Miércoles 10 de Diciembre de 2025

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10 de diciembre de 2025

La lucha, el secuestro y el asesinato de Azucena Villaflor, la primera presidenta de las Madres de Plaza de Mayo

La mañana del 10 de diciembre de 1977, cuando iba a comprar el diario donde aparecería la primera solicitada de la agrupación de derechos humanos, fue secuestrada por un grupo de tareas en Avellaneda. Días después fue arrojada con vida al mar desde un avión junto con otras dos de las madres fundadoras

>Cuando ocurrió, la noticia no salió en los diarios, controlados por la férrea censura de la dictadura. El 20 de diciembre de 1977 comenzaron a aparecer cadáveres provenientes del mar en las playas de la provincia de Buenos Aires a la altura de los balnearios de Santa Teresita y Mar del Tuyú. Los médicos policiales que examinaron los cuerpos registraron que las causas de las muertes habían sido “el choque contra objetos duros desde gran altura”. En otras palabras, a esas personas las habían tirado al mar desde un avión cuando todavía estaban vivas. Nadie intentó identificar los restos, que fueron enterrados como “NN” en el Cementerio de General Lavalle. Recién en enero de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense logró una orden para exhumar esos cadáveres y pudo identificarlos. Pertenecían a Esther Ballestrino de Careaga, a María Eugenia Ponce de Bianco y a Azucena Villaflor de Devincenti, tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, secuestradas pocos días antes de la aparición de sus cuerpos en la playa: a las dos primeras se las había llevado un grupo de tareas el 8 de diciembre de 1977, a Azucena Villaflor la subieron a un auto dos días después.

El recuerdo de la mañana del día que secuestraron a su madre permaneció siempre vívido en la memoria de Cecilia. Bien temprano, ese sábado 10 de diciembre de 1977, Azucena Villaflor se asomó por la puerta de su dormitorio y le preguntó:

—Pescado, mamá —contestó Cecilia en esa conversación mínima, íntima, la última que tuvo con su madre.

—¿Qué te pasa, mamá? —le había preguntado.

Se refería a Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco. El jueves 8 una patota de la Escuela de Mécánica de la Armada las había secuestrado al salir de una misa en la Iglesia de la Santa Cruz, luego de ser señaladas con un beso por el represor Alfredo Astiz, infiltrado entre las Madres haciéndose pasar por el hermano de una militante desaparecida. Junto a las dos madres, el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada se había llevado a otras ocho personas: Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon, que colaboraban con ellas en la búsqueda.

—¡Basta, Azucena! ¡Si vos seguís buscándolo a Néstor yo me voy de casa! —le había dicho, casi gritado con desesperación, a su mujer.

—¿Querés que te prepare la valija? —le respondió.

El 30 de noviembre de 1976 otro grupo de tareas de la dictadura había secuestrado a uno de los cuatro hijos de Azucena y Pedro De Vincenti, Néstor. Con él se habían llevado a su novia, Raquel Mangin. Desde entonces, nada se sabía de ellos. Solo que se los habían llevado vivos. Azucena había empezado la búsqueda de Néstor en soledad, recorriendo comisarías, cuarteles y reparticiones oficiales. Siempre le daban la misma respuesta: no sabemos nada. En ese peregrinaje había encontrado a otras mujeres que, como ella, querían saber dónde estaban sus hijos desaparecidos.

Esas primeras madres, decidieron organizarse y luchar juntas con ese objetivo. Por iniciativa de Azucena, que quería visibilizar sus búsquedas, se citaron el 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo para exigir que alguien las recibiera en la Casa Rosada. Eran trece mujeres: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.

—¡Circulen! —les ordenó, autoritario.

Otra de las Madres fundadoras, Haydee de García Buela, le contó a Arrosagaray, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo en esos primeros días, cuando eran menos de veinte mujeres, con Villaflor. Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, que en una de las reuniones la interrumpió de mal modo:

Días después Haydee le pidió disculpas a Azucena. “Por suerte me di cuenta pronto de la calidad de mujer que era Azucena y entendí que ella conducía naturalmente porque tenía una gran capacidad para organizarnos”, contó años más tarde. Otra Madre de aquellos primeros días, María del Rosario Carballeda de Cerruti, la definió con cuatro simples palabras: “Era una líder natural”.

A partir de aquel 30 de abril de 1977, cuando la policía les ordenó circular y ellas comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide, las “locas” de Plaza de Mayo —como se las llamó para descalificarlas— se transformaron en un problema para la dictadura. Como respuesta, Julio Cortázar las reivindicó usando ese mismo calificativo: “Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo”, escribió.

No sabían que tenían un infiltrado que buscaría destruirlas. Alfredo Astiz, bajo el nombre falso de Gustavo Niño y haciéndose pasar por hermano de una persona desaparecida, se había ganado la confianza de las Madres para detectar a quiénes las lideraban y cortar de raíz un movimiento del cual ya se empezaba a hablar en el mundo. Señaló a Azucena como una de ellas.

La mañana del 10 de diciembre, después de preguntarle a Cecilia qué quería comer, la fundadora de las Madres caminó hasta la avenida Mitre, la principal de Avellaneda, para comprar el diario en el kiosco al que iba siempre. Cuando cruzaba la avenida, un grupo de tareas integrado por hombres de civil que se movilizaban en varios Ford Falcon se la llevó. “Ella se resistió, gritó para que la vean, un colectivo que pasaba por ahí paró, pero los militares sacaron armas largas y le dijeron que siga. Unos vecinos vieron y vinieron a contar lo que había pasado”, reconstruyó Cecilia en una charla con el autor de esta nota.

El calvario sufrido por Azucena en las mazmorras de la ESMA se conoció muchos años después por el testimonio de algunos sobrevivientes que la vieron allí. “Una de las detenidas recordó que le habían alcanzado un mate y ella les había dicho que seguramente le iban a dar un susto, que hicieran la lista de los que estaban ahí para informar a sus familiares cuando la liberaran”, recordó Cecilia. Los testimonios coinciden en que un día después de haber llegado tenía muchos moretones en su cuerpo porque había sido torturada.

Pese a la muerte de Azucena y sus compañeras —y el terror que a través de ellas quiso generar la dictadura entre quienes reclamaban por los desaparecidos— las Madres de Plaza de Mayo siguieron adelante con sus reclamos y sus marchas, y se convirtieron en un símbolo de resistencia al Estado terrorista instalado en la Argentina. Por estos días, cuando se cumplen 48 años del secuestro de Azucena Villaflor y vuelven a escucharse discursos negacionistas, las Madres siguen siendo el símbolo más potente de la lucha de los argentinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia.

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