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27 de noviembre de 2024

Xul Solar y Pettoruti, en un portal hacia la histórica revolución del arte argentino

Galería Del Infinito presenta “Nuevo Mundo”, una exposición que recorre el camino previo de los artistas en Europa en los primeros años del siglo XX, ante de regresar y cambiarlo todo con su vanguardia

>En 1916, Xul Solar cruza raudo una calle de Florencia, Italia, en dirección a un bar poblado de personas, donde Emilio Pettoruti se tomana un descanso.

Sí, ¿quién es usted?

¿Y cómo es posible que sepa quién soy y no otra persona?, ¿cómo me encontraste?

Palabras más, palabras menos, ese es el comienzo de una de las grandes amistades de la historia del arte argentino. Una relación de la que surgió una muestra icónica, además, como si fuera poco, la de Pettoruti en las galerías Witcomb en 1924, de la que se cumplió un siglo, y que generó en su época tal escándalo que unos años después en los periódicos y revistas detractores y defensores continuaban su enfrentamiento verbal y que, en aquella tarde del 13 de octubre, llegó a los golpes que solo se detuvieron bajo la intervención policial.

Xul y Pettoruti regresaron al país aquel ‘24, luego de deambular por Europa, conocer vanguardias, realizar obras, en un viaje que “habían planeando durante mucho tiempo”, “de hecho, hay cartas desde el ‘18 en las que empiezan a decir ‘volvamos, volvamos, le damos pelea’”, cuenta Javier Villa, curador de la muestra Nuevo Mundo, en galería Del Infinito.

En tono con la efeméride modernista, la exposición invita a los espectadores a realizar aquel periplo europeo a través de obras, algunas nunca vistas, y textos, previo al gran y escandaloso desembarco, en una especie de coming-of-age en en el que se van desenvolviendo los elementos que integrarían lo más reconocible de su lenguaje artístico.

Nuevo Mundo es una muestra necesaria, tanto para lo que aman lo contemporáneo como para los que tienen su corazón moderno, que le hace más que justicia al centenario. La selección preciosista que, en los 140 m2 del espacio, se distribuyen marcando bloques temáticos, en una suerte de puesta boutique minimalista, con los trabajos esenciales para capturar el espíritu de época, y que dejan de lado lo más conocido, lo primero que viene a la mente cuando se piensa en la dupla. Se construye así una mirada alternativa y original, que evita los lugares comunes pero en la que se ven los guiños, los destellos, generando una viaje cautivante al interior de dos artistas que patearon con sus formas el tablero del arte nacional. Así, el trabajo de selección y presentación en El Infinito es museístico.

La puesta abre con un autorretrato y un retrato de Xul, ambos hechos por Pettoruti en el ‘17, y una pequeña obra de Xul, en la que se observan dos barquitos, dos destinos que se encontrarán en ese Nuevo Mundo, así como textuales de ambos, que matizan todo el recorrido.

Marcan el itinerario unos telones semi diáfanos que juegan con “la idea de los laberintos de Xul en un punto” y también “ciertas ideas de Pettoruti, sobre todo cuando elabora mucho con planos más translúcidos para trabajar la luz” y, a su vez, “las veladuras permiten que todas las obras ingresen en un diálogo” desde cualquier ángulo.

Ese juntos a la par se observa inmediatamente, incluso cuando aún no se conocían, con una selección de pequeñas obras como artistas callejeros en las calles europeas, algunos de Xul del ‘13, y otros, de los mismos paisajes que compartieron durante unas vacaciones que compatieron en el ‘16, en los que ya empieza a despuntar ciertas características del lenguaje posterior.

Con respecto a Xul, sostiene, que “su verdadero quiebre se produjo en el ‘24, cuando conoce a Alister Crowley”. “Ya se habían cruzado antes, pero en ese año él se inicia en todo lo que es el Grupo hermético gnóstico de Crowley, quien le enseña las técnicas de meditación a partir de los símbolos que Xul tomará para toda su vida a través del I Ching. De allí saca los signos para sus visiones, que transforma en un portal que atraviesa para llegar al viaje en el plano astral”. En ese sentido, se presenta Rezue, “una obra única, como dice Patricia Artundo, que es la gran estudiosa de Xul, en la que ilustra su método de meditación”.

