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2 de enero de 2025

Viaje a una playa secreta africana, la joya turística de Túnez: vistas al mediterráneo y huellas del Imperio Romano

Andrés Salvatori cuenta cómo fue su visita a esta localidad que se accede en tren desde la capital del país. Las particularidades de la arquitectura de influencia turca y las mujeres musulmanas que no usan malla

>Andrés Salvatori es un viajero argentino que recopiló sus historias en el libro “Correcaminos”. A continuación un relato de su visita a Túnez. Nos alejamos del sector céntrico de la capital tunecina. Salimos desde la estación de Túnez Marine. Usamos el eficiente servicio del subte, cuyas primeras líneas entraron en funcionamiento a principios de la década de 1980. Ingresamos al vagón casi primeros, por lo que podemos sentarnos junto la ventanilla, disfrutando del aire que entra por ella, porque en el vehículo hace bastante calor, en especial después de que, tras unas paradas, la capacidad está al máximo, con varias personas de pie. Una mujer con un pañuelo blanco y negro que cubre su cabeza nos mira con indiferencia; un grupo de jóvenes adolescentes se gritan y ríen a carcajadas; muchos se distraen atraídos por las magnéticas pantallas de sus celulares, como en otros transportes públicos de otras partes del mundo.

Con el tiempo los materiales con los cuales había sido edificado fueron derivados para otras construcciones, cayendo en desuso, aunque años atrás fue restaurado y hoy en día se los utiliza para distintos tipos de espectáculos musicales y teatrales. Por ejemplo para el Festival de Cartago que se realiza cada año durante julio y agosto, aprovechando, al igual que en muchas otras ciudades del Mediterráneo, las cálidas temperaturas nocturnas. Nos sentamos un instante en lo alto de sus gradas de piedra e imaginamos una función de hace milenios. Sentimos por un instante la historia y enseguida volvemos a ponernos en movimiento. Nos subimos de nuevo al subte. Nos alejamos más de la capital de Túnez. La veloz formación celeste se moviliza hacia el noreste, acercándonos hacia el punto final de nuestro recorrido. Ya no tan cómodos como en el tramo anterior, ahora de pie, nos aproximamos a una ventanilla. El subte aminora su marcha y se detiene, las puertas se abren y nosotros, al igual que el resto de los pasajeros, comenzamos a caminar.

Estamos en Sidi Bou Said.

Apenas salimos de la estación, advertimos todo el encanto del pueblo, cuyas calles empezamos a transitar. Sin perder tiempo nos asomamos a uno de los balcones que dan desde bien arriba hacia el mar y enseguida entendemos porque pintores, filósofos, escritores y músicos de todo el mundo han llegado a Sidi Bou Said buscando su inspiración. La vista es impresionante, con el azul profundo del mar combinándose con el del cielo, con una transición hacia tierra firme a través de la zona del puerto, salpicada del blanco de incontables embarcaciones que lo hacen aún más pintoresco. Nos movemos unos metros y encontramos al faro, que le daba el nombre al pueblo antes de cambiarlo por el actual Sidi Bou Said, un místico que vivió en el siglo XIII y se convirtió en patrón de la ciudad.

Desde una de las angostas calles que se asoma paralela a la costa, apreciamos toda la belleza del Mediterráneo en su costa africana. Tentados por el ruido y el color del mar, distinguimos un sendero que baja hacia la costa. Pocos minutos después nos sacamos nuestro calzado y sentimos la suavidad de la arena, La playa es de un tamaño intermedio y en ella hay mucho movimiento. Vemos muchas familias, grupos de amigos y notamos también que, más allá del carácter internacional del sitio, la mayoría de las personas son locales o al menos musulmanas. Una prueba de ello son casi todas las mujeres, que se bañan con los pañuelos en sus cabezas e inclusive con sus largos vestidos puestos, más allá de la incomodidad y del calor imperante, evidencia de lo que la religión les impone. La única excepción que vemos es una chica, tendrá unos veinte años, cabello recogido pero sin nada sobre él, la parte de arriba de la malla y un short muy corto, que no parece llamar la atención de nadie, como una más del grupo de post adolescentes del que forma parte, y que se zambulle en el mar. Nos acercamos al agua y nos damos un baño. No es del todo transparente, pero más allá de su calidez, nos ayuda a refrescarnos.

Como si fuera la proa de un barco, Túnez se abre paso en el Mediterráneo en el extremo norte de África, Con mil trescientos kilómetros de costa, seiscientos de los cuales son de playas, múltiples son las opciones para disfrutar frente al mar y Sidi Bou Said es una de ellas, adicionando el plus que proporciona la escenografía pintoresca del pueblo en sí mismo, Después de sentir la tibieza de la arena, volvemos a la parte más elevada de la ciudad y nos sentamos en un bar, a esperar el atardecer. A un lado un enorme televisor despliega imágenes de un grupo musical que canta en árabe. Nuestra mirada lo ignora y se dirige hacia el otro extremo, la pantalla natural está ahí abajo. La función es diaria y gratuita.

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