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11 de abril de 2025

Hace 55 años McCartney confirmaba la separación de The Beatles: por qué hicieron bien en desarmar la mejor banda de la historia

En abril de 1970, el bajista oficializó una ruptura que había empezado varios años antes, en medio de tensiones y desplantes. Y que llegó justo a tiempo

>Es la mañana del día siguiente al que El llanto de McCartney es una de las escenas más íntimas y más desgarradoras de Get back, el documental de tres episodios y unas ocho horas que montó el cineasta Peter Jackson con unas sesenta horas de grabación producidas en los primeros días de enero de 1969. Para sostener sus compromisos comerciales -y sus niveles de vida en años en los que ya no hacían giras en vivo-, Paul había ideado que un documental registrara el proceso de composición, ensayo y grabación de un disco, y que todo eso terminara en una presentación ante su público después de mucho tiempo sin hacerlo.

En medio del duelo y del desconcierto, Paul se puso al frente de la banda. No sólo “organizando” sus compromisos discográficos y hasta de posibles presentaciones en vivo, sino también ocupando -o al menos intentado ocupar- cada vez más espacio a la hora de componer y de definir el estilo de sus canciones. A eso había que sumarle su carácter obsesivo: ver Get back es ver la neurosis de McCartney en acción. Es hermoso verlo buscar la mejor versión de cada acorde, cada verso, cada composición. También es asfixiante.

Pero La muerte inesperada de Epstein descolocó a la banda. Los dejó huérfanos ante problemas que no estaban acostumbrados a resolver y demasiado expuestos a sus propias personalidades. George no había sido el primero en decir “basta”. Un año antes de ese adiós, Ringo Starr había pegado el portazo durante la grabación del épico Álbum Blanco por la hostilidad que se vivía durante los días de grabación.

Ese disco, una obra maestra, fue definido por la revista Rolling Stone como “cuatro discos diferentes grabados bajo el mismo techo”. Eran días en los que, mientras Lennon grababa “Revolution 1″ en una sala, McCartney registraba “Blackbird” en otra, cada uno en su mundo y cruzándose lo menos posible. Como esas parejas que empiezan a dormir separadas hasta que terminan de decidir que hasta acá llegaron.

La tensión entre ellos tampoco era del todo nueva. Lennon y McCartney se habían disputado ser el más protagonista y el más talentoso de la banda prácticamente desde el principio. Pero eso, con un mediador que supiera llevarlos como Epstein y un productor musical único en su especie como fue George Martin, era una potencia. Aprender juntos, competir, entenderse entre sí como nadie, todo eso los hacía mejores.

Pero a ese hartazgo y a esas tensiones hay que sumarle algo menos lacerante y, tal vez, más definitivo. Hacia fines de los sesenta, Los Beatles ya se pensaban a sí mismos por separado. Les interesaba la música desde perspectivas muy distintas. Lennon había formalizado su relación con Yoko Ono, esa artista de vanguardia a la que había conocido en una galería y que ahora se sentaba al lado suyo y de los otros tres integrantes de la banda mientras componían un nuevo disco.

Get back, el documental de Jackson, le hace justicia a Ono. No es que ella interviniera cada cinco minutos diciendo qué había que hacer, es que Lennon no quería alejarse de ella y, sobre todo, pensaba sus nuevas creaciones más en sintonía con la experimentación musical que proyectaba con Yoko que con su histórico compañero de aventuras compositivas. La dirección de su obra estaba en plena mutación. Esa vanguardia que Ono le había presentado lo atraía en su totalidad, también como artista musical.

McCartney, en cambio, quería seguir recorriendo un camino más vinculado al mundo del pop, en el que la banda había logrado protagonizar la mayor revolución del siglo XX y en el que, creía, todavía había mucho por hacer. Y Ringo sumaba cada vez más contratos como actor de cine: para la grabación de Let it be hubo que tener en cuenta los días de rodaje de una película que co-protagonizaría con Peter Sellers. Había ahí un destino que a Starr le divertía explorar y que, además, le redituaba.

El 10 de abril de 1970, un año y tres meses después de llorar porque ni Lennon ni Harrison se sumaban a los ensayos previstos, McCartney oficializó un comunicado de prensa en el que aseguraba que ya no estaba en sus planes ser parte de Los Beatles ni seguir componiendo o grabando con John Lennon, su socio histórico. Fue el “blanqueo” de una crisis que llevaba tiempo: en septiembre del año anterior, John había deslizado a la prensa que la banda estaba separándose.

Oficialmente Paul parecía el primero en irse, aunque tal vez haya sido el último en apagar la luz. El divorcio, como pasa en las familias que tienen que hacer divisiones de bienes cuantiosas y complejas, recién llegaría a mediados de los setenta: había que poner demasiada riqueza en orden. Pero la separación de hecho era irreversible.

Get back muestra esa tensión, esa asfixia, esa mejora cuando llega Billy Preston, el tecladista que invitaron a grabar el disco y que sirvió de válvula de escape. De aire fresco. Muestra el hartazgo de Harrison, el hipercontrol de McCartney, el profesionalismo de Ringo, la capacidad de Lennon para desconectarse de todo en un segundo y de volverse el centro de la escena en el segundo siguiente.

Lo más atractivo de Get back es la sensación de estar espiándolos en medio del derrumbe y también de esa alquimia ocurriendo delante de nuestros ojos. Verlos romperse y, muy a pesar de las chicas de las banderas que les rogaban que se mantuvieran juntos, saber que fue mejor así. Que está bien que el final haya llegado a tiempo.

Los Beatles son lo que son por todo lo que hicieron y también porque no hicieron lo que podrían haber hecho: la plancha sobre el Everest que habían construido entre 1960 y 1970, la década ganada. Así que menos mal que se separaron a tiempo. Desde ahí hasta hoy el mito no paró de crecer. Son una mina en la que, cada tanto, un ingeniero de sonido, algún documentalista, uno de los dos que aún viven o algún heredero encuentra una filmación, la grabación de un ensayo precioso, unos demos que nadie sabía que estaban ahí. Y ahí vamos todos, a espiar ese ratito de Los Beatles que todavía no conocíamos. A escucharlos ser perfectos.

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