17 de octubre de 2025
Descubren cómo se formó el cráter más grande de la Luna, donde se dirige la próxima misión Artemis
Nuevos estudios sobre la profundidad de la Cuenca del Polo Sur-Aitken dan pistas para entender por qué su lado oculto es tan diferente de su cara visible. La zona donde alunizará la NASA en 2027 será clave para confirmar las teorías de la formación lunar
En los primeros 200 millones de años posteriores, la Luna estuvo cubierta por un océano de magma. A medida que el satélite se alejaba de la Tierra, ese océano se enfrió y cristalizó, formando una corteza externa estable que permaneció casi intacta durante miles de millones de años, salvo por los constantes impactos de meteoritos.
Unos 4300 millones de años atrás, cuando el Sistema Solar aún era joven, un asteroide gigantesco se estrelló contra la cara oculta de la Luna. La colisión excavó una depresión monumental de más de 2500 kilómetros de diámetro y hasta 8 kilómetros de profundidad: la Cuenca del Polo Sur-Aitken. Durante décadas se sostuvo que el impacto había llegado desde el sur, lo que explicaba la acumulación de ciertos elementos en el borde norte del cráter.“Esto significa que las misiones Artemis aterrizarán en el borde inferior de la cuenca, el mejor lugar para estudiar la cuenca de impacto más grande y antigua de la Luna”, explicó el científico Andrews-Hanna. Según el investigador, es en esa zona donde deberían concentrarse los materiales más profundos del interior lunar, expulsados durante el impacto inicial.
El equipo llegó a esta conclusión al comparar la forma de la cuenca lunar con la de otras estructuras similares del sistema solar, como la cuenca Hellas de Marte y la cuenca Sputnik de Plutón. Todas presentan una característica forma asimétrica, con un extremo redondeado y otro puntiagudo.La importancia de este hallazgo no se limita a reescribir un capítulo de la geología lunar. También abre una ventana única para comprender el proceso de enfriamiento del satélite y el papel de un conjunto particular de elementos radiactivos conocidos como KREEP (por sus siglas en inglés: potasio, tierras raras y fósforo).
Durante la cristalización del océano de magma, los minerales pesados descendieron para formar el manto, mientras que los más livianos flotaron y generaron la corteza. Entre ambos quedó un residuo líquido rico en elementos radiactivos.Estos materiales se concentraron de manera desigual. Por razones que todavía no se comprenden del todo, terminaron mayormente en la cara visible del satélite, provocando un calentamiento diferencial que impulsó un intenso vulcanismo y formó las extensas llanuras oscuras que se ven desde la Tierra. El lado oculto, en cambio, quedó cubierto por una corteza mucho más gruesa, un contraste que ha intrigado a los científicos durante décadas.
“Nuestra teoría es que a medida que la corteza se engrosaba en el lado opuesto, el océano de magma que se encontraba debajo fue expulsado hacia los lados, como pasta de dientes extraída de un tubo, hasta que la mayor parte terminó en el lado cercano”, precisó el investigador.Según Andrews-Hanna, esta configuración coincide con las predicciones de los modelos que explican cómo se solidificó el océano de magma lunar en sus etapas finales.
La misión tripulada Artemis III que descenderá en la Luna, actualmente programada para 2027, tiene previsto alunizar en esta región estratégica. Los astronautas podrían recolectar muestras directamente de los depósitos de KREEP, algo que jamás se logró en misiones anteriores.Mientras la NASA prepara el regreso de los humanos a la superficie lunar por primera vez desde 1972, el contexto internacional suma presión y expectativas. China ya logró traer a la Tierra las primeras muestras de la cara oculta mediante la misión Chang’e 6 en 2024. Las rocas se obtuvieron precisamente desde el interior de la cuenca Aitken y se compartieron con varios países, aunque la NASA todavía no recibió autorización para analizarlas.
“Esas muestras serán analizadas por científicos de todo el mundo, incluso aquí en la Universidad de Arizona, donde contamos con instalaciones de última generación especialmente diseñadas para ese tipo de análisis. Con Artemis, tendremos muestras para estudiar aquí en la Tierra y sabremos exactamente qué son”, adelantó Andrews-Hanna.
Para los geólogos planetarios, la posibilidad de acceder a fragmentos de material lunar que se originaron en las profundidades representa un salto cualitativo. El torio y otros elementos radiactivos detectados por las sondas orbitales ofrecen pistas generales, pero los estudios detallados solo son posibles con muestras en mano. Estas podrían responder preguntas clave sobre la evolución térmica, la asimetría de la corteza y la distribución de materiales en el interior lunar.Lejos de ser un detalle técnico, este cambio de perspectiva redefine las prioridades científicas de la próxima exploración humana. La combinación de modelos geológicos, observaciones orbitales y futuras muestras físicas promete revelar secretos guardados durante más de cuatro mil millones de años en la superficie gris y silenciosa de nuestro vecino celeste.