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14 de noviembre de 2025

La trama tras el Pacto de Olivos: los mates compartidos en secreto por Menem y Alfonsín para negociar la reforma de la Constitución

Las conversaciones entre los líderes políticos se realizaron en el más riguroso de los secretos, pero el 14 de noviembre de 1993 la noticia se filtró y fue tapa de todos los medios. El discreto encuentro en la cocina de la casa del excanciller Dante Caputo, el recuerdo de un dirigente radical y las negociaciones que cambiaron el diseño institucional de la Argentina

>Carlos Menem llevaba más de cuatro años en la presidencia y amenazaba con convocar un plebiscito para modificar la Constitución y permitir la reelección de un presidente en la Argentina, algo que solo había logrado Juan Domingo Perón con la Carta Magna de 1949, transformada en letra muerta luego del golpe de Estado que lo derrocó en septiembre de 1955. La convertibilidad de Domingo Cavallo, que creaba la ficción de que un peso podía valer un dólar, era todavía un éxito y el riojano aspiraba a agregar un nuevo período en la Casa Rosada al de seis años para el cual había sido elegido. Así estaban las cosas en la política argentina el 14 de noviembre de 1993, un domingo en el que River Plate derrotó por 2 a 0 como visitante a Ferrocarril Oeste y llegó a la punta del torneo de la AFA. Esa era la gran noticia del fin de semana hasta que estalló la bomba que transformó un rumor que corría desde hacía unos días en primicia confirmada: Carlos Menem y Ricardo Alfonsín acababan de sellar un acuerdo entre el peronismo y el radicalismo —por entonces los dos partidos mayoritarios de la Argentina— para redactar una nueva Constitución que permitiera, entre otras cosas, la reelección presidencial.

Más de tres décadas después, cuando se menciona el “Pacto de Olivos” —por el lugar donde se comenzó a tener ese acuerdo— son muchos los que creen que esa reunión entre el presidente peronista y el líder radical se desarrolló en la quinta presidencial situada, precisamente, en ese barrio del norte del Gran Buenos Aires. Sin embargo, no es así: ese encuentro, que quedó calificado como “histórico”, sí se concretó en Olivos, pero no en la residencia del presidente. La verdadera “cocina” del pacto tuvo lugar en la casa que el excanciller radical Dante Caputo tenía en ese barrio, diez días antes de que se oficializara la noticia.

La mañana del jueves 4 de noviembre de 1993 Raúl Alfonsín llegó temprano a la casa de Caputo en Olivos, a poca distancia de la quinta presidencial que ocupaba Carlos Menem. El “Calabrés”, como le decían sus correligionarios a Caputo, no estaba en el país sino en Chipre, donde acompañaba a un contingente argentino de Cascos Azules instalado en aquel país insular. Caputo estaba allá integrando una misión de Naciones Unidas. Por eso, Alfonsín fue recibido por Anne Morel —la esposa del excanciller— y se sentó en la cocina. El expresidente no estaba solo. Lo acompañaba Mario Losada, por entonces titular de la Convención Nacional de la UCR, que le traspasaría ese cargo al propio Alfonsín apenas un mes después. También estaba con él una figura clave, no sólo del partido sino de los armados políticos en la Argentina: Enrique “Coti” Nosiglia, la principal espada política de Alfonsín en situaciones de crisis.

Esperaron, compartiendo unos mates, la llegada de Carlos Menem, que se demoró. El riojano tocó a la puerta acompañado por el secretario general de la presidencia, Eduardo Bauzá, el gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, que había sido avisado a último momento de la reunión, y otra figura clave para lo que iba a suceder ahí: Luis Barrionuevo, líder de los Gastronómicos, de fluido trato y acuerdos con Nosiglia. Sin esos dos hombres, verdaderos tejedores de la política en las sombras, era difícil pensar en un acuerdo. Entre ellos se había cocinado casi todo.

Esa mañana primaveral en la cocina de Caputo, Anne Morel dejó solos a los invitados que no necesitaban ollas y sartenes para elaborar un producto que marcaría los próximos años de la Argentina.

Para evitar suspicacias, Alfonsín advirtió en ese momento que de reformarse la Carta Magna el mandato presidencial debía ser de cuatro años con derecho a un período más. Aclaró, de modo enfático, que eso no regiría para él, que no podía ser el que cambiara las reglas en beneficio propio.

