9 de abril de 2025
El suicidio de Juan Duarte: una muerte sospechosa, una carta de despedida y las miradas puestas en Perón

Fue el secretario privado de su cuñado presidente y su estrella se apagó luego de la muerte de Evita. Pesaban sobre él serios cargos de corrupción y 72 años después del hecho, el caso sigue atrapando por las dudas y suspicacias que generó
Luego de cumplir con el servicio militar, se mudó a la ciudad de Buenos Aires junto a su hermana Eva, quien estaba decidida a seguir la carrera de actriz. Allí, Juan, encontró un ambiente propicio para su carácter proclive a las copas, a las mujeres y al juego.
Con el advenimiento de Perón al poder, a Juan se le abrieron un sinnúmero de posibilidades. En 1944, su hermana hizo que lo nombrasen inspector del Casino de Mar del Plata y, cuando Perón asumió la presidencia, fue su secretario privado. La advertencia de Eva era siempre la misma: “Pórtate bien, Juancito”.
A pesar que debía asistir al presidente durante toda la jornada, que comenzaba temprano, Juan nunca dejó de lado su vida nocturna y su habitual peregrinar por los cabarets de moda, así como las relaciones con figuras del espectáculo. Los más publicitados fueron los romances que mantuvo con Fanny Navarro y con Elina Colomer.En 1947, acompañó a su hermana Eva en su viaje por Europa. Ella estalló cuando el ministro de Relaciones Exteriores español le hizo llegar el mensaje que decía que su hermano y Alberto Dodero (muy amigo de Perón, encargado de organizar la parte no oficial de la gira) se habían ido de juerga a las Cuevas del Sacro Monte, creándole problemas a la custodia. Ella lo amenazó: “¡Una puta más y te volvés a la Argentina!”A partir de ejercer la función pública, fue notorio su crecimiento patrimonial. Al departamento de Callao, había que sumarle la estancia Santa Marta, en Laguna del Monte y autos de lujo; manejaba los permisos de importación de automóviles extranjeros, tenía intereses en el negocio de la carne y en la industria cinematográfica. En un gobierno que monopolizaba los medios de comunicación, resultaba imposible para una actriz figurar en la tapa de Radiolandia o Antena sin haber hablado antes con Juan Duarte.Cuando su hermana cayó enferma, tomó conciencia de que su suerte estaba echada. Según relató Osvaldo Bertolini, uno de sus cuñados, Juan había quedado muy impresionado por la enfermedad de Eva. En un testimonio brindado al periodista Hugo Gambini, relató: “Una noche íbamos en su automóvil por los jardines de Palermo y nos detuvimos en la oscuridad, para que nadie lo reconociese. Yo saqué una radiografía de un sobre y le dije: ‘Acá está lo que descubrieron los médicos’. Parece que no hay remedio. Juancito miró esa radiografía con la luz del tablero, tratando de descifrarla, y se puso a llorar. Sabía que Evita no tenía cura y pensaba que, además de perderla, si ella faltaba se le vendrían encima algunos de esos ministros que se la tenían jurada”.Todas las miradas apuntaron a él y a su círculo de amigos dentro de Casa Rosada. A comienzos de abril de 1953 le allanaron su oficina y su caja fuerte; la misma suerte corrieron sus colaboradores más cercanos. El día 6 renunció a su cargo. El 9 debía declarar ante la comisión especial presidida por Bengoa.
Nadie había escuchado el disparo, aparentemente el orificio de bala no se correspondía con el calibre del arma encontrada y los escasos rastros de sangre hallados en la escena no correspondían a una herida de semejante naturaleza.
En la mesa de luz, estaba su carta de despedida:Perón concurrió al velatorio, que se realizó en el departamento de Elisa, una de las hermanas del fallecido. “Me mataron a otro hijo”, gritaba entre llantos la madre. Más tarde, el primer mandatario comentaría que “a ese muchacho lo perdieron el dinero fácil y las mujeres. Tenía sífilis”.
El dirigente radical Silvano Santander tenía otra teoría: en su gira por Europa en 1947, Eva Perón habría depositado una importante suma de dinero, proveniente de aportes de jerarcas nazis que apoyaban a Perón. Cuando Eva murió, los herederos fueron los únicos habilitados para hacerse de esos fondos, en custodia en un banco en Suiza. En octubre de 1952, Juan Duarte viajó a ese país y, a su regreso, le comunicó a Perón el total de lo depositado, que no coincidía con el número que manejaba el entonces presidente. Ese habría sido el origen del desacuerdo que terminaría con su muerte.Cuando Perón fue derrocado el 16 de septiembre de 1955, la Policía llevó adelante tres investigaciones: un proceso sobre torturas, la desaparición de un niño en las aguas del Tigre y la muerte de Juan Duarte. Le cupo esta tarea a Próspero Germán Fernández Albariños, también conocido como “Capitán Gandhi”. De profesión maestro de escuela, había cursado hasta tercer año de Medicina en la universidad, trabajaba en la Policía Federal y no habría estado en su sano juicio. La prensa anti peronista lo definía, exageradamente, como “el hombre del F.B.I. Argentino”. A Gandhi lo desvelaba probar que Perón había mandado a matar a su cuñado.
Una tarde de noviembre de 1955, una comisión policial se hizo presente en el cementerio de la Recoleta. Fue con la misión de llevarse los restos de Duarte. Se los llevarían a la necrópolis de Chacarita para hacerle la autopsia.¿Se había suicidado? ¿Fue asesinado? ¿O había que darle crédito a los que decían que, en realidad, Juan Duarte hacía rato que estaba viviendo en otro país?
Juan no tendría paz. Por un tiempo, el Capitán Gandhi guardó en una caja la cabeza de Duarte y solía mostrarla en el Departamento de Policía. Hasta en un interrogatorio a un sospechoso, sugirió: “¿Por qué no le contás a Juan y a mi lo que sabés?”, exhibiendo los despojos de aquel hermano un tanto díscolo que hacía renegar a su hermana.