Otra de las rarezas son las pinturas de Man plantas, Man trees o Androdendros de Xul, jamás mostradas en el país, de “la época no solo de las plantas, sino también de los Ángeles de las ofrenda, esos seres que entregan su corazón” y a los que se los puede mirar desde “un plano contemporáneo del especismo con elementos simbióticos”.

Casi enfrentado se encuentran las dos obras más grandes de la muestra. Por un lado, Farfalla (Mariposa) y 7 Rishis (7 reyes). En la serie Farfalla, Pettoruti se aleja de los temas urbanos que marcaron gran parte de su carrera en Argentina, como los músicos y arlequines, para regresar a la abstracción y encontrar inspiración en la naturaleza.

Por otro lado, 7 Rishis, se presenta como un portal hacia lo espiritual. A diferencia de Rezue, que ilustra un método de meditación personal, ésta enorme obra -que no se asociaciaría a priori con el artista- se centra en la meditación colectiva de los siete sabios del hinduismo y su conexión con el Ser Supremo. La desconcertante pintura, explican, podría haber sido concebida para un grupo dedicado a la meditación o una orden hermética, sugiriendo un proceso de separación del plano astral de los cuerpos materiales de los sabios. Así, ambas obras, aunque diferentes en su enfoque y ejecución, comparten la idea de un portal hacia nuevas dimensiones de percepción y comprensión.

Uno de los temas que atraviesa toda la muestra es el regreso a los bosques por parte de los dos. Desde aquellas obritas hechas para ganar unas monedas de los peatones, pasando por los Man Tree, o por unas obras de Petto, que va de la figuración a la abstracción con la naturaleza platense como eje, hasta el último proyecto de Xul, inacabado en vida, la creación de un bosque propio, que fue llevado adelante por su esposa, Lita.

“En el ‘17, en Europa, Peto pinta un bosque de La Plata. De hecho él dice “los colores y las formas que tuve cuando niño las llevé conmigo por donde quiera que fuesen mis pasos y están en mis telas”. En ese momento él iba y venía de la abstracción a la figuración, pintaba distintos bosques en simultáneo”, retoma Villa.

La última parada de la muestra es el “Witcomb – Bar”. “Nuestra idea primero era rehacer la muestra del ‘24, pero era imposible por la gran cantidad de obras que están en los museos de todo el mundo. Entonces, decidimos construir este camino de sus obras previas y reconstruir la exposición de Witcomb a partir del archivo de Pettoruti, mediante las fichas técnicas de las obras que se sabe que estuvieron allí, en las que él hacía anotaciones a mano”, dice Mizrahi.

Pararse frente a estas imágenes en blanco y negro y solo imaginar lo que fue aquella muestra produce taquicardia y, por otro lado, pone en perspectiva el porqué de aquel escándalo.

“La razón de esa furia desatada contra el arte que yo exponía no pude explicármela nunca ya que, como todo el mundo se precipitó hacia el interior, los cuadros no fueron vistos por nadie. Lo cómico del asunto es que esa asistencia tan densa pretendía irse a las manos y tampoco podía hacerlo por falta de espacio. Una cuba de sardinas gritonas puestas de pie y yo en el centro, sofocado”, recordó Pettoruti a la distancia.

En esta sala, se ilustra el conflicto a través de rostros en disputa realizados por Xul cuando estuvo internado en el ‘55. “Él había pedido unos marcadores para pintar algunas cosas porque estaba aburrido e hizo estas caras, que tampoco se habían mostrado hasta ahora”, agrega Mizrahi.

La luminaria, que era la que utilizaba Borges exclusivamente cuando iba a leer a la casa de su amigo Xul, mira en dirección al afiche facsímil de aquella muestra que solo iba a durar 12 días y que aún, 100 años después, continúa brillando vivaz en una galería de Recoleta.

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