Del otro lado, para Menem no era fácil sumar dos tercios de las dos cámaras, número imprescindible para que se llamara a una Constituyente. Pero el riojano tejía fino: en Diputados, el aliado de Menem Francisco Durañona y Vedia, de la Ucedé creada por Álvaro Alosogaray, había presentado un proyecto para que la votación se hiciera con los dos tercios de los presentes y no del total de las cámaras. Sabía, desde ya, que el abstencionismo de Angeloz dejaría muchas bancas vacías. Y si con ese armado no alcanzaba, Menem ya había puesto en marcha un plebiscito para cambiar las reglas de juego que le permitieran competir por un segundo mandato en 1995.

El mundo estaba cambiando de modo vertiginoso, con una nueva correlación de fuerzas, y la Argentina no era una isla que pudiera evitar esa marejada. Las socialdemocracias —con las que el radicalismo de entonces se identificaba— estaban en baja y la caída del muro de Berlín en 1989, seguida por el descalabro de la Unión Soviética, le dieron a Estados Unidos un poderío mundial sin precedentes. Domingo Cavallo, hombre con fluidos contactos en Wall Street, se había hecho cargo de la cartera de Economía y la Cancillería era ocupada por Guido Di Tella, quien hablaba de mantener “relaciones carnales” con Washington.

Raúl Alfonsín llegó a la casa de Caputo sabiendo que sellaría un pacto beneficioso para Menem. Una década después, en su libro Memoria Política, explicó que había cambiado de posición de modo radical: si bien se opuso en un principio a la reelección del riojano, ante tantos datos en contra consultó con el jefe del bloque radical de la Cámara de Diputados, Raúl Baglini, quien le dijo que no daban los números para mantener esa posición. Entre mates y cafés con leche, Menem, Alfonsín y sus consejeros quedaron en fijar un nuevo encuentro antes de que terminara noviembre para seguir ajustando los detalles. La información era más que reservada.

Hace unos años, en una conversación con Eduardo Anguita y el autor de esta nota, el radical Facundo Suárez Lastra analizó aquel acuerdo. Hijo de Facundo Suárez, un líder de la generación de Alfonsín, por entonces era diputado nacional y dirigente del movimiento Renovación y Cambio, creado por el expresidente radical. “La reforma de la Constitución del 94, en términos del papel de Alfonsín y del resultado, me parece que fue un acierto estratégico para la Argentina pero, al mismo tiempo, resultó un golpe duro a la credibilidad y la fortaleza del radicalismo. Alfonsín hizo una gran contribución haciendo de la debilidad, fortaleza. Todo iba a una reforma unilateral del peronismo que la estaba forzando con dos tercios de los miembros del Congreso presentes como para tratar la ley que la aprobara. Esto llevaba a una doble situación: en primer lugar, que hubiera una Constitución a la medida de lo que lograra el peronismo, sin límites; y, en segundo lugar, que iba a reiterar la impronta de las constituciones argentinas que siempre fueron constituciones de facción, como fue la del 49”, dijo en aquella charla.

Más de cuatro décadas después, se trataba de llegar, por primera vez, a una Carta Magna consensuada. “Siempre fueron constituciones impuestas por un sector de la sociedad a contramano de otro sector de la sociedad. Procurar un acuerdo que garantizara conceptos en los cuales Alfonsín había trabajado en el Consejo de Consolidación de la Democracia y también los acuerdos llegados entre Alfonsín y Antonio Cafiero cuando este presidía el Justicialismo, eran precedentes de diálogo entre ambas fuerzas políticas para lograr una Constitución que pudiera representar al conjunto”, resumió el exdiputado radical.

Después del “Pacto de Olivos” entre Menem y Alfonsín, se convocó a las elecciones de convencionales constituyentes, que se realizaron el 10 de abril de 1994, en las cuales “cada provincia y la Capital Federal elegirán un número de convencionales constituyentes igual al total de legisladores que envían al Congreso de la Nación”, según establecía el artículo 9 de la Ley 24.309.

En estos comicios, el Partido Justicialista obtuvo 137 representantes, la Unión Cívica Radical 74, el Frente Grande 31, el Movimiento por la Dignidad y la Independencia (Modin) 21, la Unión del Centro Democrático (Ucedé) 4, la Unidad Socialista 3, Fuerza Republicana 7, el Partido Demócrata Progresista 3 y otros 28 lugares se distribuyeron entre distintos partidos provinciales.

En virtud de la nueva Constitución, el domingo 14 de mayo de 1995, Menem fue reelecto por cuatro años más con el 49,94% de los sufragios. La fórmula del Frente Grande, con José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez como candidatos, quedó segunda con el 29,33%. El radicalismo, con Horacio Massacessi, quedó relegado al tercer lugar con apenas un 16,99% de los votos. Así, Carlos Menem se convirtió en el presidente que más tiempo continuado estuvo en la Casa Rosada: diez años y cinco meses, un récord no superado —e imposible de superar— hasta hoy.

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