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15 de noviembre de 2024

Quién ganó el debate Caputo vs. Saadi por el Beagle: nubes de Úbeda, chácharas y 2 horas que paralizaron al país

Se cumplen 40 años de ese momento muy recordado de la TV nacional . Cómo fueron los cruces al aire, la conducción de Bernardo Neustadt y el resultado del plebiscito

>Nubes de Úbeda, puras Chácharas, mapas demarcando límites, un canciller engolado pero preciso, un viejo líder peronista confuso, acusaciones de traición a la patria, algunos gritos, un conductor en el pico de sus habilidades profesionales que transpiraba oficio en cada movimiento, una paliza dialéctica, una cuestión de soberanía nacional, una multitud paralizada mirando un debate en el prime televisivo.

Empezó como los viejos duelos. Una discusión pública que en algún momento llegó al grado de ofensa. Y el desafío. En vez de elegir padrinos o armas, Dante Caputo le propuso a Saadi debatir en público. Después, todo el mérito fue del olfato periodístico, del timing preciso para el show, de Bernardo Neustadt. Se ofreció a organizar un debate en un país en el que eso no era costumbre (a lo sumo había algún antecedente que tenía más de una década de antigüedad como Las Dos Campanas, pero muy alejado de un formato más organizado y menos parecido a Polémica en el Fútbol). Y, por supuesto, a ser él el moderador.

Resolver el tema del Beagle fue una de las prioridades diplomáticas del gobierno de Raúl Alfonsín. Dante Caputo, el canciller, reveló tiempo después: “Luego de la primera semana de gobierno, Alfonsín me llamó a la Casa Rosada y me dijo: ‘Esto hay que resolverlo en el más corto plazo. Así que métale con esta cuestión’”.

Caputo y su equipo hicieron un buen diagnóstico de la situación. Sabían que debían resignar mucho porque había situaciones que no tenían punto atrás. A pesar de eso podían sacar algún partido de eso y tratar de atenuar la situación, o al menos de que se sufrieran los menores daños posibles. Sabían que era un proceso diplomático que distaba de ser ideal pero que debían aprovechar el momento histórico para eliminar la incertidumbre.

Con el decreto 2.272 de julio de 1984, Alfonsín determinó que hubiera una consulta popular para la aprobación de tratado de límites con Chile en la zona del Canal de Beagle de acuerdo al resultado de la propuesta de la mediación papal.

Pero Bernardo Neustadt, principal periodista político de la televisión desde hacía años, aprovechó la ocasión. Se apropió de la cuestión y organizó el debate de inmediato; también lo dotó de reglas claras, acudiendo al modelo de los debates presidenciales norteamericanos.

El debate se realizó diez días antes de la Consulta Popular. Ese fue un mecanismo ideado por Alfonsín con ingenio. Quería tener el apoyo de la población para luego, en tiempos de popularidad más baja -que inevitablemente sobrevendrían- no ser acusado de entreguista. Las tres islas del Beagle quedarían para Chile, pero Argentina lograba reconocimiento de una gran zona de Mar y se mantenía el principio del Atlántico para nuestro país y el Pacífico para Chile. La consulta no era vinculante pero un triunfo masivo de alguna de las dos posturas sería imposible de desconocer. Se votaba “Sí” o “No”. Sólo dos boletas cortas que indicaban la postura de cada uno frente al Tratado de Paz y Amistad a firmar con Chile. El Presidente se comprometió a respetar el resultado.

La noche del jueves 15 de noviembre de 1984 fue la elegida. Lo emitió Canal 13 pero cualquier emisora del país podía tomarlo sin costo. Así lo hizo también ATC. Dos de los cuatro canales de aire de Capital y Gran Buenos Aires lo televisaron. Duró algo menos de dos horas y tuvo un rating enorme.

Las imágenes exhiben una escena fechada, de otra época. Una televisión más pobre, sin tanto énfasis en el espectáculo. Un estudio desnudo, un atril alto para Neustadt, dos escritorios largos y feos, más pertinentes para oficinistas que para oponentes televisivos. Detrás, tres grandes pizarrones blancos sobre atriles y algún mapa dado vuelta que sería blandido en la discusión. Sobre la mesa, los papeles de cada uno, un vaso de agua del ancho de una cacerola y un cenicero para Caputo. La falta de costumbre y el ritmo televisivo moroso de la época hicieron que el moderador leyera las reglas del debate a su inicio. Punto por punto. No dio nada por sentado. Esta operación consumió cinco minutos. Sin embargo, se ve a un Neustadt dueño de la situación: suelto, locuaz, dinámico, teatral: a la distancia el oficio demostrado produce cierta fascinación. Le promete a Saadi ser imparcial: “Le agradezco que aceptase que yo fuera el moderador sabiendo mi postura. Yo debo pagarle y lo voy a hacer: seré neutral”, dice.

El primer turno fue para el senador catamarqueño que abogaba por el “No”. Acomodó sus papeles y comenzó a leer. Nunca levantó la vista ni miró a cámara. El contenido era una mezcla de arenga nacionalista con epítetos contra el canciller. Afirmó que se trataba de la peor derrota diplomática argentina en lo que iba del siglo, que el Tratado era una verdadera acta de rendición.

