10 de septiembre de 2024
Los canallas también pueden ampararse en sus derechos
Los más de 50 acusados de violar a Gisèle Pélicot por “invitación” de su esposo durante diez años denuncian ataques e insultos luego de la difusión de sus nombres. Varios tienen antecedentes de violencia de género y pedofilia. En el juicio salieron a la luz datos de la personalidad del ideólogo del sorprendente crimen sexual
Tienen razón. Varios colectivos feministas están haciendo circular la lista con el detalle de los obreros, policías, carpinteros, técnicos y profesionales, padres de familia y buenos vecinos de todas las edades que acudieron al llamado del marido que disfrutaba al ver cómo su esposa casi muerta era violentada por uno, dos o tres hombres a la vez, como describió la víctima en el juicio. Y también están repitiendo cada vez que pueden la frase “La vergüenza tiene que cambiar de lado”, que ya se convirtió en un lema.
Muchos de los acusados tenían antecedentes por violencia de género o pedofilia. La mitad admite haber estado en la habitación de los Pélicot y haber tenido sexo con la mujer. Y dicen eso, que tuvieron sexo con ella. No aceptan que fue una violación, sostienen que el permiso del marido los habilitaba y que, además, creían que ella “se hacía” la dormida. La mujer como propiedad del hombre y también como objeto sexual. La palabra consentimiento, absolutamente fuera del radar.
Si no fuera tan dramático e inconcebible, si no fueran esos mismos hombres quienes colaboraron en el tormento de una persona que pasó años con fatiga crónica, problemas de memoria, enfermedades de transmisión sexual y lesiones en el cuello uterino que ninguno de los médicos que la vio durante ese tiempo asoció con violaciones o abusos sexuales en continuado, habría que preguntarse cómo se atreven a hablar así de una mujer todavía hoy.Si hacía el registro visual de esas versiones aberrantes de La bella durmiente era por perverso, claro, pero también como reaseguro en caso de que alguno de ellos amenazara con denunciarlo, algo que comenzaba a suceder. Uno de los expertos en personalidad que lo trató señaló que Pélicot le había dicho que “algunos se estaban volviendo exigentes, otros estaban dispuestos a denunciarme ante mi esposa, ya no podía controlarlo todo”.
Quise conocer su opinión sobre el caso Pélicot y sobre esta novedad, la de la denuncia de los denunciados y el modo en que sienten vulnerados sus derechos. Esto respondió:Ellos van a usar la ley para amedrentar a la víctima. Es típico de la puesta en escena que es cualquier juicio, pero mucho más juicios como estos, reveladores y sintomáticos de un estado de la sociedad. Ahora empieza la obra de teatro y ellos van a dar vuelta las cartas. Es parte de la tortura que tiene que vivir cualquier persona que denuncia algo”, explicó.
“Citando a Hannah Arendt, que habló de la banalidad del mal en otros contextos políticos, por supuesto, lo que asombra en este caso es la supuesta, comillas, banalidad de los acusados, que haya hombres de todo tipo, de toda clase social, de todas las edades, gente más adinerada, menos adinerada, con hijos, sin hijos y que hayan sido todos vecinos.
Pélicot no tuvo que hacer una expedición por toda Francia para buscar violadores. Por eso siempre me parece una estafa acusar a alguien de monstruo. Monstruos, en absoluto; más humanos, imposible. Y, por otro lado, lo interesante es que más allá de que puede ser una estrategia de defensa, muchos de ellos dicen que no fue una violación porque no tuvieron la intención de violar. Entonces llevan la moral a su mínima exponencia, la de decir que, en tanto que yo, en mi cabeza, no estaba cometiendo un crimen, no es un crimen. Eso me parece muy revelador de cómo funciona la cabeza del ser humano.”Los análisis psiquiátricos del principal acusado hablan de una personalidad escindida entre el abuelo amoroso y el hombre que da rienda suelta a su fantasía sexual. Dos partes de una misma persona que andan por vías paralelas y no se tocan entre sí. Hablan también de un hombre sin empatía y que ve a su pareja como un objeto para satisfacer necesidades sexuales y narcisistas. De hecho, él mismo señaló que el plan criminal comenzó a gestarse en su cabeza cuando su esposa se negó a tener intercambios sexuales con otras parejas. Él seguía consumiendo Viagra y expresaba necesidades sexuales urgentes pero Gisèle ya no viajaba en ese mismo tren. El amor que dice tener por la mujer con la que estuvo cincuenta años se transformó entonces en odio y necesidad de posesión y venganza.Una de las psicólogas que habló en el juicio apuntó a eso al señalar que Pélicot proviene de una familia “con una historia confusa, marcada por ciertos secretos, donde sobrevuela el fantasma de las relaciones sexuales con menores”. Esto último se relaciona con un dato extraño que es la adopción de una nena con discapacidad mental y las sospechas de varios miembros de la familia de que el padre de Pélicot abusó sexualmente de la criatura.
Paul Bensussan, otro de los psiquiatras que habló, señaló que algunas personas afirman haber sufrido violencia sexual para victimizarse. Y dijo también que las personas que son víctimas o testigos de violencia sexual tienen más probabilidades de convertirse ellos mismos en perpetradores o víctimas. De hecho, en otras causas de intento de violación con arma y de violación seguida de muerte se investiga la participación de Pélicot.
En prisión hace tiempo, no suele hablar demasiado aunque se queja del procedimiento judicial, que redujo a la nada todo aquello que armó a lo largo de los años, como su familia. Según señalaron los psiquiatras, Pélicot está convencido de que lo que destruyó su vida no fue su accionar sino el juicio. “Todo podría haber seguido bien”, suele decir. “Gisèle no habría sabido nada y habríamos seguido siendo felices”. Las personas suelen tener muchas veces ideas excéntricas de lo que es la felicidad.
Se sabe que está muy enojado con su hija por haber escrito un libro en el que hizo público el caso. A Gisèle no le pasó nada de esto último, es cierto. Durante diez años, ella fue abusada en un estado absoluto de inconciencia por su marido y por decenas de extraños que, fuera de esos encuentros perversos, aparentaban ser hombres normales, buenos tipos, como los describen sus esposas y como describió a la Policía en su momento la propia víctima al suyo.A ver si nos entendemos: ni la edad protegió a Gisèle P. de la cultura de la violación.