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7 de noviembre de 2025

El crimen de Matías Berardi, 15 años después: “Una de las cosas que más nos dolió fue la falta de solidaridad”

El caso conmocionó al país. Fue secuestrado en 2010 cuando volvía de una fiesta de egresados. Pudo escapar de sus captores. Se cruzó con al menos tres personas, pero nadie lo ayudó y lo recapturaron. Sus padres hablaron con Infobae: “Por respeto a él, tratamos de sobrevivir y darle felicidad a nuestros otros hijos”

>Están los rastros tangibles. Un tatuaje con su nombre en la piel de sus amigos. Una placa en la que fue su aula. Otra, en la cancha donde jugó. Decenas de fotos. Sus cosas.

Y están los rastros digitales, los de quien creció en los primeros años de Youtube y Facebook. Álbumes en línea donde aparece abrazado a sus amigos, corriendo, inventándose un hueco a la salida de un scrum o parado al costado de una cancha con la camiseta de la selección argentina. A veces se lo ve de perfil: el pelo castaño claro, un revoltijo de ondas; marcas de acné bajo los pómulos; los ojos, claros. También hay videos. Él, de 14, 15, 16 años. Parodia un aviso de Reduce Fat Fast. Explica cómo hacer un avión de papel en un falso episodio de Art Attack. Alto, flaco, doblado de risa, hace reír a los demás.

Acá armé un lugar para recordarlo— dice María Inés Daverio. Es un viernes de mediados de octubre y hace unas semanas se cumplió un nuevo aniversario del asesinato. El lugar al que refiere es una pared cubierta por unas repisas de madera con retratos de sus cuatro hijos. Mientras María Inés invita a elegir un lugar de la casa para hacer la entrevista, en otra habitación su esposo se cambia de ropa. Son casi las cuatro de la tarde y Juan Pablo Berardi acaba de llegar. Salió antes de su trabajo —es veterinario, especializado en caballos— para hablar con Infobae. Los dos están acostumbrados a los periodistas, pero eso no significa que volver al pasado les resulte fácil. Prefirieron que la nota fuera un viernes y no un lunes: aunque eligen recordarlo y homenajearlo —y lo hacen todos los días—, pasar el sábado y el domingo anticipando las escenas a las que tendrían que regresar les resultaba demasiado duro.

La noche del 27 de septiembre de 2010, Matías Berardi salió a divertirse. Fue a una fiesta de egresados en el boliche Pachá, de Costanera Norte, en la Ciudad de Buenos Aires. Convencer a sus padres de dejarlo ir no había sido sencillo. Cumplía años uno de sus mejores amigos y no quería faltar. Insistió, argumentó: volvería en una combi contratada por los padres de los egresados. Juan Pablo fue el primero en ceder. Matías era buen alumno, responsable, protector de sus hermanos más chicos. Nadie podía prever que esa salida tendría otro destino.

Lo trasladaron a un barrio en Benavidez, al norte de la provincia, y lo encerraron en un taller de herrería. El galpón pertenecía a Richard Fabián Souto, quien además de ser el líder de la banda trabajaba como herrero. El lugar de cautiverio estaba a unos metros de la casa familiar de Souto, una vivienda de clase media rodeada de un parque con juegos para chicos.

Era una época de secuestros virtuales, una modalidad en la que los delincuentes pretendían obtener plata mediante un engaño telefónico, fingiendo que tenían a un familiar secuestrado. Pero María Inés no dudó. La amenaza era real. Era la voz de su hijo. Lo tenían.

Mientras sus hijos menores dormían, Juan Pablo salió corriendo de su casa rumbo a distintos cajeros automáticos. Antes de irse, le pidió a su esposa que diera aviso a la Policía.

En el living de la casa de los Berardi, sentados a la mesa familiar, Juan Pablo y María Inés se disponen a recordar. Juan Pablo ya no viste la camisa celeste con la que llegó. Lleva una chomba azul. El relato del día en que todo cambió arranca.

—Quince años es un tiempo significativo: casi la edad que tenía Matías. ¿Cómo vivieron los días previos, el aniversario y los posteriores?

A mí este aniversario me movilizó mucho —dice María Inés—. No sé si fue por el número o por qué. Algunos amigos nos escribieron antes de la fecha, confundidos, recordándolo de antemano. Los recuerdos no se van nunca, aparecen todo el tiempo. Yo sigo muy atada a ese momento. Últimamente, me pregunté mucho por qué lo de Matías fue tan fuerte y creo que tiene que ver con la cantidad de sinsentidos.

Son misteriosas las razones por las que ciertos crímenes impactan más que otros en la sociedad. El secuestro y asesinato de Matías Berardi es uno de esos casos policiales que perdura en la memoria. Lo que ocurrió con Matías lleva a muchos a preguntarse qué habrían hecho y el impacto quizás se relacione con la frustración: la historia pudo haber terminado de otra forma.

Alrededor de las 19.20 del martes 28 de septiembre de ese 2010, Matías logró escapar por un descuido de sus captores. Salió al parque que rodeaba la herrería y alcanzó la calle. Corrió. Pidió ayuda una, dos, tres veces. Gritó que lo habían secuestrado. Preguntó dónde estaba. Golpeó puertas. Intentó subirse a un remís que estaba detenido, pero el chofer creyó que lo estaba por asaltar y arrancó el auto.

—O no quisieron— dice Juan Pablo.

Nadie le prestó un celular. Nadie le abrió la puerta. En su huida, fue interceptado por un Chevrolet Astra conducido por uno de sus captores, quien lo subió al auto y se alejó a toda velocidad rumbo a la Panamericana.

Un llamado de una vecina al 911 permitió identificar a los responsables. La mujer unió las piezas cuando vio la foto de Matías —el pelo castaño claro, un revoltijo de ondas; marcas de acné bajo los pómulos; los ojos, claros— por televisión: comprendió que aquel chico que pedía ayuda en su barrio era él.

En medio del duelo y del reclamo de justicia, Juan Pablo y María Inés buscaron maneras de demostrarle a sus hijos, a los amigos de Matías y, tal vez, a ellos mismos y a toda la sociedad la importancia de ser solidarios. Organizaron eventos multitudinarios, como carreras y caminatas, en las que difundieron imágenes de chicos y chicas desaparecidos, promovieron campañas de donación de sangre y recolectaron ayuda para quienes la necesitaran.

Los responsables del secuestro y asesinato de Matías Berardi fueron condenados en dos juicios. En el primer proceso, en 2013, el Tribunal Oral Federal N° 3 de San Martín dictó Faltaba una pieza. Alexa Souto Moyano, una de las hijas del líder, menor de edad durante el crimen, fue absuelta en el primer debate. La decisión se revocó en 2016. Un segundo juicio, en noviembre de 2022, la consideró coautora del secuestro extorsivo y la condenó a seis años y ocho meses de prisión. Casi quince años después del crimen, en julio de 2025, la Cámara Federal de Casación Penal Mi esperanza es que [al vencer las penas] no vuelvan a hacer daño —dice María Inés—. Todo este tiempo no quisimos transmitir odio. Nos ocupamos con Juan siempre de dar un mensaje de paz, a pesar de lo que pasó. Bueno, espero que la respuesta de ellos, en algún lugar de su corazón, también sea la misma, de paz.

Producción audiovisual, guion y narración: María Belén Etchenique / Realizador: Gastón Taylor/ Edición: Leonardo Senderovsky

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