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15 de abril de 2025

Los veteranos que se reúnen para rememorar el día que pisaron Malvinas: el recuerdo de los caídos y el cariño a su antiguo jefe

Siempre es el sábado más cercano al 13 de abril cuando los que pelearon en las islas del regimiento 6 realizan un acto para evocar su llegada a Puerto Argentino. La memoria de los que ya no están y la camaradería con su jefe de entonces

>El Regimiento de Infantería Mecanizado 6 tiene once caídos en combate en la guerra de Malvinas. Dos sargentos ayudantes, Aguilar y Ochoa y nueve soldados conscriptos: Azcárate, Balvidares, Becerra, Bordón, Echave, Guanes, Horisberger, Luna y Rodríguez.

Jorge Luis Bordón era un peón de tambo que tenía sexto grado. Murió a las 7 de la mañana del 14 en Tumbledown, luchando contra la Guardia Escocesa. Como su cuerpo no había sido identificado, su madre María del Carmen en la víspera del Año Nuevo ponía un plato más en la mesa y nadie debía ocupar ese lugar. Se quedaba mirando la puerta con la esperanza de volver a ver a su hijo. Finalmente en el 2018 sus restos fueron identificados.

Ricardo Luna, “Pato” para los amigos y “Patito” para la mamá, le gustaba mucho el folklore, especialmente El Trío San Javier. Cayó en el combate de Tumbledown. En la Escuela N° 13 donde estudió se colocó en el 2010 una placa y un retrato suyo, junto al de José de San Martín.

Walter Ignacio Becerra, nacido en Moreno, sus compañeros recuerdan que siempre hablaba de su novia. También murió en Tumbledown.

Juan Domingo Horisberger era del barrio La Paloma de El Talar y su desempeño operando la ametralladora Mag junto a sus compañeros, fue descripto por los propios británicos como “verdaderos demonios”. Falleció en la mañana del 14.

Juan Domingo Rodríguez había nacido en Coronel Pringles pero desde chico vivía en Roque Pérez. “Mingo” era uno de soldados más queridos de la compañía, trabajaba en un tambo desde que había muerto su papá para lo que había abandonado la escuela primaria. Murió por una ráfaga de ametralladora.

Horacio Balvidares vivía con y para su mamá Amanda Calbín en Chivilcoy. Le escribió dos cartas desde las islas, de las que solo conserva una, en la que le decía que regresaría a mediados de junio con la libreta firmada. Hasta que sus restos fueron identificados en 2018 todos los años para esa fecha esperaba que abriese la tranquera de su casa.

El sargento ayudante Eusebio Antonio Aguilar es el único riojano fallecido y enterrado en Malvinas y junto a Edgar Ochoa, cordobés de la ciudad de Oliva, de especialidad cocinero, fallecieron a causa del mismo proyectil.

La conmemoración tiene lugar en el predio que ocupaba la unidad en la ciudad de Mercedes, y que hoy pertenece a Gendarmería. Por eso también se recordaron a sus caídos, todos pertenecientes al Escuadrón Alacrán: primer alférez Ricardo Sánchez; el sub alférez Guillermo Nasif; sargento ayudante Ramón Acosta; los cabos primero Marciano Verón y Víctor Guerrero; cabo Carlos Pereyra y el gendarme Juan Carlos Treppo.

El acto comenzó en la plazoleta ubicada frente al regimiento, donde hay un monumento a Malvinas rodeado de once mástiles que homenajean a cada uno de los caídos en Malvinas. En el medio la Virgen de la Merced, el viejo mástil que estuvo en el cuartel entre 1915 y 1981 y además se exhibe la placa de granito negro de Soldado argentino solo conocido por Dios, que marcaba la tumba del soldado Balvidares, cuyos restos fueron reconocidos años después.

El momento culminante lo brinda el hoy general de división retirado Jorge Halperín, quien durante la guerra, como teniente coronel, era el jefe del regimiento, y hoy venerado por los que condujo en la guerra. De esas semanas en las trincheras, lo recuerdan como un oficial que hablaba mucho con ellos, lo destacan por su rectitud y cómo los sorprendía cuando aparecía con víveres extra, como podía ser una lata de dulce de batata, que hacía repartir entre todos, y así los soldados agregaban algo distinto a la maicena con leche en polvo con la que se alimentaban.

También, sus entonces operadores de radio contaban cómo le robaban los cigarrillos del bolsillo, en las pocas horas de descanso que se permitían en una posición escarbada en la turba, recubierta de machimbre y con vigas sobre las cuales había maderas, tierra y turba. Estos mismos soldados aseguraron que nunca se amilanaron cuando, en medio de un bombardeo, debían salir a campo abierto a reparar los cables de comunicación.

Todos sus viejos soldados conocen la historia de memoria, si ellos fueron los protagonistas. Recordó que el 20 de junio de 1981 les había tomado el juramento a la bandera en la plaza de Chivilcoy y el sábado, como ocurrió más de cuarenta años atrás, volvió a repetir ese juramento, con un increíble vozarrón, que fue respondido al unísono por sus soldados de siempre.

Luego, junto con las bandas militares, desfilaron los veteranos con su antiguo jefe a la cabeza.

Les habían repartido el equipo y las carpas. Sabían que estaban por ser movilizados al sur. Muchos de ellos habían sido dados de baja y en los primeros días de abril fueron nuevamente convocados. Les preocupaba quedarse en el continente y no cruzar a las islas.

Pasadas las dos de la tarde salieron del cuartel en camiones. Afuera, los esperaban para saludarlos sus familias que despedían a los soldados mientras sonaba la Marcha de Malvinas.

El acto es todo a pulmón. Como las donaciones o colaboraciones de instituciones oficiales o de particulares no alcanza, el dinero sale de los bolsillos de los propios veteranos. Al finalizar el acto formal, previo pago de un modestísimo cubierto, se ofrece locro, bebidas y pastelitos.

Además de la comida, todos los comensales participaron de sorteos de mates, cuchillos, tablas de madera y mástiles con banderas, todo adquirido durante el año con el esfuerzo económico de los propios organizadores, los mismos que en abril de 1982 pisaban las islas con la misión de defenderlas.

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