Miércoles 5 de Febrero de 2025

Hoy es Miércoles 5 de Febrero de 2025 y son las 11:10 -

13 de noviembre de 2024

Quedó huérfana a los 20 años, unió su pasión por la moda con el recuerdo de sus padres y hoy es una conocida estilista

Yamila Waldszan tiene 25 años, es diseñadora de indumentaria y estilista de Cami Mayans y otras figuras. La muerte, en poco tiempo, se llevó a su padre y a su madre, que había caído en depresión. Cuenta que no sabía ni pagar la factura de la luz y era “una cheta malcriada”. En realidad, eso creía. Ideó un aplaudido proyecto. Una historia de resiliencia que demuestra —explica— “cómo de lo peor se puede sacar algo bueno”

>En un lapso de poco más de cinco años, Yamila Waldszan quedó huérfana. Su padre murió en 2015. Su madre en 2021. Tenía 20 años, una casa enorme en Caballito donde se podía escuchar el eco de su llanto y, jura, “no sabía ni pagar la luz”.

Los tres hijos mayores miraron con desconfianza a Marcela, explica Yamila. “Lo primero que pensaron fue ‘esta chica le va a sacar toda la plata a mi papá’.” Porque mi padre ya tenía su empresa, un capital formado, una cadena de farmacias y perfumerías sobre la avenida San Martín. Y mis abuelos maternos, al revés, pensaban que papá se quería aprovechar de su hija, una chica joven”.

Vivían sobre la avenida Pedro Goyena. De los demás hijos, el único que compartía la casa con ellos era el hijo de Marcela, Adrián. Los otros tres, de un matrimonio anterior de Osvaldo, ya habían formado familia. “Dos hijos de mi papá eran mayores que mamá. Imaginate que con 25 años ya tengo once sobrinos, y algunos más grandes que yo”, cuenta Yamila.

La convivencia hizo que todo se encauzara. “La familia se ensambló perfecto. La hija de mi papá que es más grande que mamá terminó por ser su mejor amiga. Iban al club Maccabi, jugaban al tenis, tenían el mismo grupo… Éramos una familia feliz, pero a mi padres les costó, tuvieron que ir contra viento y marea”.

Cuando Yamila cumplió diez años, algo de esa felicidad se resquebrajó. Su papá tuvo un infarto. Cinco años después, el destino le marcó la línea de llegada: “Ahí empezó su enfermedad. Cuando yo estaba en tercer año de la secundaria, en el ORT de Almagro, a él le detectaron cáncer de pulmón. Se lo descubrieron tarde. Estaba con metástasis. Fue muy heavy. Vivió seis meses más. De muchas cosas me dejaron al margen, porque era muy chica. Se encargaron más mi mamá y mi hermana”.

Su madre, cuenta, “cortó el vínculo con la mayor parte de la gente que le hacía bien. Se enojó con la vida. Lo único que hizo fue quedarse encerrada en casa. Se acostaba en el sillón, ponía Netflix, comía y no hacía mucho más. Le preguntabas por una serie y la había visto. No le interesaba salir a la calle, juntarse con gente, con la familia de papá. Al club no lo pisó más, salvo, con suerte, para verme jugar hockey. Porque hasta las cosas que compartía conmigo costaba que las hiciera. Se rindió”.

Su hermano dejó la casa. Quedaron ellas dos y los tres perros de la familia: Lila, Lulú y Simona. Se invirtieron los roles: Yamila fue mamá de su mamá. “Me hacía mal vivir en esa casa, pero mi madre no quería soltar nada que hubiera sido de papá. Lo mismo pasó con la camioneta. No le importaba que se deteriorara, ella no la pensaba vender, porque se aferraba a esas cosas materiales. Y entró en una depresión muy grande”, recuerda.

Y en ese proceso, llegó la pandemia.

El papá de Yamila las había dejado en una buena posición económica. Luego de su muerte, con la depresión de Marcela, vivían de rentas. “Teníamos una herencia que nos había dejado además, pero mamá no lo sabía. Yo era chica y no me hizo parte de los trámites. Y ella, que con suerte terminó el secundario, no tenía ni recursos ni ganas de pensar en eso. Como la gente dejó de pagar esas rentas, empezamos con escasez de plata. Y ante esas preocupaciones, su respuesta fue más cigarrillos, mucho champagne, comer mal. Y cuando tenía 47 años, a finales del 2020, en la segunda ola de COVID, le dio un infarto”.

