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28 de marzo de 2025

El gesto de un profesor que lo cambió todo: “No tengo respuestas, pero puedo llorar con vos”

Cuando lo escuchó, la chica se emocionó y pudo soltar muchas de las lágrimas que tenía guardadas desde la muerte de su padre. Por qué el deseo de querer ser “productivos” nos aleja de las personas y nos desconecta de las emociones

>Una chica de diez años había perdido a su padre. Fue así, de un momento a otro. Estaba perfecto y se desplomó. Muerte súbita, dijeron los médicos…

En medio del shock, se sentía inerte como una piedra, sin emociones.

La madre se sentía frustrada porque su hija no quería hablar del tema. Un día la niña le dijo una frase tremenda:

La madre quedó petrificada.

La muerte del padre había ocurrido durante las vacaciones, por lo cual la chica no tenía que ir a la escuela. Finalmente, pasó el verano y se tuvo que presentar al primer día de clase.

La directora le dio la bienvenida con especial calidez, al igual que varios profesores que había tenido en los años anteriores.

Fueron al aula y el maestro que les tocaba ese año era nuevo, así que no lo conocía ni de vista. Se presentó, contó cómo sería ese año en la escuela, hizo varias preguntas a los alumnos y se fue construyendo un diálogo ameno.

Le tomó ambas manos y mirándola a los ojos le dijo:

-No tengo respuestas para lo que te pasó, pero puedo llorar con vos.

Eso pasó hace más de treinta años y ella me cuenta que esas palabras fueron profundamente sanadoras.

Al revés de lo que le pasaba con su madre y otros familiares, que aun con las mejores intenciones, en el fondo le exigían que se recuperara. Toda una ironía cuando ni ellos mismos lo habían hecho.

Henri Nowen habla del ministerio de presencia, y aclara que no es nada fácil. Que nuestros deseos de ser útiles, de hacer cosas significativas, impresionantes, nos vuelve “productivos”, y en el fondo nos aleja de las personas. Nos desconecta de las emociones y sentimientos de los demás.

Nowen se pregunta si acaso la primera cosa que debiéramos hacer no es conocer a las personas por su nombre, compartir una comida y tiempo con ellas, escuchar sus historias y contarles las propias, y dejarles saber, con palabras, apretones de mano, abrazos -y yo agregaría “tiempo”-, que no solo nos caen bien, sino que sinceramente los amamos. ¿Qué hay más sanador que compartir, que tener una verdadera intimidad emocional?

¿Y vos? ¿Sos capaz de ver, de conectar con lo que le pasa, a las personas que tienes a tu alrededor?

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