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27 de febrero de 2025

Helmut Ditsch lo hizo de nuevo: vendió una obra del Perito Moreno por más de un millón y medio de euros y rompió su propia marca

El artista que bate récords por el tamaño y el precio de sus cuadros salió de un claustro de siete años y habla sobre su vida, su trayectoria y su proceso creativo

>Oír e intentar pronunciar correctamente su nombre y apellido, Helmut Ditsch. Verlo, en un video, en fotografías: pelo largo y lacio, rubio casi plateado. Hombros anchos. Barba, bigote. Porte de vikingo. Resulta más cercano a un integrante de la Casa Targaryen —Game of Thrones y secuelas— que a un bonaerense del partido de San Martín. Y sin embargo.

Si su nombre y su aspecto desorientan respecto a sus orígenes, su arte, al que dedica su vida, no admite dudas: el Glaciar Perito Moreno, el Río de la Plata, el Salar Grande, el Volcán Lanín. La sublime inabarcabilidad de la naturaleza argentina forma gran parte de su obra. La mitad de ella comprada por más de cinco millones de euros, un hito sin precedentes para un artista nacional.

En 2024, otra obra inspirada en la masa de hielo más deslumbrante del fin del mundo fue vendida por 1.615.900 euros. Trazando un nuevo récord para el arte nacional. El comprador fue HPH Privatstiftung (Hans Peter Haselsteiner Fundación Privada), una fundación del propietario de Strabag, una de las empresas constructora más importante de Europa, con base en Viena.

La noticia se encontraba oculta por respeto al período personal de encierro en el que volcó toda su energía a lo que será su primera película, un largometraje dedicado a la memoria de su madre, Inge, y a la de su esposa, Marion, y su debut en el séptimo arte. Un claustro que acaba de romper en este diálogo para Infobae en el que repasa su trayectoria, sus motivaciones y da detalles de su proceso creativo.

Helmut Ditsch nació en 1962. Aunque nació en Argentina, por sus venas corre sangre europea.

Su infancia y adolescencia fueron el deporte y la cultura. Compitió en atletismo y natación en la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester (SAGVB). Asistió con frecuencia al Teatro Colón donde su padre, Walter, tenía un palco. Ambas disciplinas convergerían en los cimientos de Helmut, un proceso casi alquímico para el artista.

—Fue aquel misticismo que vivencié nadando miles de metros y sumergiéndome en las grandes óperas de Richard Wagner junto a las excelentes puestas en escena que ofrecía el Teatro Colón lo que marcó el rumbo de mi vida. No podía separar el deporte del arte, ni sentía que el deporte fuera ajeno al arte, al contrario, ¡eran sinérgicos!

Ese hecho, que él define como “acontecimientos del destino”, fue determinante en el devenir de su expresión artística. Lo que lo llevó “a escalar altas cumbres en busca de respuestas”.

Un arcoíris vaporoso coronando el manto pardo y ondeante del Río de la Plata, surcando un cielo de nubes plomizas que se abren para dar paso al atardecer. La tierra craquelada, abrupta, seca, que parece extenderse al infinito en ese punto de la Cordillera de los Andes que separa —¿o une?— Argentina y Chile, La Puna de Atacama. La majestuosidad irreverente del Glaciar Perito Moreno. El misterio inacabable de la montaña, de un volcán.

Para llevarlos a la tela, primero, los hizo carne. Escaló las cumbres, se perdió entre los picos gélidos, se sumergió aguas adentro. Así funciona su proceso creativo: se los apropia. Vive en ellos. Se vuelve parte. Los mete dentro de sí. Luego puede verterlos en el lienzo.

Pinto lo que conozco, lo que llevo en mis entrañas, lo que logré apropiarme, en el sentido de Heidegger, hacer de una experiencia algo propio. Por eso necesité nadar primero para entender qué era el agua. Una vez que me apropiaba de la vivencia, que el mar se convertía en parte de mí, podía pintarlo. Lo mismo con las montañas, primero necesité escalarlas, apropiarme de esa experiencia, ser parte de la montaña. Pero para asimilar esas vivencias, que en parte fueron extremas, necesité tiempo. Tiempo para decantarlas y traducirlas en una pintura. A veces hasta diez años. El montañismo, al igual que la natación, fue un camino místico para entender lo que no tenía explicación. El amor y la muerte no tienen respuestas, solo sentimientos, y esos sentimientos a veces los podía expresar pintando o haciendo una canción pero otras veces necesité volver al mar, al vientre cósmico de la vida, y sentir el poder de la naturaleza, al igual que lo sentí en las altas cumbres. Mis paisajes son autorretratos de mi alma y mi vida.

