27 de agosto de 2025
Bennu, el asteroide que guarda polvo más antiguo que el sistema solar: qué revelan sus muestras

Contiene partículas anteriores a los 4.600 millones de años y originadas en zonas remotas del espacio interestelar
Los resultados no quedaron ahí. Los análisis apuntan a que el cuerpo progenitor de Bennu nació en las regiones exteriores del sistema solar, probablemente más allá de Júpiter y Saturno, y que más tarde sufrió una violenta colisión. “Creemos que este cuerpo progenitor fue impactado por un asteroide que se aproximaba y se desintegró”, detalló Jessica Barnes, profesora asociada de la Universidad de Arizona.
Ese choque generó fragmentos que volvieron a agruparse y, tras repetirse procesos similares, dieron origen a Bennu. Su historia se escribió a través de destrucciones y reconstrucciones, como si el universo insistiera en reutilizar sus propios materiales para dar nuevas formas.Los estudios no se limitaron a mirar a Bennu en aislamiento. Los especialistas compararon sus características con las de otros cuerpos como Ryugu, el asteroide visitado por la misión japonesa Hayabusa2, y con meteoritos primitivos que impactaron en la Tierra.
Los resultados sugieren que todos ellos podrían haber surgido en regiones similares del sistema solar primitivo, pero también revelaron diferencias inesperadas. Mientras algunos modelos previos asumían que la región en la que nacieron era relativamente homogénea, los datos actuales demuestran que hubo más diversidad de lo previsto.La presencia de esos minerales hidratados es uno de los indicios más valiosos, porque conecta la historia de Bennu con procesos que también influyeron en la Tierra primitiva. El agua líquida, incluso en proporciones microscópicas, dejó su firma en los minerales que ahora son objeto de análisis.
Además de la transformación provocada por el agua, la superficie de Bennu muestra señales claras de impactos constantes. Otro de los estudios publicados en Nature Geoscience registró cráteres microscópicos generados por micrometeoritos, así como fragmentos de roca previamente fundidos. También se detectaron huellas del viento solar, ese flujo perpetuo de partículas que emite el Sol y que actúa como un cincel invisible.Los asteroides como Bennu y Ryugu no contienen vida, pero su estudio resulta clave para entender cómo pudo surgir en nuestro planeta. Michelle Thompson, de la Universidad de Purdue, lo expresó con claridad: “Los asteroides son reliquias del sistema solar primitivo. Son como cápsulas del tiempo. Podemos usarlos para examinar el origen de nuestro sistema solar y abrir una ventana al origen de la vida en la Tierra”.
En paralelo a los descubrimientos sobre la composición de Bennu, un nuevo estudio añadió otra pieza esencial: la relación entre Bennu, Ryugu y la familia de asteroides Polana.La investigación, encabezada por la Dra. Anicia Arredondo del Southwest Research Institute, comparó datos espectroscópicos de Polana con muestras físicas de Bennu y Ryugu, así como con observaciones del “Muy temprano en la formación del sistema solar, creemos que grandes asteroides colisionaron y se fragmentaron para formar una ‘familia de asteroides’, siendo Polana el cuerpo remanente más grande (55 kilómetros de diámetro)”, explicó Arredondo. Esa colisión ancestral no solo dejó a Polana como el mayor sobreviviente, también sembró fragmentos que siglos después se convertirían en Bennu y Ryugu.
Tracy Becker, doctora en astrofísica que también trabaja en el SwRI, lo sintetizó de manera elocuente: “Polana, Bennu y Ryugu han realizado sus propios viajes a través de nuestro sistema solar desde el impacto que pudo haberlos formado”.
Esa frase resume la paradoja de estos cuerpos: comparten un origen, pero cada uno cargó con condiciones únicas que modelaron sus superficies y composiciones. Bennu, por ejemplo, tiene apenas 0.6 kilómetros de diámetro, lo que equivale al tamaño del Empire State Building. Ryugu lo duplica, con 1.2 kilómetros, pero ambos quedan eclipsados por la magnitud de Polana. Esa disparidad de tamaños y trayectorias explica por qué, a pesar de su origen común, exhiben características diferentes.El rompecabezas que surge de estos hallazgos transforma la visión de Bennu. Ya no se trata solo de un objeto que ocasionalmente se acerca a la Tierra, sino de un mensajero que conecta el polvo interestelar con la historia de la formación planetaria. Su análisis muestra que los materiales más antiguos del universo conviven con los efectos más recientes del viento solar y los impactos de micrometeoritos.
En paralelo, el descubrimiento de su vínculo con Polana y Ryugu agrega una dimensión genealógica: estos cuerpos no son islas solitarias, forman parte de una familia cósmica que nació de una colisión monumental.Con ellas, los científicos buscan responder preguntas que trascienden a Bennu: ¿cómo se formaron los bloques de construcción de los planetas? ¿Qué papel jugó el agua en los orígenes de la vida? ¿Cuántos secretos del espacio interestelar quedaron atrapados en estas diminutas cápsulas?