no se puede aumentar el bien sin aumentar el mal. Y en nuestra cultura cristiana eso se olvida. Y todos lo sabemos.—Sí, las hay, y son absolutamente destructivas. El éxtasis completo te consume y destruye el ego por completo. Hay niveles de claridad absoluto, hay ejemplos históricos. Sobre todo en las tradiciones más del Oriente, por así decirlo, la iluminación perfecta existe a cambio de la destrucción de todo lo que el ser humano considera valioso. Existe la inmortalidad, lo que pasa es que uno lo paga: lo que pierdes es la mortalidad. Incluso a niveles menores todos conocemos momentos de felicidad pura. Y todos sabemos lo que sigue. También la gente se entrega a lo opuesto: hay un placer de regodearse en lo oscuro porque es rico arrimarse a la muerte. Ahora, hace poco, la muerte se nos presenta como algo definitivo. Yo sé que todo el mundo le tiene un miedo natural. Sin embargo eso es una idea nueva. Que la muerte es total es una idea nueva y es un consuelo. Antes se te abría la eternidad cuando te morías. Cuando se acababa el tiempo, empezaba la eternidad. Y había que estar bien ubicado en la parte buena de la eternidad. En el caso de los budistas, la reencarnación, que es algo mucho más concreto de lo que se piensa, uno se está reencarnando momento a momento, no es como otra vida, esta es la forma más más pedorra de entenderlo. La reencarnación es una cosa actual al momento mismo que vos estás replicando las estructuras que te mantienen igual a ti mismo y por ende atrapado en tus ilusiones, en todos tus errores. Es como que fuésemos en una máquina sin errores. Es posible, es perfecta y es inútil. No hay movimiento, no evoluciona. Sin errores no hay cambio. El ser humano siempre ha sido capaz de concebir absolutos. Siempre hemos sido muy conscientes de lo que implica estar en el absoluto.
—Acá aparece, de forma inevitable, la pregunta por la felicidad, que hoy es un concepto bastardeado, a veces vacío. En los personajes del libro hay felicidad aunque siempre muy esquiva, en fuga. ¿Qué lugar le das a la felicidad, sabiendo que en las publicidades aparece enorme, con letras brillantes, etcétera?—Otra palabra ampulosa y grandilocuente, pero sobre todo gastada, es esperanza. ¿En qué pensás cuando alguien la menciona?
—La esperanza es algo propio del discurso religioso o político, no literario. La literatura nunca ha ofrecido esperanza. La literatura ofrece algo distinto. La literatura ofrece magia, lucidez, asombro, delirio. Es otra la moneda de cambio, porque los escritores trabajamos con restos. Los escritores estamos atrapados en el mundo de las palabras, y las palabras no ofrecen tanta esperanza. Nadie se salva con un discurso. La gente se salva con un abrazo. La gente se salva con un buen polvo. Para mí la única fuente real de esperanza es nuestra biología. Al mismo tiempo todos sabemos que por ser biológicos estamos condenados al sufrimiento y la muerte, entonces nace de lo mismo. La única esperanza real es que la vida no se agota en el individuo porque no existen los individuos, existen manifestaciones temporales de cosas muy, muy grandes. Kafka lo dijo mejor que nadie: hay infinita esperanza. Hay esperanza para este y para todos los mundos. Pero no para nosotros. La esperanza nunca es algo individual, es una ilusión compartida.—Quiero preguntarte por la figura del lector: qué tan presente está cuando escribís o, mejor dicho, qué forma tiene esa imagen a la cual le estás contando, le estás narrando.—Me sorprendió ver tantas reseñas de tus libros en YouTube. No estoy familiarizado con el género de booktubers y demás, pero vi reseñas hechas en videos breves, pocos minutos, contando el argumento de MANIAC, recomendándolo: un libro largo, denso, extenso, difícil de capturarlo rápidamente.
—¿Te preocupa que eso en algún momento empiece a cambiar, a mermar y amenace con desaparecer?