—Siempre que pinté naturaleza pinté mis sentimientos y siempre pinté un horizonte que albergaba todo aquello que añoraba. En muchas de mis obras ese horizonte está detrás de las montañas, no se ve pero se percibe. Los paisajes que elegí siempre fueron aquellos que representaban mi cosmovisión y mi estado anímico, nunca fui un paisajista que retrata un lugar determinado. El Glaciar Perito Moreno no es una postal turística, es mucho más que eso, es mi indescriptible asombro y entusiasmo por la maravillosa belleza que nos regala nuestro planeta, es un símbolo de lo más preciado que tenemos y debemos cuidar.

Ditsch vivió en Buenos Aires hasta sus 25 años, momento en el que emigró a Viena y empezó a estudiar en la Academia de Bellas Artes. Allí instaló su atelier. Con el comienzo del nuevo milenio, en el 2001, instaló otro también en Dublín. Y desde 2012 tiene uno en Vaduz, capital del Principado de Liechtenstein —un pequeño Estado ubicado entre Suiza y Austria— pero conserva su atelier en Viena.

Aunque su carrera iba en ascenso, fue en 2010, cuando batió su primer récord de ventas, que las miradas del mundo fueron sobre él.

—Es decir, no entrar al mercado secundario, que es el circuito de galerías, cosa que en 1988, sin internet y sin redes, era muy riesgoso, ya que debía hacer mi camino donde no había ninguno. Tampoco era mi meta tener éxito económico, solo quería ser feliz y preferí la libertad. Además, viví una experiencia en la montaña, en plena naturaleza, que me marcó. Fue cuando volvía de escalar el cerro Tolosa, en Mendoza, por el Glaciar del hombre cojo. Debíamos atravesar una pared de hielo muy riesgosa, donde no nos podíamos asegurar, cualquier error hubiera significado la muerte. Eso me ayudó mucho a la hora de emprender mi camino en Europa: “Si pude con esa pared también podré sortear los obstáculos que se me presenten”, así pensé al comienzo de mi carrera y lo sigo pensando ahora. Simplemente cumplí mis metas de realizarme en libertad sin pensar en generar dinero, tal vez sea esa una de las causas [del éxito], haber tenido un objetivo superior a lo material.

—No eran meros coleccionistas sino fans y mecenas en el sentido renacentista del mecenazgo. Entre ellos, el más importante de Austria, Hans Peter Haselsteiner, que hoy tiene una colección privada de más de 8000 obras de arte contemporáneo incluyendo muchas de mis obras más importantes. Esa relación directa con el mecenas me permitió beneficiarme del 100% de las ventas además de fortalecer mi independencia y convertirme en empresario, tal cual lo eran Durero, Leonardo, Miguel Angel, Rembrandt. Prácticamente todos los artistas de renombre, antes de la Revolución industrial, fueron empresarios.

Así como señala que para él deporte y arte no eran disciplinas aisladas en su infancia, sino que lograban sinergia, Helmut exploró otros caminos creativos que, insiste, no considera materias divergentes: hizo diseño automotor, de indumentaria, composición musical, elaboró vinos, y acaba de terminar su primera película —que quizás se estrene este año— en la que pasó por muchos roles desde la dirección hasta la actuación.

Esta mirada del mundo, esta forma de percibir lo que lo rodea y sus dones en la manera de hacerlo, impulsaron a Helmut a crear cosas impensadas, sin estudios especializados en las diferentes materias. En su infancia, dice, también jugaba con el diseño de autos, motos e indumentaria. De adulto, su estrecha relación con la naturaleza lo llevó a analizar “la eficiencia de los animales y las máquinas”.

De niño, de adulto, las muertes de las mujeres de su vida fueron para Helmut una estocada seca. Necesitó diez años para atravesar el duelo de Marion en el que dejó de pintar casi por completo. En el que encontró refugio solo en la música, en el agua: “Lo único que me hacía sentir protegido, como si sintiera el abrazo de mi madre”.

Quizás por las raíces alemanas, quizás por la necesidad de encontrarle algún sentido a la vida y a la muerte, quizás solo por curiosidad, por el placer de leer, de pensar y ensanchar más su mirada profunda, la filosofía, los pensadores alemanes, ocupan un lugar importante en su trabajo.

Y va más allá.

—No solamente por la manipulación dogmática sin precedentes que provoca la adicción a las redes sociales, sino por el deterioro ético que provoca la epidemia narcisista del selfie y la idiotez explícita. Si Nietzsche viera el estado de la humanidad hoy, reescribiría su Ecce Homo y haría un Zarathustra más impecable y pesimista. Su Übermensch, el suprahumano, seguiría siendo el sentido de nuestro planeta pero estaría mucho más lejos de alcanzar. Nuestra chance de sobrevivir como humanidad está en el arte y no en el avance exponencial tecnológico, el suprahumano de Nietzsche es el artista.

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