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28 de noviembre de 2024

“Llora soldado, que no te avergüence llorar”: las cuatro piezas ganadoras de un concurso de poesía sobre la guerra de Malvinas

Un amor que se concretó después de años, un veterano que fue herido tratando de salvar a un compañero, una chica de 17 años que liberó palabras guardadas, y una carta enviada por una madre a su hijo en la trinchera parecen, a simple vista, historias inconexas, pero tienen algo en común: ganaron el concurso de poesía “Malvinas, identidad y cultura”

>El pasado 23 de noviembre se conocieron los ganadores del concurso de poesía “Malvinas, identidad y cultura”, organizado por el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, en el marco de un día de actividades que giraron en torno a la conmemoración del combate de la Vuelta de Obligado.

A Daniel le descubrieron un tumor en la parte derecha de la cabeza, del lado de donde había sido herido. Se sometió a una operación y a ella le sorprendió la fidelidad de sus compañeros veteranos, que ni por un minuto lo dejaron solo mientras estuvo convaleciente.

Parecía que el cáncer era cuestión del pasado cuando reapareció. Carolina contó a Infobae que la sordera lo imposibilitaba mucho, aunque en el último tiempo se había entusiasmado porque especialistas le dieron esperanzas de un tratamiento. Pero no logró hacerlo, ya que falleció en febrero de 2019.

Dos años antes, Carolina escribió la poesía que resultó ganadora. “Esa herida, que es mía también” dijo que la ayudó a dimensionar la guerra desde lo humano, y eso es lo que quiso plasmar en un poema que tituló “A una oreja perdida en Malvinas. Para “El Sapo” Martínez que perdió su oreja a los 18 años en la guerra”:

Mirándolo por las rendijas de nuestros miedos

Adivinábamos el canto del zorzal

Junto a tu herida, que ahora es la mía.

Adivinábamos en qué lugar saldría la luna iluminándonos con el reflejo de aquellas brumas

Se abandona y se cae desde el umbral

Junto a tu herida que ahora es la mía

Y mientras tanto yo

Besaba tu oreja

Tu oreja presa de historias viejas como un zumbido

Como un zumbido

Tu verde oreja que escucha el llanto de la llanura

Tu oreja reja, tu oreja vida.

Tu oreja faro, tu oreja niebla.

Que se callaban desde su almita los soldaditos mudos y quietos

Marrón oreja que gusta el río de los marrones

Que pintan nuestra aventura sobre la arena.

Marrón arena, rayo de amor

El segundo puesto fue para Marta Alicia Lete (Tigre, Bs.As.) y el tercero para Roberto García (CABA) por “Niño correntino”. Hubo varias menciones especiales: Sergio Fabián Amad (Mendoza) por “Junio 1982″; Armando Antúnez (J.C.Paz, Bs.As.) por “Creo en Dios”; Juan Ramón Martínez (Florencio Varela, Bs.As.) por “Ellas en las islas” y Facundo Irazoqui (La Plata, Bs.As.) por “Invitación”.

El rosarino Darío Hernández no quiso continuar la escuela secundaria, sino seguir los pasos de sus dos hermanos suboficiales y fue a estudiar a la Escuela General Lemos. Egresó como cabo el 7 de abril de 1982, tenía 17 años y fue destinado al Regimiento 12 en Mercedes, Corrientes. Sin imaginarlo, estaba en Malvinas.

Cuando se arrastraba hacia el lugar de donde provenían los gritos de auxilio, el fuego se reanudó y las esquirlas de una explosión de mortero impactaron en sus piernas. Aún así llegó a donde estaba el soldado para comprobar que ya había fallecido.

Como pudo regresó a su pozo de zorro y la adrenalina lo hizo continuar combatiendo. Cuando fue tomado prisionero lo hicieron caminar y no recuerda dónde se desmayó. Se despertó sobre una camilla en un puesto de socorro inglés y alguien le alcanzó un trozo de madera para que mordiese. Le iban a sacar las esquirlas sin anestesia.

En la localidad santacruceña de Comandante Luis Piedrabuena fundó el centro de veteranos “3 de junio”. La fecha no es caprichosa. El teniente Alejandro Dachary, el sargento René Pascual Blanco y los soldados Oscar Diarte y Jorge Llamas fallecieron ese día de 1982 por un misil que destruyó el radar que operaban. Hernández quiso que el centro llevase como denominación esa fecha porque esa acción involucra a oficiales, suboficiales y soldados, y que ese debía ser el espíritu del centro, el de involucrar a oficiales, suboficiales y soldados.

Siempre le gustó escribir y recuerda que una vez se presentó en un certamen de cuento corto, con una narración en la que Rosario Central y Newell’s se enfrentaban en una final de la Copa Libertadores. Pero no ganó.

Llora, soldado llora,

Llora por tus compañeros caídos

Y por sus seres queridos

Llora por los que volvieron,

Llora por los que aún sueñan

Es su dolor, hecho verdad.

Prisioneros están

Llora, soldado, llora…

Que tus lágrimas formen ríos

Para acariciar y custodiar

Que cobijan y que guardan

Que con su arma en las manos

Ahora Hernández vive en Villa Carlos Paz y pide que por favor se nombre a su esposa, Marlí Bohling, quien lo acompaña y lo apoya, y a sus hijos Gastón Fabián y Gonzalo Cristian, y a su nieto Guillermo. Cuenta que cuando se siente inspirado, vuelca en el papel más poesías y cuentos.

Se enteró del concurso por César Scalerandi, su profesor del taller de comunicación institucional y comunitaria quien, conociendo sus condiciones para la escritura, reaccionó como todo buen maestro: la alentó a participar.

Aseguró que en una semana la poesía ya estaba escrita, que le salió de la nada. Contó que “las palabras estaban ahí y que solo había que soltarlas”. Dijo que para ella y sus amigos, Malvinas es un tema un tanto lejano, pero como su papá, un entusiasta de las islas, le habla seguido y está familiarizada con el tema. Confesó que para ella fue una caricia al alma cuando veteranos de guerra presentes en el acto de premiación elogiaron su trabajo y que, además, le dijeran que necesitaban a más jóvenes como ella. Alexia, que se define como vergonzosa, se sintió muy emocionada cuando esos veteranos le demostraron su agradecimiento por lo que había escrito.

Eran jóvenes y fueron niños

Pelearon y lucharon en el frente de batalla

De adolescentes se convirtieron en adultos en un parpadeo

Mentira tras mentira llegaban al país

Con el cielo como manto y el mar

Se levantaron firmes, sin miedo ni abrigo

a querer.

secretos que conservan lamentos

Pero en cada lugar resuenan sus nombres

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