Viernes 22 de Agosto de 2025

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22 de agosto de 2025

De las criptomonedas a la inteligencia artificial: cómo Rusia busca evadir el bloqueo occidental

Con granjas de minería, stablecoins y proyectos de IA, el Kremlin busca sortear las sanciones y blindar un ecosistema digital que le permita sostener su economía de guerra

>La minería de criptomonedas se convirtió para Rusia en algo más que un negocio. Tras la invasión de Ucrania, cuando las sanciones occidentales cerraron el acceso al sistema financiero internacional, el Kremlin descubrió una salida inesperada: transformar electricidad y gas en divisas virtuales que circulan al margen del dólar y fuera del escrutinio de Occidente.

En pocos años, Rusia dejó de ser un actor periférico para convertirse en uno de los principales países en participación del hashrate global, es decir, de la capacidad de procesamiento que sostiene la red de Bitcoin, creando un circuito paralelo de liquidez en pleno corazón de la guerra.

A finales de 2024, estimaciones privadas atribuían a Rusia más del 16% del hashrate mundial, un salto notable desde el 11% de 2021, cuando ocupaba el tercer lugar detrás de Estados Unidos y Kazajistán.

Este ascenso responde a un conjunto de ventajas naturales y decisiones políticas calculadas: las hidroeléctricas siberianas ofrecen tarifas eléctricas muy por debajo de la media europea; el clima frío reduce costos de enfriamiento; y, crucialmente, la legalización de la minería aprobada en noviembre de 2024. Por primera vez, el Kremlin admitía sin rodeos que las criptomonedas no serían tratadas como un fenómeno marginal, sino como una industria útil en tiempos de bloqueo económico.

La devaluación del rublo en 2022 volvió el negocio aún más atractivo. Lo que en dólares parecía rentabilidad modesta, en moneda local se transformó en un incentivo poderoso para que empresas energéticas volcaran parte de su producción a alimentar granjas de criptominería. La ecuación era simple: convertir electrones en monedas digitales para comerciar fuera de los bancos occidentales.

Este proceso no quedó en manos de aventureros, sino de corporaciones con peso en el sistema ruso. BitRiver, fundada en 2017, creció hasta convertirse en el mayor operador del país: 15 centros de datos en funcionamiento, más de 175.000 equipos y otros 14 complejos en construcción.

Sus alianzas revelan la naturaleza del proyecto. Gazprom Neft, filial petrolera de la principal empresa estatal de gas, suministra electricidad a partir de gas que de otro modo se desperdiciaría. EN+ Group, controlado por el magnate Oleg Deripaska —sancionado por EEUU—, aporta centrales hidroeléctricas siberianas. Sberbank, el banco más grande del país, firmó un convenio en 2024 para impulsar la “soberanía digital” junto con la minera.

Putin reconoció que Rusia se convirtió en líder mundial en minería de criptomonedas, gracias a excedentes de energía y clima frío. Pero advirtió que ese boom minero empieza a causar apagones en regiones clave, lo que exige nuevas regulaciones.

En diciembre de 2024, el ministro de Finanzas, Anton Siluanov, confirmó que Rusia ya autoriza el uso de criptomonedas —incluido el Bitcoin minado en su territorio— para pagos relacionados con el comercio exterior, como una respuesta legal implantada en 2024 para sortear sanciones occidentales.

Este miércoles, En paralelo a esa apuesta por monedas privadas, el Banco de Rusia acelera el desarrollo de su propia divisa digital. El rublo digital se presenta oficialmente como un proyecto de modernización de pagos minoristas, pero en la práctica busca también abrir canales de liquidez fuera del radar internacional. Tras varios ensayos piloto en 2024 y 2025, la autoridad monetaria fijó como fecha de inicio de la introducción masiva el 1 de septiembre de 2026, con obligatoriedad para los grandes bancos y comercios, y un plazo extendido hasta 2028 para el resto del sistema financiero.

El siguiente movimiento del Kremlin apuntó más allá del Bitcoin. Putin lo había dicho en 2017 con una frase que resuena hoy: “Quien se convierta en líder en IA dominará el mundo”.

Pero no era solo ambición futurista. Para Rusia, apostar a la inteligencia artificial es otra forma de escapar las sanciones. Si Estados Unidos y Europa pueden bloquear chips, software o servicios en la nube, el país necesita alternativas propias para no quedar digitalmente paralizado.

El contraste con la realidad es duro. La fuga de decenas de miles de programadores tras la invasión a Ucrania vació gran parte del talento necesario. Los cortes en suministro de semiconductores occidentales redujeron la capacidad de entrenar modelos avanzados. Desde 2017, Rusia logró producir apenas tres modelos de gran escala, frente a más de 150 en Estados Unidos y Aun así, el Kremlin persiste. La IA es vista como un terreno donde todavía se puede ganar ventaja, especialmente en defensa y vigilancia interna.

El panorama es desigual. En el terreno civil, los resultados son pobres. GigaChat de Sberbank y Alice de Yandex no se acercan a la calidad de ChatGPT. Funcionarios rusos recurrieron incluso a herramientas occidentales prohibidas en su propio país para campañas de desinformación.

Las cifras globales subrayan la desventaja. En 2024, la inversión privada en IA en Estados Unidos llegó a 109.000 millones dólares, contra 9.300 millones en China y montos marginales en Rusia.

El resultado es una paradoja difícil de resolver. Rusia obtiene beneficios rápidos del “oro digital” de las criptomonedas, pero apuesta a una carrera tecnológica de largo plazo en desventaja frente a las potencias.

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