Todo aquello —y lo que vino luego—, fue un despertador para Yamila, que hasta entonces, había vivido como en un cuento. “Para mí era difícil levantarme y verla a mamá tirada en un sillón. Pero no tuve otra opción de seguir con mi vida: terminar el secundario, hacer el viaje de egresados, recibirme. Por suerte entendí que no quería eso para mi vida. Obvio que no es lo mismo perder a un padre que a un esposo, pero creo que cada uno elige tomar su camino. Hasta ese momento era como una cheta malcriada, porque me daban todos los gustos. En buena medida, aquello me curtió para la vida”.

Marcela, para Yamila, se había convertido en “una hija rebelde”. Le ocultaba cosas: el cigarrillo, los delivery de comida que pedía. El día que la descubrió, tuvieron una discusión fuerte. “Me dijo que no quería vivir más porque se había ido papá, que la vida no tenía sentido”, recuerda.

Poco después, algo sucedió. El cardiólogo envió a Marcela a terapia. A veces, los extraños son más convincentes que la propia familia. Y la mamá de Yamila empezó a salir del pozo. La medicaron. Se puso de novia (“aunque vivía comparándolo con papá, era un buen hombre”). Pero faltaba un largo recorrido para la sanación. “Le daba culpa cada vez que podía estar feliz. Entonces se ponía mal, se boicoteaba. Siempre veía oscuridad al final del camino”, subraya.

El primer día de abril de 2021, su mamá se descompuso. Le dijo que se sentía muy mal, que se iba a acostar. El abanico de su terquedad, cuenta Yamila, incluía soportar sola los dolores. Pero a las cuatro de la madrugada, le tocó la puerta. Yamila recordó el infarto y llamó de urgencia a una ambulancia. La internaron. La joven pensó en otro infarto, o en COVID. Era una apendicitis. “Genial, pensé, nada malo puede pasar, yo también tuve. Es una de las operaciones más fáciles que hay”. Estuvo un par de días y regresó a su casa.

Al segundo día de internación, su novio le contó que a su hermana le habían detectado COVID. Una complicación que se sumaba al estado de su madre, que había conseguido el alta: Yamila había estado con su cuñada ese fin de semana. “Me quedé en casa porque era muy difícil conseguir ayuda para nosotras. Me puse un barbijo por las dudas. El primer día estuvo bien. Pero al segundo me dijo que no podía respirar, que no le entraba el oxígeno”. La quise llevar al hospital de nuevo, pero ella dijo que no, que viniera una ambulancia. Vino, y el médico me dijo que saturaba bien. Me quedé tranquila. Pero a la noche empezó a respirar peor. Yo no me quería ni acercar, por el COVID. Llamé a mi hermano y le dije ‘Adri, por favor llévala a mamá a la guardia del hospital, que tengo miedo de contagiarla’”.

Yamila pensó que le había contagiado COVID. Durante días la atormentó la culpa. Por mensaje, la prepaga le envió que el análisis había dado negativo. Supo que le hicieron una tomografía para ver cómo estaban sus pulmones y descubrieron que estaban llenos de agua, que había hecho una trombosis pulmonar. Según ella, “por mala praxis en la cirugía”. En medio del estudio, Marcela tuvo un paro cardíaco y murió con 49 años.

No es natural que alguien quede huérfano a esa edad. Ni habitual. La vida de la joven cambió por completo. Yamila relata las horas más aciagas:

“El proceso empezó siendo todo oscuro. Yo también me enojé con la vida, como mi mamá. No entendía por qué a mí, si era buena persona. Dejé de creer en Dios. Me distancié de algunas personas de la familia sin demasiado motivo. Estuve llorando un mes seguido. Dejé trabajos de lado, la facultad, donde estaba a punto de terminar Diseño de Indumentaria. No quería nada más que estar en casa con mis perras. Les dije a todos que se fueran, que al duelo lo quería hacer sola…”

Comenzó terapia. Y a lo largo de las sesiones, entendió que sus padres no querrían verla tirada en ese sillón. Empezó a dar pequeños pasos. A volver a creer en las almas. A convertirse en una luchadora de su propia vida. A transformar su tristeza en esperanza. A amigarse con sus vínculos familiares, sobre todo del lado de su papá. Empezó a comunicarse. Y a sanar.

