Miércoles 27 de Agosto de 2025

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27 de agosto de 2025

Tragedia en el Río de la Plata: el vapor de pasajeros que chocó con un carguero y se hundió en 15 minutos

Por el accidente murieron unas 100 personas. Ocurrió el 27 de agosto de 1957, hace 68 años. Las irregularidades en el buque y la tripulación que generó mayor cantidad de víctimas

>El 27 de agosto de 1957 de un atardecer húmedo y despejado, zarpó puntual a las cinco de la tarde de la dársena sur con 78 pasajeros de primera clase, 63 de tercera y 89 tripulantes y personal de servicio. Lentamente, el vapor “Ciudad de Buenos Aires” fue buscando el canal Martín García para dirigirse a su ruta por el río Uruguay. Ya al zarpar, había rozado a una chata arenera.

A las 22:45 el pasaje fue sorprendido por un terrible sacudón. Los que salieron al pasillo, comprobaron que todo estaba a oscuras y que había comenzado a inundarse. Otros, por el impacto, cayeron al agua. No todos sabían nadar.

Se trataba de un vapor construido en Gran Bretaña en 1914, que al año siguiente había llegado al país y pasó a integrar la flota del armador Nicolás Mihanovich para cubrir, junto con su gemelo, el “Ciudad de Montevideo”, el servicio entre Buenos Aires y la capital uruguaya.

Hacia la desembocadura del Río de la Plata navegaba el carguero norteamericano Mormacsurf, de 152 metros, que venía de Rosario y estaba saliendo del brazo del río Paraná para tomar el canal, ganar el océano y poner proa a California.

Iba a considerable velocidad, ya que lo hacía con corriente a favor.

Los dos barcos ocupaban el borde este del canal y, como ocurre en estos casos, ambos tuvieron que virar hacia estribor, maniobra que cumplieron. Pero inexplicablemente el Ciudad de Buenos Aires volvió a hacerlo a babor.

El capitán Silverio Leovigildo Brizuela, que había ingresado a la marina mercante en 1922, le pidió al capitán norteamericano que no retirase el barco, y así impedir que entrase más agua. Pero el “Mormacsurf” se alejó por un efecto de inercia en el momento en que había tirado cuerdas para auxiliar a los pasajeros.

En un intento por tapar el agujero, el carguero intentó apoyarse y lo chocó. El Ciudad de Buenos Aires comenzó a bambolearse y por la cantidad de agua que le había entrado, aceleró su hundimiento.

La desesperación y el pánico se apoderaron de los pasajeros. Muchos en el agua, impregnada del fuel oil, por la rotura de un tanque. Con ese combustible se alimentaban las calderas; otros, agolpados en la cubierta, no sabían qué hacer.

En la cubierta, el capitán Brizuela trataba de mantener la calma, y quedó en evidencia que los marineros no tenían práctica en este tipo de emergencia. Les pedía a los pasajeros ir al centro de la nave para equilibrarla. Era una total confusión en las que se mezclaban las situaciones: el que valerosamente cedió su salvavida a una mujer; la mujer que arrojó su bebé a su marido ya en el agua, que no lo pudo tomar y la criatura se perdió en las profundidades o el hombre que le arrebató el salvavidas a una mujer, o la madre que hacía milagros para mantenerse a flote, sosteniendo con sus brazos a sus hijos.

La fuerte corriente alejaba rápidamente a los náufragos de los barcos que habían acudido al rescate, como el Rastreador Drummond y el Remolcador Pancho. Algunos cuerpos aparecerían a varios kilómetros del lugar.

Rápidamente, se dieron las señales de auxilio por radio y por bengalas. Acudieron al lugar diversas embarcaciones, tanto de la costa argentina como de la uruguaya.

Resultaba complicado el rescate ya que las personas, embadurnadas de combustible, se les escurrían de las manos a los rescatistas.

Uno de los rescatistas había dicho: “No voy a llorar, pero nunca me voy a sacar de mis oídos los gritos de la gente pidiendo auxilio”.

Los sobrevivientes fueron llevados a Nueva Palmira, una pequeña ciudad costera en Uruguay, y también a la isla Martín García y a Carmelo. Desde Colonia los fueron trasladando a Buenos Aires, y en el puerto, el 28 los recibieron familiares y periodistas.

El proceso dejó al descubierto diversas irregularidades. La versión de que el capitán, antes del hundimiento, se encerró en su cabina, y no quedaron claras la causa de su muerte. Algunos arriesgaron que se había suicidado aunque hay versiones que indican que la autopsia practicada a su cuerpo no hallaron orificio de bala.

Se comprobó que la tripulación no había sido entrenada para enfrentar estos hechos y que sin esas falencias se hubiesen salvado más vidas. Los salvavidas pegados con pintura a las paredes del barco y la imposibilidad de bajar los botes fueron agravantes. No hubo acuerdo si realmente había niebla y escasa visibilidad o si era una noche despejada. En el libro “El vapor Ciudad de Buenos Aires y nuestra abuela Clotilde: dos tragedias”, Adriana Silvia de Arriba y Héctor Daniel de Arriba enumeran, con documentación, los puntos oscuros que rodearon este trágico hecho.

Por años, en el kilómetro 136 eran visibles las puntas de los mástiles del buque. En la actualidad, una boya de peligro indica donde descansa para siempre el Ciudad de Buenos Aires.

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