Sábado 17 de Mayo de 2025

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5 de diciembre de 2024

Quedó ciega a los 20 años y desafió todos los límites: su consagración como bailarina de tango y el día más feliz de su vida

“En el abrazo, estar conmigo es igual que con cualquier persona”, expresa Eliana Manzo, a días de debutar con la obra “Porteño Carajo”, la obra inmersiva con la que se presentará en el Teatro Molière. La bailarina de 36 años habló de su vida con Infobae

>Se desliza sobre el escenario como una gacela encantada. Y logra transmitir, con su cuerpo, lo que la música le hace sentir en su corazón. Nadie podría darse cuenta al verla bailar que Eliana Manzo es ciega. Porque, desde el primer momento en que empezó a perder la vista, ella se encargó de encontrar la manera de superar todos los obstáculos que se presentaron en su camino. Y no solo los relacionados con su limitación física, sino también los que atañen a los prejuicios de la sociedad. Hoy, con 36 años, logró formar una hermosa familia junto a su marido, el artista plástico Diego Casas, y su hijo Amadeo. Pero también logró consagrarse como una figura del tango y, los próximos 6, 7, 13, 20 y 21 de diciembre, se estará presentando con Porteño Carajo en el Teatro Molièreé.

—Justamente, lo que me encantó de esta obra es que fusiona estos dos estilos que yo amo. Es como si el público entrara a un cabaret porteño: yo digo que es el Moulin Rouge de Buenos Aires. En el salón hay mesitas para tomar algo. Y en el show se van mezclando escenas propias del burlesque, de un alto contenido erótico, con coreografías de tango. Y todo el tiempo, la experiencia es como inmersiva. Es decir que no es solo lo que pasa en el escenario, sino que la gente también está adentro del espectáculo.

—¿Cómo fue que la convocaron?

— Me postulé sola a la convocatoria y quedé.

— No, voy a estar rotando con distintos bailarines.

— En este tipo de danza hay una persona que conduce, por lo cual la falta de visión no sería un problema. ¿O acaso le costó fusionarse con el grupo?

— Entiendo.

— Sí me ha pasado muchas veces que, después de que me seleccionan y yo les digo que soy ciega, me bajan la persiana. Por eso digo que no se trata de la aceptación de la discapacidad que yo padezco, como las que tienen tantas otras personas en distintas áreas, sino de la lucha contra el prejuicio del otro. Porque, en esta sociedad, parecería que no ver es una limitación absoluta. Y entonces, es como que uno tiene que estar rindiendo examen todo el tiempo. En algunos casos, mi situación despierta una admiración absoluta, que viene acompañada de mucho amor. Pero a veces cuesta que esa admiración pase a lo concreto como para que alguien pueda decir: “Te doy un trabajo” o “Quiero que estés en mi obra”. Eso sucede en los pocos casos en los que la admiración supera al miedo y la confianza y el talento le gana al prejuicio.

— Acá pedían una bailarina de tango y yo me postulé. La audición me la hizo el mismo director y guionista, que se llama Juan Cruz Argento. Y, cuando le dije que no veía, primero se sorprendió. Pero después me dijo: “Me encanta, porque es tu distinción”. Lo mismo me han dicho Diego Pérez, Lito Cruz, que fue mi padrino en la actuación, y Claudio González, que me formó de cero en el tango. Son maestros a los cuales les estoy profundamente agradecida. Y todos ellos me dijeron: “Chicas que bailen hay muchas, pero que lo hagan sin ver no. Esa es tu distinción, así que vamos a ir por ese lado”.

—Tal cual.

—Al no contar con la visión, seguramente ha desarrollado más otros sentidos. ¿Verdad?

—Totalmente. Además, yo tuve que ir adaptándome a cada etapa de la pérdida de mi visión. Porque yo de chica veía perfecto, pero después fui perdiendo esa capacidad por etapas. Todo empezó cuando tenía 15 años. De repente, un día no leía, otro no veía las caras...

— No solo eso: era gimnasta de elite. Me estaba preparando para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y entrenaba ocho horas por día, de lunes a sábado. Era una deportista de alto rendimiento, en un deporte en el que la precisión para hacer saltos mortales arriba de la viga o pasar de una paralela a la otra es fundamental. Pero, hasta ahí, veía perfecto. Y, cuando me retiré de esta actividad, empecé a notar la falta de visión al leer, por ejemplo. Tenía que estudiar los guiones de teatro y no veía las letras chiquitas. Tampoco las gráficas de las calles. Y ahí se empezaron a dar cuenta de que tenía una patología neurológica y que hacía episodios de neuritis óptica.

—¿Esto fue in crescendo?

—¿Hoy su ceguera total?

— Habiendo nacido con una visión normal, ¿cómo hizo para ir asimilando este proceso?

—¿Esa lucha por poder seguir haciendo lo que ama fue lo que le impidió ponerse en un lugar de víctima?

— Fuera de lo laboral, ¿cómo fue su proceso de adaptación?

—¿El instinto de superación es más fuerte?

— Entiendo.

— Cuénteme cómo se dio la relación con su marido...

—¿Fue un flechazo o el amor surgió con el tiempo?

— Qué linda historia...

— ¡En ninguna pareja!

— Con respecto a su hijo, más allá de los miedos de cualquier madre, ¿sintió algún temor por lo que le podría demandar su crianza?

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