13 de febrero de 2025
La abogada argentina que estudió japonés por casualidad, consiguió una beca en Tokio e investigó el genocidio en Myanmar

Magalí Cometti tiene 36 años y se graduó en Derecho en la UBA. Instalada en Japón desde hace dos años, recuerda sus días de estudiante y los desafíos para adaptarse a una cultura completamente diferente. “Adopté un montón de costumbres sin darme cuenta”, dice
Lo que comenzó como una decisión práctica se convirtió en una pasión que mantuvo durante diez años. Una vez por semana, mientras memorizaba artículos del Código Penal, Magalí asistía a la Escuela Argentino Japonesa donde, además de aprender el idioma, podía sumergirse en la cultura nipona a través de clases de cocina, de ikebana (NdR.: arte de los arreglos florales) y otras actividades. “Entre todas mis responsabilidades, estudiar japonés se convirtió en un espacio de disfrute y desconexión”, recuerda.
Magalí aterrizó en Japón en abril de 2023. Además de las 12 horas de diferencia, el impacto de la llegada fue inmediato. “Cuando me fui de Argentina, vivía en un dos ambientes en Almagro y, de repente, me encontré en un monoambiente de 16 metros cuadrados y sin cama, porque en Japón se usa un futón, que es un colchón plegable”: Así rememora como era el departamento que le asignaron en Kanagawa, ubicado a una hora y media de distancia la universidad. “Esos primeros días fueron duros: iba al supermercado y no sabía qué comprar. Todos los becarios argentinos que vivíamos en Tokio estábamos en la misma situación. Lo bueno de estar en grupo fue que nos apoyábamos juntándonos a tomar mate en el parque”, recuerda.
Las interacciones sociales tampoco se parecen en nada a las de Argentina. “Si querés salir con un japonés, tenés que avisarle con tiempo. No existe eso de: ‘Paso por tu casa en una hora y merendamos’. Ante cualquier propuesta, sacan la agenda y revisan disponibilidad”, explica Magalí. “Todo está planificado. La espontaneidad, como la entendemos nosotros, no existe”.
Seis meses después de su llegada, Magalí se mudó a Tokio. A pesar de ser una ciudad cosmopolita, su apariencia occidental le generó situaciones inesperadas más de una vez. “Me ha pasado de hablar en japonés y que me respondan en inglés, como si asumieran que no voy a entenderlos. En las ciudades más chicas, directamente se acercan y preguntan: ‘¿Qué hacés acá?’, porque no están acostumbrados a ver extranjeros. Son muy reservados y, además, no manejan bien el inglés”, explica. “Para ser un país del primer mundo, el nivel que tienen es mucho más bajo que en Argentina”. Antes de viajar a Japón, Magalí Cometti trabajó 13 años en la Fiscalía Federal 9, a cargo de Guillermo Marijuán. Actualmente, explica, goza de una licencia académica que espera poder extender tres años más para comenzar un doctorado en abril próximo.“Entonces, por más que no tengamos ninguna conexión con el lugar de los hechos, ni con las personas que los cometieron, ni con las víctimas; por el tipo de crímenes que se están cometiendo, que son crímenes graves contra la humanidad, Argentina tiene jurisdicción para tratarlos: nos habilita un artículo de la Constitución Nacional. De hecho, no es nuestro primer caso. Anteriormente, habíamos trabajado crímenes contra el franquismo en España y en China, contra una asociación que se llama Falun Dafa. Lo interesante es que Japón también tiene la jurisdicción universal en su Código Penal, pero nunca la aplicó. Mi tesis analiza esa diferencia”.
—Combinaste un hobby con tu profesión y te salió muy bien. ¿Alguna vez pensaste que estudiar japonés te podía llevar tan lejos?—Además de estudiar, ¿tuviste tiempo de recorrer?
—A diferencia de la Magalí que llegó a Tokio en 2023, ¿Ahora te sentís un poco más parte de la cultura japonesa?
—Sí. Lo noté cuando vinieron a visitarme amigos argentinos. Adopté un montón de costumbres sin darme cuenta. Por ejemplo, esto de agendar las salidas. Otra cosa: hace un montón que no cocino comida argentina. Principalmente, porque no encuentro los ingredientes. Entonces estoy consumiendo mucho más pescado y arroz, que es lo que consigue en el supermercado. Igual, nunca me falta el mate.