Saadi se excedió en su tiempo de exposición. Sería una constante. Ni una vez respetó esa regla. Cuando le tocó el turno al canciller de abundante pelo canoso, particular bigote y voz de ultratumba, su exposición fue lo opuesto. Habló siempre mirando a cámara, se dirigía al público y fue contestando los agravios e imputaciones de Saadi. Recuerda el tema que los llevó hasta ahí: “El Senador Saadi va a tener que demostrarnos esta noche por qué aquí hay traición. Es una palabra bien grave, seria, profunda que debe mostrarse no con adjetivos sino con razonamientos”. Luego desmenuzó los errores históricos en que había incurrido el catamarqueño.

En el segundo bloque llegaría lo mejor. Allí debían intercambiarse preguntas y respuestas de no más de tres minutos de duración. De nuevo empezó Saadi. Leyó algo que no era ni una pregunta ni una respuesta. Caputo aprovechó su tiempo y le preguntó a Saadi en qué parte del Tratado decía algo que había afirmado el catamarqueño. Allí comenzó un segmento surrealista. Saadi se sorprendió al recibir la pregunta pese a que era lo pautado. Le pidió al otro que la repitiera. De inmediato volvió a tomar sus papeles y luego de acusar exaltado a Caputo de no haber respondido su pregunta -que no había existido- se puso a leer otra cosa. Al llegar al final de una página no encontraba la que seguía.

Lo siguiente fue un gag perfecto: el senador con un manojo de papeles apretado contra su pecho rebuscando en el escritorio durante unos cuantos segundos hasta dar con la hoja que le permitía seguir. Al terminar fue el turno de Caputo que con elegancia remarcó que Saadi no había respondido (el Senador en esos momentos en que era refutado miraba con ojos entre sorprendidos y ausentes como si no estuvieran hablando de él). Apenas el Canciller comenzó a contestar lo preguntado, el catamarqueño empezó a los gritos. Se quejaba con indignación que no le estaba respondiendo. Caputo giró y miró a Neustadt, el moderador. “Perdón pero había unas normas”, dijo. La indignación mucho más que por haber sido interrumpido era porque su rival no respetaba las reglas de juego consensuadas.

Una digresión: Mario Sapag tenía un programa cómico en el que con sus imitaciones encabezaba el rating. Sus caracterizaciones eran algo burdas, de trazo muy grueso. Desde hacía tiempo que Dante Caputo era uno de sus caballitos de batalla: la voz gruesa, el bigote peculiar, el refinamiento y un aura de gravedad lo hacían fácilmente imitable. Mario Sapag aprovechó esos rasgos y una cierta ingenuidad pública. El cómico no se perdió de recrear el debate encarnando los dos roles. Su Saadi era gracioso: aflautaba la voz cuando se ponía nervioso, disparaba chácharas y nubes de Úbeda para todos lados y encontró un gran gag: lo hacía revolear papeles desorientado, buscando la hoja en la que estaba su respuesta; en algún momento hasta caían hojas del cielo. Poco después, Sapag disfrazado de Caputo ingresaría a la residencia de Chapadmalal para ver a Alfonsín violando la seguridad presidencial: eso generó un módico escándalo.

El debate tuvo un claro ganador. No hubo equivalencias entre los contendientes. Saadi era el pasado. Pero tan pasado que pareció que no había oído nunca hablar del debate Kennedy- Nixon y la influencia de la imagen para el televidente/votante. Más allá de los argumentos de cada uno, los gritos, el tono exasperado, el no respetar las normas, la falta de solidez fueron determinantes para instalar la posición del gobierno en la opinión pública.

Las encuestas nunca fueron fiables, pero antes del debate daban un panorama incierto. Tanto es así que el presidente Alfonsín se puso la campaña al hombro y aprovechó su arraigo en la gente y su descomunal talento de orador. Cuatro días antes de la votación hizo un acto en la cancha de Vélez Sarsfield para casi 70 mil personas. Alegó por la unidad latinoamericana, recordó Malvinas, dio un discurso ecuménico incluyendo a la oposición (“Este no es un problema partidista. El gobierno no pretende que los que votan por el SÍ estén de acuerdo con otras posturas del gobierno. No buscamos el apoyo del gobierno sino el futuro de los hijos de la Argentina”, aseguró), tuvo sus momentos de “un médico a la derecha” y fijó sus dos grandes obsesiones, los temas que se repiten en todas sus participaciones públicas de entonces: la paz y la democracia.

El peronismo más ortodoxo, que no quería reconocerle una (otra) victoria al radicalismo de Alfonsín, salió a denunciar irregularidades. Nilda Garré mostró que votó en dos lugares diferentes; en cada sobre dejó una consigna aclarando que lo hacía para mostrar el fraude. Algunos pidieron que fuera juzgada porque eso constituía una confesión de delito.

Cuando ya en marzo de 1985 se procedió a la votación, los senadores de la oposición se pasaron más de un día presentando objeciones. Impugnaron cláusulas y acusaron a alguien del gobierno de presentar mapas adulterados y apócrifos. 48 horas después, el Senado argentino aprobaba el Tratado de Paz y Amistad con Chile que zanjaba una discusión centenaria.

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