Miércoles 5 de Febrero de 2025

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5 de febrero de 2025

La trágica y fascinante historia de Chang y Eng, los gemelos unidos por el torso que dieron origen al adjetivo “siameses”

Nacidos en Siam y vendidos a comerciantes extranjeros, recorrieron el mundo como atracción antes de recuperar el control de sus vidas. Ascenso social, contradicciones y un inesperado final

>En la aldea de Samut Songkhram, al oeste de La infancia transcurrió entre mercados bulliciosos, templos silenciosos y el resplandor del agua cuando el sol se apagaba en el horizonte. Nok vendía huevos de pato preservados con arcilla y arroz, una labor que apenas permitía llenar el estómago de la familia. Ella nunca dudó de que sus hijos eran una bendición. Los llevaba al mercado con la cabeza en alto cuando aún eran pequeños, y ellos corrían de un puesto a otro con la destreza de cualquier otro niño, a pesar del puente de piel que los mantenía unidos.

Desde pequeños comprendieron que la mirada de los demás siempre los perseguiría. Primero en casa, entre parientes que murmuraban en las noches sobre los espíritus que debían haber intervenido en su gestación. Luego, en el pueblo, donde sus nombres se volvieron un susurro de asombro y temor. Aprendieron a moverse como uno solo. Lo que al principio fue torpeza, caídas y forcejeos en el suelo de tierra, pronto se convirtió en una danza natural: Chang inclinándose ligeramente hacia la derecha cuando Eng se giraba, Eng adaptando su paso cuando Chang se lanzaba hacia adelante.

En el año 1824, cuando tenían trece años, un comerciante escocés llamado Robert Hunter llegó a la ciudad con los ojos afilados de quien ve oportunidades en cada rincón del mundo. Cuentan que los vio por primera vez en el río Mae Klong, deslizándose con la gracia de criaturas acuáticas, sus torsos emergiendo del agua como una única entidad. Según Muy Interesante, Hunter quedó fascinado por su aspecto inusual y pensó en las posibilidades comerciales de exhibirlos en Occidente.

Pero el rey de ese pueblo se negó a dejarles partir. La corte real los veía como una rareza que debía permanecer bajo su control. Solo cinco años después, en 1829, cuando la madre de los gemelos cedió a la presión económica y el capitán Abel Coffin entró en escena, se permitió su viaje. Daily Mail afirma que Nok recibió 500 dólares por ceder a sus hijos a Hunter y Coffin, mediante un contrato de 30 meses para trabajar en teatros, ferias de rarezas, museos.

El siglo XIX en América era un escenario de maravillas y horrores. La sociedad puritana encontraba su entretenimiento en lo grotesco, en lo que se desviaba de la norma. Chang y Eng fueron exhibidos como “Los Gemelos Chinos” y sometidos a la inspección de médicos y espectadores que deseaban verificar con sus propios ojos que eran reales. Fueron obligados a desnudarse sobre el escenario para despejar cualquier duda sobre su unión. Algunos se acercaban y tocaban la carne que los unía, como si fuesen objetos de feria. Eran tratados como esclavos, aunque legalmente no lo fueran, afirma Yunte Huang en su libro Inseparables.

Durante cuatro años, viajaron por Estados Unidos y Europa, conociendo un mundo vasto que se desplegaba ante ellos con promesas de dinero y humillación. Pero eran inteligentes. No eran simples figuras pasivas en manos de sus explotadores. Al cumplir 21 años, los gemelos rescindieron su contrato y comenzaron a gestionar su propio espectáculo, quedándose con las ganancias.

El sur de Estados Unidos les ofreció aceptación, pero a un precio. Según La Vanguardia, al ser considerados “blancos honorarios” por su dinero y fama, adquirieron esclavos para trabajar en su propiedad. De ser exhibidos como fenómenos, pasaron a ser propietarios de personas. En la guerra civil, sus hijos lucharon por la Confederación. La contradicción de su vida se ensanchaba con cada año que pasaba.

La sociedad no los veía como hombres comunes, y eso se hizo evidente cuando se casaron con las hermanas Sarah y Adelaide Yates. Este matrimonio fue un escándalo, ya que rompía las leyes antimestizaje del sur. Tuvieron 21 hijos entre los dos. Para compartir su vida con sus esposas, establecieron un sistema: vivían tres días en una, luego cambiaban.

El final llegó como una sombra que se arrastra lentamente. Chang cayó en el alcoholismo y sufrió un derrame cerebral, quedando parcialmente paralizado. Eng tuvo que cargar con el peso de su hermano enfermo, su pierna inmóvil envuelta en un cabestrillo. Daily Mail dice que Chang se enfermó gravemente una noche y murió en la madrugada del 17 de enero de 1874. Cuando Eng despertó y sintió el cuerpo sin vida a su lado, el horror lo paralizó. Gritó por ayuda, pero ya era tarde.

Horas después, Eng también murió. La causa exacta de su muerte es incierta. Algunos médicos creen que falleció por el shock de estar atado a un cadáver, otros sugieren que su circulación colapsó al no recibir sangre de su hermano.

La historia de los Bunker no es solo la de dos hombres unidos por la carne. Es la historia de la humanidad enfrentando lo desconocido con fascinación y crueldad. Cada año, sus descendientes se reúnen en Mount Airy. Más de 1.500 personas llevan su sangre. Pero su legado va más allá del parentesco. Siguen presentes en la palabra que el mundo entero utiliza hasta hoy: siameses.

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