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5 de agosto de 2024

A 85 años del fusilamiento de “las Trece Rosas”: las cartas y los testimonios íntimos de uno de los peores crímenes del franquismo

El 5 de agosto de 1939, a la salida del sol, trece mujeres de entre 18 y 29 años fueron sacadas de sus celdas de la Cárcel de las Ventas, en Madrid, y fusiladas contra el paredón de un cementerio. La Guerra Civil había terminado cuatro meses antes, pero el franquismo en el poder pretendió con sus muertes escarmentar y disciplinar a todas las mujeres republicanas. Las cartas que escribieron antes de morir y se convirtieron en símbolo de resistencia

>Lo único que les permitieron la noche del 4 de agosto de 1939, cuando ya sabían que al día siguiente iban a morir, fue escribir una carta, una sola cada una. En su celda de la Cárcel de Mujeres de las Ventas, con los ojos heridos por la falta de luz y la sal de las lágrimas, Blanca Brisac quiso hacerle llegar un último mensaje a su hijo, al que ya no vería crecer. “Voy a morir con la cabeza alta. Sólo te pido que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor. Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí. Hijo, hijo, hasta la eternidad”, escribió con letra firme sobre la hoja en blanco que le habían dado.

Para el Generalísimo -como ya se hacía llamar- matar era una manera más de disciplinar al país con mano de hierro. Por eso, el final de la guerra no había terminado con las muertes. Se juzgaba de manera sumaria y se mataba rápida y públicamente. Se trataba de hacer tronar el escarmiento para instalar de manera definitiva el terror.

Las condenadas se llamaban Ana López Gallego, Julia Conesa, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez y Adelina García Casillas.

A ellas se les sumó después Antonia Torre Yela. Se conocería como la Rosa número 14: fue condenada el mismo día que el resto, pero no fue fusilada hasta el 19 de febrero de 1940 a causa de un error de registro.

El número de asesinatos disfrazados de ejecuciones penales perpetrado por los vencedores de la Guerra Civil da cuenta de la sed de venganza del franquismo. “Las cifras de ejecutados impactan. Los peores meses (de 1939) fueron junio, con 227 fusilados; julio, con 193; septiembre, con 106; octubre, con 123, y noviembre, con 201. Por días, los más sangrientos fueron el 14 de junio: 80 fusilados; 24 de junio, 102; 24 de julio, 48; el 5 de agosto, 56. Ese día, fueron fusiladas las ‘trece rosas’”, detalla el historiador Pedro Montoliú en su libro Madrid en la posguerra, 1939-1946. Los años de la represión.

La parodia judicial fue tan burda que ni siquiera la familia del comandante aceptó la versión oficial y solicitó la revisión de la causa, que se abrió hasta en dos ocasiones y fue cerrada definitivamente en 1949 sin que se aportaran pruebas de quiénes habían sido los ideólogos.

En realidad, las trece jóvenes fueron detenidas por repartir por Madrid unos volantes que proclamaban “Menos Franco y más pan blanco”, aunque a ninguna de ellas se le pudo probar la acusación, porque no las capturaron en la calle, mientras supuestamente lo hacían, sino que se las llevaron de sus casas.

En realidad, las enjuiciadas y condenadas habían sido elegidas al azar -con la condición de que fueran jóvenes- entre las más de cuatro mil mujeres que estaban hacinadas en la Cárcel de las Ventas, que tenía una capacidad real para solo quinientas presas.

Años después, el ex secretario general del Partido Comunista Español, Santiago Carrillo, hizo una lectura de lo que el franquismo buscó con el asesinato de las trece rosas: “El régimen de Franco hizo todo lo posible por destruir el espíritu de libertad de las mujeres que se había creado con la República”.

“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”, escribió a su madre -única sobreviviente de la familia- Julia Conesa, modista, de 19 años, la noche del 4 de agosto poco antes de ponerle el pecho a las balas.

“Yo estaba asomada a la ventana de la celda y las vi salir. Pasaban repartidores de leche con sus carros y la Guardia Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos y tres guardias escoltaban a cada pareja, parecían tranquilas”, recordaría muchos años después María del Pilar Parra, una miliciana presa en Las Ventas.

“Si fue terrible perderlas, verlas salir, tener que soportarlo con aquella impotencia, más lo fue ver la sangre fría de Teresa Igual (refiriéndose a la guardiacárcel) relatando cómo habían caído. Entre las cosas que nos dijo, fue que las chicas iban muy ilusionadas porque pensaban que iban a verse con los hombres (con sus novios y maridos, también condenados) antes de ser ejecutadas, pero se encontraron que ya habían sido fusilados”, recordó Carmen Machado.

El fusilamiento de las trece jóvenes tuvo un enorme impacto internacional y provocó una verdadera lluvia de condenas contra el régimen franquista.

La repercusión internacional del asesinato de las trece jóvenes militantes de la Unión de Juventudes Socialistas puso en la escena internacional la brutalidad del régimen franquista en los supuestos tiempos de paz que se abrían con la finalización de la Guerra Civil Española.

Entre los libros, los más conocidos son la novela Las Trece Rosas, de Jesús Ferrero y la investigación Trece Rosas Rojas, del periodista español Carlos Fonseca.

También dio lugar a una película de ficción basada en los hechos, Las 13 Rosas, del director Julio Martínez, estrenada en 2007. El espectáculo de danza también llamado Las 13 Rosas, de la compañía española Arrieritos, ganó dos Premios Max de las Artes Escénicas.

En el actual cementerio de Almudena, sobre la pared donde fueron fusiladas, desde 2009 hay una placa que recuerda el martirio y la valentía con que enfrentaron la muerte esas trece mujeres.

“A diferencia de otras cartas similares, que fueron escondidas por las familias de las condenadas a muerte para evitar represalias, que se acabaron perdiendo en huidas precipitadas y lugares a los que no se pudo volver o que nunca llegaron a manos de sus destinatarios por motivos muy diversos, las que escribieron las Trece Rosas enseguida adquirieron una dimensión pública y se concibieron durante la dictadura como objetos de culto y como símbolos de la lucha antifranquista, pasando ya en democracia a ser utilizadas como pruebas para denunciar los crímenes de los vencedores y convirtiéndose en objetos de memoria colectiva y ejemplo de reparación de las víctimas”, resume Verónica Sierra Blas, historiadora y autora de Cartas presas. La correspondencia carcelaria en la Guerra Civil y el Franquismo.

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