Sábado 4 de Enero de 2025

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2 de enero de 2025

Cuando las etiquetas y el autodiagnóstico profundizan los padecimientos en salud mental

Las soluciones mágicas que se proponen por fuera de los ámbitos profesionales aumentan la confusión y pueden perpetuar dolores. La importancia de una atención respetuosa y singular

>Nunca viví una época con más etiquetas y soluciones mágicas al Una paciente adulta llegó al consultorio y me dijo: “Soy TDAH” (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad). Luego explicó que fue diagnosticada tardíamente porque, según comenta: “Es algo que siempre tuve, pero antes no se conocía”. Las etiquetas alivian transitoriamente, pero En estos días escuché a una streamer decir con entusiasmo que el día anterior, gracias a un “test” que le hizo una psicóloga, le diagnosticaron autismo.

El video tiene cientos de miles de reproducciones, y entre los comentarios destacan las voces de madres de niños y jóvenes diagnosticados con autismo. Estas mujeres manifiestan su indignación por lo que consideran una ligereza preocupante en la manera de hablar sobre algo tan serio.

Por otro lado, una conocida me comparte con alegría que finalmente encontró una psicóloga que también es astróloga, que esta característica le parece mucho mejor porque puede comprender las implicancias de ser de un signo y no de otro.

Hace tiempo vengo pensando en algunos nuevos enfoques, sobre todo publicitados en redes sociales, no en ámbitos académicos, basados en simbolismos generales.

Me recuerda al Freud inicial, el de: “La interpretación de los sueños”(1899/1900), que argumentó en una sección completa de este trabajo y por la influencia de Wilhelm Stekel, la simbología para interpretarlos.

Días después, escucho en la radio a una médica cardióloga hablar sobre constelaciones familiares y salud mental. Pienso en el daño que ocasionaría si yo, como psicóloga, me ofreciera a tratar enfermedades coronarias. Sin embargo, el camino inverso parece no solo aceptado, sino también celebrado en ciertos espacios. La salud mental siempre estuvo en otro plano, uno que algunos creen más permeable y que otros tantos se atreven a ejercer sin matrícula habilitante, aunque sea mala praxis.

Esta ligereza y confusión invisibilizan el dolor de quienes realmente atraviesan condiciones complejas. He visto también la transmisión en vivo en redes sociales de sesiones con niños, como si fuera un espectáculo.

Urge cuestionarnos cómo llegamos aquí y, más aún, qué caminos podemos tomar para devolverle a la salud mental la seriedad y el cuidado que merece.

El aporte de Lacan, al plantear que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, introdujo una perspectiva fundamental.

Los síntomas y las formaciones del inconsciente no son meros códigos universales, sino que están determinados por la historia única del sujeto y su relación con el lenguaje. Esto resalta que cada paciente requiere una escucha singular y una interpretación que respete la subjetividad, alejándose de cualquier generalización o solución simplista.

Estas adaptaciones se basan en mecanismos de defensa que nos ayudan a soportar esos momentos difíciles y, en algunos casos, a sobrevivir. Luego, en la vida adulta, pueden convertirse en fuentes de disfunción, trastornos de ansiedad, trastornos alimentarios, pánico y los nombres con los que se nombra el dolor, el miedo y la angustia.

Entonces, cuando estamos frente a una persona que porta una etiqueta y cree que eso de alguna manera aliviará su dolor, debemos pensar, con compasión, que es probable que su conducta esté comandada por los mecanismos que usó de pequeño y una maraña de palabras que lo preceden y hablan de él, sin que lo sepa.

Un ejemplo claro es la preocupación acerca de la ludopatía en los adolescentes, un problema muy grave. Los proyectos de ley son excelentes, y seguro lograrán trabajar en prevención, concientización y recursos para ayudar a los jóvenes.

Cualquier persona no puede atender en salud mental, porque en este campo se trabaja con las raíces mismas del dolor humano, muchas veces invisibles y profundamente arraigadas. Tampoco permitiríamos que alguien que no es cirujano lleve adelante una operación, en salud mental es igual.

Dice Gabor Maté, el médico húngaro que creó el enfoque de la indagación compasiva, en una conferencia en Canadá: “Así que cuando dices que alguien ‘tiene TDAH’, estás describiendo cosas verdaderas sobre la persona: tiene problemas para prestar atención, tiende a desconectarse fácilmente, se aburre con facilidad, puede tener un mal control de sus impulsos, tal vez tenga dificultad para permanecer quieta, necesita ser hiperactiva. Todas esas son descripciones exactas de sus comportamientos, pero con eso no explicas mucho. La persona no es así o ‘asá’ porque tenga TDAH”.

Las personas somos más que los trastornos que padecemos. Esto, que puede parecer una verdad de Perogrullo, no deja de legitimarse a nivel social: “Soy TDAH”, “Soy autista”.

Abordar el sufrimiento psíquico exige no solo conocimiento, sino también rigor y responsabilidad. Hace rato renunciamos al furor curandis. Acompañar a un sujeto a revisitar los fantasmas de su pasado, como testigo, es una de las experiencias más honestas que se puedan transitar como paciente y como analista. Y no es fácil para ninguno de los dos y tampoco se hace de cualquier modo.

Las personas enferman a diario, pero también obtienen un beneficio secundario de sus síntomas: no conocer la verdad de su padecimiento, porque conocerla implica dolor, y se imaginan que será devastador. Pero no es así.

Esa travesía otorga una dignidad que hace que la vida recobre autenticidad. Y todos sabemos que al final, y por más vueltas que demos, todo comienza en la infancia: las marcas, las heridas, los traumas, pero también las primeras oportunidades para sanar.

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