28 de octubre de 2024
“Yo no quería nacer en un país radiactivo”

Natalia Litvinova vivió hasta los diez años a pocos kilómetros de Chernobyl. A los niños de la zona les decían “luciérnagas” y así se llama la novela con la que ganó el Premio Lumen. Esta nota es una versión del newsletter “Leer por leer”
La historia de Natalia Litvinova tiene que con otras cosas -y muy trágicas- pero también tiene que ver con eso, con venir de lejos y asentarse. Y me hace acordar que nunca es fácil ni leve, ni alegre eso de dejar la gente de uno, la lengua de uno, el paisaje de uno, e ir a inventarse a otro lado. Puede salir bien, pero no es así nomás.
Natalia nació en Gómel, a menos de 140 kilómetros de Chernobyl, cinco meses después de que en la central nuclear hubiera una explosión que liberó radiactividad como para afectar a casi ocho millones y medio de personas. Todo estaba contaminado, el cielo amenazaba, la lluvia ¿hacía caer la nube radiactiva? A quienes vivían cerca los empezaron a llamar “luciérnagas”. Se entiende por qué.Luciérnaga es ella, niña de la radiactividad. Luciérnagas sus amiguitos de la escuela, que juegan a que esa manzana que le dio a uno su abuela viene de “la Zona”. Lo dice así: “Mi abuela se acerca a la Zona y recoge la fruta, de paso visita su pueblo, que no queda muy lejos de ahí”.
Hay mucho para contar. Me impactó la escena del nacimiento de Natalia. La mamá está sola, el padre en su trabajo, en una fábrica de fósforo. La madre llama pero hay un incendio, no le pueden avisar. Sale, va a parir en cualquier momento. Va a la parada del colectivo. Ahí, en la fila, rompe bolsa. “La mujer que estaba en la fila sintió compasión e intentó secarle las medias con un periódico. Mamá la espantó como a una mosca”.
Está chorreada cuando llega el colectivo. El chofer trata de impedir que suba pero no hay fuerza de la naturaleza que pueda lograr semejante cosa. Cuando la mujer siente que no da más ordena que el autobús siga hasta el hospital sin parar. Un buen hombre de los que nunca faltan grita que de ninguna manera porque tiene que llegar a la oficina. Una anciana sugiere que vaya para el fondo y tenga a su bebé ahí. Llega, es obvio. De alguna manera, llega. Acá está Natalia.Porque la Segunda Guerra Mundial estaba por todos lados. “Cuando íbamos al campo de mis abuelos pasábamos tanques, que son monumentos. Nosotros trepábamos sin saber, sin entender que estábamos subiendo sobre los huesos de los soldados anónimos”.
Así, un día cualquiera. Y la radiación como un zumbido. “Mi mamá, cada vez que llovía y el cielo se ponía rojo, quizás atardecía, decía ‘lluvia radioactiva’. Y todas las mujeres corriendo a abrazar a sus hijos. Y yo no entendía por qué hacía eso. Pero para mí ya se había vuelto algo natural. Sí, crecí como una niña radioactiva. Pero a los seis o siete años, yo pensaba que todo el mundo era radioactivo. Yo pensaba que quizás en Estados Unidos la gente también era radioactiva. O en Francia. ¿O sea, por qué iba a ser distinto?”.Un día la mamá va a una sesión espiritista, de esas en que se juega con una copa y un plato. Pregunta esto, aquello. Y adónde se tienen que mudar. La copa lo sabe: “El plato finalmente se movió, con una lentitud que a mamá le pareció desesperante, hacia cada una de las letras que formaban la palabra ‘Argentina’”.
Sí, eso dice la novela. Así que ahora le pregunto, bueno, qué pasó en la realidad. “Eso no lo inventé. Eso me lo contó mi mamá con mucha seriedad”, me dice ella. En dos patadas levantaron campamento y cruzaron medio mundo. Antes de entender dónde estaban, Natalia y su hermano estaban en una escuela porteña en la que no comprendían una palabra. “Lo más salvaje para mí fue que entendí que existía algo como el bullying, que la escolaridad soviética no permite porque no podés hablar con tu compañero de banco”, cuenta, y uno no sabe qué es peor.Pero si esa abuela es dura y sin embargo cariñosa peor es la otra, la madre del padre, por algo que no aparece en el libro. El padre no aguanta el exilio y vuelve y muere enseguida. Y cuando Natalia quiere hablar con su abuela… ay.
Voy a contar mucho más en estos días cuando publique la entrevista. Mientras tanto, el libro se puede leer en formato digital en este link o escuchar en este link.Este viernes se cumplen 86 años del suicidio de Alfonsina Storni. Ya sabés, la poeta argentina, de voz fuerte y destino trágico. El año pasado con Leamos, la editorial digital de Infobae, Es hermoso y un poco conmocionante escuchar esos brutos textos al oído. Dura 20 minutos, después me contás cuáles te gustaron más.
1. “No quería nacer en otoño en un país radiactivo. Pero el médico me sacó a través de un corte realizado con bisturí, y con los pies toqué la tragedia, mientras que con las manos intentaba aferrarme a las entrañas de mi madre”.
3. “El viento llevó la radiación a Gómel y la contaminación fue inmediata. Poco tiempo después, mamá consideró que debíamos mudarnos. Una amiga de Moscú le sugirió que fuera a ver un departamento que estaba en venta. Pero cuando los dueños se enteraron de que éramos de Gómel nos rechazaron, dijeron que no querían saber nada de nosotros porque podríamos contaminar a todo el edificio. Nos llamaron ‘luciérnagas’, como si fuera un insulto”.
—¡No! —gritó Vera, golpeando el banco con el puño y agachándose para verme desde abajo, como si esa fruta y yo fuéramos su objeto de estudio”.
5. “Mientras en la tele mostraban a un hombre rompiendo a martillazos el Muro de Berlín, mi madre y sus amigas sacaban de los baúles las cortinas de seda, las sábanas y los manteles de encaje que les habían dado sus madres para que pasaran de generación en generación. Y con esa tela nos cosían ropa a nosotros, sus hijos todavía sin memoria”.7. “Mamá nunca quiso contarme lo que le dijeron en la embajada. Solo mencionó que quedó seducida por la información que le brindaron y que años después, ya en Argentina, se dio cuenta de que le habían mentido: ‘Maquillaron la realidad’”.
9. “¿Y si ya soy radiactiva?”.
* Este artículo reproduce el newsletter “Leer por leer”, que se entrega los jueves. Te podés suscribir * Si querés contarme algo de lo que estás pensando o leyendo, escribime a * Versiones anteriores de este newsletter están recogidas
COMPARTIR:
Comentarios