5 de febrero de 2025
El recuerdo de Lohana Berkins: la “comandanta de las mariposas” venerada como la mítica travesti que luchó por la identidad de género

Lohana Berkins nació el 15 de junio de 1965 en Pocitos, Salta y murió el 5 de febrero del 2016 a temprana edad. Fue velada en la Legislatura porteña. Y es parte de una identidad trans que se identificó con la palabra travestí reconvirtiéndola en una identidad orgullosamente latinoamericana. Fue una figura central en el pensamiento de la diversidad, con un carisma que trasciende el tiempo y agranda su figura. Una persona que reinaba a su paso con ternura y determinación y que marcó un antes y un después en la lucha común de los feminismos y la diversidad sexual en Argentina
La recibieron sus tías, de casa en casa, en Salta Capital, hasta que recaló en lo de su tía Florita que le enseñaba a tejer, a cocinar, la adoraba y en vez de echarla le escondía la llave para que no salga. Fue el lugar donde Lohana se sintió celebrada y, a pesar que ella se escapaba por la ventana, su tía no quería que se vaya. Sin embargo, ser la no querida no era una marca que se olvidara. Esa expulsión es la historia de una y la de muchas, la que muestra como la discriminación genera la expulsión del sistema educativo y resta posibilidades que deben ser igualadas.
“Conocí la pobreza cuando me echaron de mi casa”, rememoró. La expulsión la hizo parte de lugares a donde la pertenencia se reinventaba en familia. También la llevo a ser parte de la casa de La Pocha, una mítica doña que cobijaba travestis en colchones apilados y piezas que multiplicaban, panes, sombras y penas, en época de carnavales. La Pocha recibía a las travestis para que desfilen por las carrozan,en una casa llena de chismes y risas. Pero ella no se quedó con lo posible. Lucho por lo imposible y fue artífice de la Ley de Identidad de Género (aprobada el 9 de mayo del 2012) y del cupo laboral travesti trans, normas de vanguardia para la legislación mundial.Lohana Berkins murió el 5 de febrero del 2016, entre rezos y reivindicaciones, llantos y flores, abrazos y penas, anécdotas y una huella inolvidable que dejó una llama que en vez de apagarse se enciende. Para ella la muerte era un ritual que no permitía faltar a la cita. Por eso, el homenaje es parte de lo que también practicaba como una militancia: las despedidas. “Yo de muy chiquita estuve muy relacionada con la muerte. Se murió mi abuela y yo estuve ahí. Se empezaron a morir amigas. Vi morir muchas travestis. Se murió mi mamá. Y después se murió mi tía Florita que entre mi mamá y mi tía elijo a mi tía Flora”, rememoró sobre cada duelo que no dejo de visitar como quién sabe que es una cita que amerita compañía.“En un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa”, era la frase que seguía a la firma de Lohana Berkins en sus comunicaciones. Así se presentaba, con tanta ideología como poesía; con garra y humor. “Si Lohana estuviera viva” es una especulación histórica difícil de continuar, que siempre implica la incertidumbre de los puntos suspensivos. Ella fue única, pero, comparable, entre la comunidad LGTTBQ, a la divinidad cercana de alguien que crece, a pesar de su muerte, en el recuerdo (como Gilda, como Evita, como las santas populares) y la referencia tan política como personal, en su singularidad y su figura, la vuelve irremplazable, única e icónica.
Lohana Berkins fue la primera persona trans en trabajar en el Estado. Ocupó un cargo en la Legislatura porteña, en la gestión de Patricio Echegaray (ex Legislador del Partido Comunista del 2000 al 2003 y fallecido en el 2017) y con la filósofa Diana Maffía (legisladora del 2007 al 2011 por la Coalición Cívica) que también trabajo con Lohana en el Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Una oficina con ella no podía ser burocrática ni aburrida y la compañía de sus sobrinos/as redimía sus penas y volvía a dar vida frente a su aleteo valiente y desafiante.También fue presidenta de la Cooperativa “Nadia Echazú”, otra trans histórica, homenajeada en la marca. La dualidad de una vida dura y de la divinidad encarnada con lengua de pluma marcaron las muchas caras de Lohana, una niña despedida por no ser aceptada y una joven que conoció, por primera vez, el otro costo de no tener dónde dormir: ir presa por rara. “Yo casi me desmayó”, relató. Pero no había oxígeno para su dolor. Fue a la casa de una de sus hermanas porque tenía hambre. La volvieron a echar y le dijeron que era una vergüenza.
Lohana padeció todas las injusticias de ser trans en un país que no tenía derechos para quienes no encajaban. Ella era una mujer de fe, se definía como una señora creyente y describió: “Soy tremendamente católica. No creo en las jerarquías eclesiásticas. No dejo que ninguna jerarquía maneje mi vida. No creo en la Iglesia, ni en los curas, ni en las monjas. Estoy a favor del aborto, pero sí creo en Dios. No es una postura”. Santa Lohana, hoy, para muchas personas, es una figura que también da fe en que nunca más la expulsen a ella, ni a ninguna, de la fila de la escuela, ni de la mesa de su casa, ni de ningún lugar, en el que queden marginadas.