Por fortuna, Yamila tuvo muchas manos amigas que la rescataron. Su novio (hoy ex, pero con una excelente relación, cuenta), sus amigas, familiares que le explicaron todo, desde el trámite más chico. “Una pareja me enseñó que con escanear un QR podía pagar una factura. De a poco. Un escribano de confianza, el papá de una amiga, me ayudó con los papeles, con la herencia, cómo mover todo eso. Volví a las rutinas que me hacían bien, como jugar al hockey. Cosas que me liberaban la cabeza”.

En medio de ese océano de sensaciones encontradas, debió navegar entre muchas tormentas. “Me sentía muy culpable por estar bien. ¿Cómo voy a estar así cuando debo estar detonada en una cama porque mis papás fallecieron? No existe. La culpa te atrae un montón, igual que el qué dirán. Yo solía bailar, pero salir a bailar era demostrarle a los demás que estaba bien y me iban a juzgar por eso. Empecé el proceso de que no me importara el qué dirán. De darme cuenta que tuve una historia súper feliz. Después mis papás murieron y lo viví y lo sigo sufriendo con mucho dolor. Pero el lado bueno es que me formaron como soy y yo estoy muy orgullosa de eso”.

Yamila regresó al mundo de la moda, a su pasión. A generar trabajo: es la estilista favorita de Camila Mayans y otras figuras. Y a terminar la carrera de Diseño de Indumentaria en la Universidad de Palermo con su tesis. Ese trabajo, más que ser el broche de sus estudios, la definió. Le dio el espaldarazo final a su duelo. Premió su resiliencia con una idea que fue aplaudida. Y que tendrá un paso hacia la realidad.

Al proyecto, Yamila lo bautizó “Sintiendo(nos)”. Cuenta que hasta los profesores le pidieron que por favor lo patentara. “Todos hemos perdido un familiar, y a su ropa le damos un valor negativo, porque nos hace acordar a cuando la usaban. Mi idea es transformar eso en un recuerdo positivo, para entender que la ropa tiene un valor sentimental”. El 1 de julio celebró su título de Diseñadora de Indumentaria.

Al proyecto de indumentaria con el que hizo la tesis aún no lo abrió comercialmente. Pero lo tiene en mente: “Me encantaría. De tener algo para vivir, quisiera que conecte mi pasión por la moda y mi historia de vida. Sería algo que me podría mantener feliz por siempre”.

“La vida a veces presenta desafíos que parecen insuperables. Sin embargo, la resiliencia permite encontrar la fuerza para avanzar. Historias como la de Yamila, quien perdió a sus padres a una edad temprana, demuestran que sanar el dolor es posible. A pesar del dolor inconmensurable, de los miedos, las inseguridades, la falta de conocimiento de un mundo adulto que se le adelantaba a los empujones con grandes responsabilidades que debió asumir, logró levantarse y crear un futuro lleno de logros.

El trabajo de sanación de los duelos desde la resiliencia resalta la importancia de buscar nuevas oportunidades en medio de la adversidad. La tesis que desarrolló sobre el duelo y la resiliencia en la reutilización de prendas refleja su deseo de transformar el dolor en aprendizaje y creatividad, mostrando que el sufrimiento puede llevar a la innovación.

Su historia enseña que la resiliencia no es solo sobre resistir, sino también sobre adaptarse y florecer en circunstancias difíciles. Su historia enseña sobre el amor en sus raíces y en cada elección.

Las historias de resiliencia, como la de Yamila, son faros de esperanza para quienes enfrentan dificultades. La valentía de aquellos que se atreven a fortalecer sus alas inspira a muchos a seguir adelante. Cada individuo tiene un potencial único, y al escuchar y aprender de las experiencias de otros, se pueden encontrar herramientas para enfrentar la vida con coraje.

COMPARTIR:

Comentarios

  • Desarrollado por
  • RadiosNet