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12 de octubre de 2024

Ramón Castillo, el presidente que mantuvo neutral al país en la Segunda Guerra Mundial y murió con 47 pesos en el banco

Fue un exponente de las prácticas políticas que imperaron durante la década del treinta, durante la Década Infame. Logró llegar a la presidencia pero su proyecto quedó trunco con un golpe militar que cambiaría radicalmente el panorama del país

>Nació en Ancasti, Catamarca, el 20 de noviembre de 1873, en una casa a metros de la plaza y a la vuelta de la iglesia, en una familia de catorce hijos que se dedicaba a la cría de mulas. A lo largo de su vida, Ramón Antonio Castillo se desempeñó en la justicia, fue legislador, ministro y el único presidente del país que tuvo su provincia.

Luego de estudiar en el Colegio Nacional de Catamarca, a los 18 años viajó a Buenos Aires, donde se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires.

Fue profesor y decano de Derecho entre 1923 a 1928 y después continuó dando clases, pero ad honorem. Es autor de distintas obras, de la que se destaca un Tratado de Derecho Comercial

Su primer cargo público fue en 1924 como Administrador General de Impuestos Internos, durante la presidencia de Alvear, y cuando fue el golpe del 6 de septiembre de 1930, fue por unos meses interventor en la provincia de Tucumán.

Especializado en legislación sobre quiebras, entre 1932 y 1935 fue senador nacional por su provincia. Durante el gobierno de Agustín P. Justo fue ministro de Instrucción Pública y Justicia y después del Interior.

A la hora de definir el binomio presidencial que se debían presentar a las elecciones de 1938, su candidatura a vicepresidente surgió de una compleja negociación, en la que se intentaba frenar el ascenso de figuras que pudieran hacerle sombra al general Justo, quien pensaba en un futuro volver a ser presidente y que manejaba los hilos de la política. Entonces se decidió que quien acompañase a Roberto Marcelino Ortiz fuera Castillo, quien en un principio se negó, aunque luego accedió para evitar el ascenso de otro candidato, el cordobés Miguel Angel Cárcano.

Cuando aceptó ser candidato, renunció a sus cargos en el gobierno.

Según las descripciones de la época, era una persona de baja estatura, delgado, de cabello blanco, que con 65 años, aparecía como una persona mayor y no era tan conocido en el mundo de la política.

Conservador de vieja cepa, no estuvo de acuerdo con ideas que traía el presidente Ortiz, del sector antipersonalista de la UCR. Si bien había llegado al poder mediante el fraude, el primer mandatario se había propuesto transparentar las prácticas políticas. “Son la cobardía individual y colectiva que se consuman mediante el abandono de la función fiscalizadora, mediante la adulteración de la voluntad popular, las únicas causas que estimulan las ideas malsanas y que permiten que la expresión electoral legítima sea torcida por organizaciones antidemocráticas”, sostuvo en el lanzamiento de su candidatura.

Ortiz no estaba bien de salud. Sufría de una grave diabetes, perdía progresivamente la vista y el 3 de julio de 1940 delegó la presidencia en su vice Castillo. Cuando la enfermedad del presidente ya era irremediable, renunció el 27 de junio de 1942 y así Castillo se transformó en presidente. Ortiz moriría el 15 de julio a los 55 años.

Varios factores jugaron a favor del vice catamarqueño. Por un lado, la enfermedad del presidente. Al frente de una coalición de conservadores y liberales, modificó el gabinete, cambió la cúpula militar y empezó a gobernar con miras a las elecciones nacionales de septiembre de 1943, para los que ya tenía sus planes: imponer como candidato oficialista de la llamada Concordancia al salteño Robustiano Patrón Costas, un conservador dueño de un ingenio azucarero.

Todo parecía favorecerlo. El 23 de marzo de 1942 había fallecido Marcelo T. de Alvear, con lo que el partido radical quedaba sin un líder de proyección nacional y el otro competidor de peso, el general Agustín P. Justo, moriría el 11 de enero del año siguiente.

Le tocó lidiar en momentos en que el mundo se conmocionaba por la segunda guerra mundial. En nuestro país, había neutrales, proaliados y progermanos. A Castillo le gustaba que lo describiesen como el presidente de la neutralidad, soportando las presiones de los Estados Unidos para que Argentina le declarase la guerra a Alemania.

Castillo siempre se enorgullecía porque había promovido la creación de la flota mercante del Estado en momento en que el tráfico fluvial estaba trastocado por el conflicto bélico en Europa. Además, durante su gestión, surgió la Dirección de Fabricaciones Militares y la nacionalización del puerto de Rosario.

Los militares conspiraban. Los cambios en los nombramientos militares habían encendido la luz de alarma en las fuerzas armadas. El reemplazo del ministro de Guerra, general Juan Tonazzi -hombre de confianza del general Justo- por el general Pedro Pablo Ramírez, y del jefe de la Policía, el capitán de navío Rosas por el general Domingo Martínez.

Cuando a Castillo le llegaron de varias fuentes versiones sobre preparativos de un golpe, y cuando el propio jefe de policía le ocultaba información en ese sentido, comisionó al general Ramírez a sondear cuál era el ánimo en la guarnición de Campo de Mayo, ignorante de que era uno de los conspiradores.

La conducta esquiva e indecisa del conspirador Ramírez cuando el presidente le pidió explicaciones, hizo que Castillo lo mandase a arrestar. Pero sus horas en la Casa Rosada estaban contadas.

En la mañana del 4 de junio de 1943 Castillo, que estaba en gobierno junto a sus colaboradores, se enteró de la marcha de tropas hacia Casa Rosada, y le sugirieron resistir con la Marina, que se mantenía fiel.

Patrón Costas preguntaba cuál conspiración era, ya que él tenía conocimiento que había siete en marcha dentro del Ejército.

Castillo ordenó tomar rumbo al norte y recalar a la altura de la General Paz, para sostener la resistencia de la Escuela de Mecánica de la Armada, que mantuvo un tiroteo con tropas rebeldes. Pero surgió lo inexplicable: las naves se dispersaron y dejaron solo al Drummond, que puso proa al puerto de La Plata, donde el general Diego Mason lo acompañó al Regimiento de Infantería 7. En el despacho del jefe redactó su renuncia, y lo dejaron libre.

Los radicales se entusiasmaron con el golpe, porque pensaban que estaba a hecho a su medida, ya que los militares venían a terminar con años de corrupción conservadora. Suponían que en las elecciones que habría, serían seguros ganadores. Pero había militares que tenían otros planes, que cambiarían el ajedrez político argentino.

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