5 de abril de 2024
A los 7 dejó de ser feliz y a los 27 cumplió una trágica promesa: Kurt Cobain, la última leyenda del rock
Creció rodeado de depresión y violencia. Anestesió su dolor físico con heroína. Construyó una pareja inmersa en las adicciones. Y cumplió con lo que había vaticinado a los 14: ser una estrella de rock y quitarse la vida
Esa no fue la última presentación de Nirvana en vivo. Pero sí fue la última gran aparición de la banda: MTV emitió el Unplugged el 16 de diciembre de 1993 y, menos de un año después, con Cobain ya muerto, el show ya estaba editado como CD para amortiguar la circulación pirata de esas versiones inolvidables. Que el músico se suicidara apenas unos meses después convirtió a esa noche en un mito, en una despedida a la que se puede volver on demand, y en un fetiche. El famoso cárdigan verde oliva -y con agujeros de cigarrillos- que Kurt vistió esa noche se subastó muchos años después por 334.000 dólares. Y la guitarra que usó, una Martin D-18E de 1959, se remató por 6,3 millones de dólares: la más cara que se haya subastado.
Los intentos que fallaron y el que no
El último show que dio Nirvana fue el 1º de marzo de 1994 en Munich, en un predio que había sido un hangar de aviones. Terminó antes de lo previsto: Cobain estaba especialmente deprimido, su adicción a la heroína pasaba por una instancia aguda y, esa noche, además, padecía una bronquitis y una laringitis que impactaban especialmente en su voz.
Además, el show estuvo atravesado por un repentino corte de luz que obligó a interrumpirlo. Para que los minutos sin suministro eléctrico pasaran más rápido, Novoselic dijo en chiste: “No estamos tocando en un enorme estadio de Munich esta noche. Nuestra carrera está en franco retroceso. Estamos en la puerta de salida. El grunge está muerto. Nirvana se ha acabado”. Kurt Cobain no iba a subirse de nuevo a un escenario, pero era imposible saberlo.
La gira europea de promoción de In Utero, el disco que le siguió a Nevermind, estuvo a punto de darse por terminada. Para que la decisión no fuera tan drástica, Cobain, Novoselic y Grohl decidieron suspender algunas de las presentaciones y seguir el tour en Italia. Kurt viajó a Roma con Courtney Love y con Frances Bean, y fue allí que se produjo la intoxicación con Rohypnol y alcohol, y la advertencia de Cobain: no iba a pasar por otro divorcio.
De vuelta en Seattle, donde vivían -y donde había explotado el grunge de la mano de Nirvana, Pearl Jam, Stone Temple Pilots y Alice in Chains, entre otras bandas-, Love tuvo que acudir a la Policía ante una nueva escena de un posible suicidio. El 18 de marzo llamó al 911 porque Cobain estaba encerrado en una habitación con un arma de fuego. A los oficiales él les dijo que no tenía pensado matarse, y que estaba escondido (¿y armado para defenderse como su mamá de su segundo marido?) tras una pelea con su esposa.
Novoselic, Grohl, los productores de Nirvana y Love organizaron algo así como una intervención para instar al músico a que se internara en una clínica de rehabilitación. Courtney haría también un tratamiento, después de contar en una entrevista con Vanity Fair que ambos habían consumido heroína durante el embarazo y después de que, por un mes, los servicios sociales les quitaran la custodia de Frances Bean.
Cobain aceptó y viajó a Los Ángeles para internarse en el Exodus Recovery Center. Durante dos días se mostró predispuesto a involucrarse con el tratamiento e incluso recibió la visita de Frances, que llegó hasta el centro de rehabilitación con su niñera. Jugaron un rato y no se vieron nunca más. En su tercera noche allí, el músico pidió que le convidaran un cigarrillo, salió a fumarlo al patio y, cuando nadie lo veía, trepó la medianera, saltó a la calle, tomó un taxi, se bajó en el aeropuerto y voló a Seattle.
Ni Courtney, ni Novoselic, ni Grohl, ni su madre ni los productores de Nirvana supieron de él: no había manera de ubicarlo. Love llegó a contratar un detective privado que no tuvo reparos en sospechar de ella como la causa de todos sus males, algo que se replicaría en miles de fanáticos de la banda y que huele al desprecio con el que fue tratada durante años Yoko Ono, acusada nada menos que de disolver a Los Beatles, entre otros males.
El electricista que encontró a Cobain se llamaba Gary Smith. Lo primero que pensó cuando vio algo así como un cuerpo en el invernadero de la casa a la que había llegado y en la que no le atendían el timbre fue que se trataba de un maniquí. Pero miró más, vio un hilo de sangre, llamó a la Policía. Era 8 de abril y los oficiales encontraron enseguida los documentos de Cobain cerca de su cadáver: los había dejado para que el reconocimiento del cuerpo no fuera un problema. Las pericias determinaron que se había suicidado el 5 de abril.
Las últimas palabras
“Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música, ni tampoco escribiéndola, ni siquiera tocando rock. Simular que lo estoy pasando 100% bien sería el peor crimen que me pudiese imaginar. A veces tengo la sensación de que tendría que marcar tarjeta antes de subir al escenario. Lo he intentado todo para que eso no ocurriese (y sigo intentándolo, creéme, Señor, pero no alcanza)”, dice, entre muchas otras cosas, la carta suicida que dejó Cobain cerca suyo en el invernadero de su casa.
La dirigió a Boddah, el amigo invisible que lo acompañaba durante su infancia, y dedicó las últimas líneas a los amores de su vida. “No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en una rockera siniestra, miserable y autodestructiva como hice yo. Lo tengo todo, todo. Y lo aprecio, pero desde los siete años odio a la gente en general (...) Frances y Courtney, estaré en su altar. Por favor, Courtney, seguí adelante por Frances. Por su vida, que será mucho más feliz sin mí. LAS AMO. ¡LAS AMO!”.
Cuando tenía 14 años, en la época en la que interpretó dramáticamente su suicidio en un cortometraje casero, Kurt Cobain le contó a su amigo John Fields sus planes, que Fields nunca olvidaría y que también le contaría al biógrafo Charles Cross. “Voy a ser una estrella de rock, rica y famosa, y después me voy a suicidar en el momento de mi mayor gloria. Como Jimi Hendrix”, sentenció el que sería el último gran ícono del rock del siglo XX. Cumplió con todo. Murió a los 27 años. Llevaba veinte sin poder sentirse bien. Hace treinta que es una leyenda, y alcanza con escucharlo cantar alguna de las canciones en las que dejó todo para entender por qué.