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25 de noviembre de 2024

Historias de la Antártida: el militar de los 2.000 días en Marambio y el teniente que volvió y le pidió casamiento a su mujer

El Comando Conjunto Antártico realizó el recambio del personal que permanece un año en el continente blanco. Infobae participó del operativo que trasladó a los contingentes. La experiencia de tres días, cuatro viajes en avión Hércules y 6.600 kilómetros de ida y vuelta

>“¡Papi, llegaste!”. El regreso de la Base Marambio fue la Ya había pasado la breve, pero emotiva, ceremonia que encabezaron en Marambio el jefe entrante y el saliente: los vicecomodoros Manuel Castaño y Damián Rizzo, respectivamente, hicieron el jueves último el traspaso de mando. Cuando ocurrió, eran poco más de las 22 y había luz de día, como si fueran las 4 o 5 de la tarde. Entre la tropa, unos cuarenta que llegaban para reemplazar a otros 40 que se iban, se combinaba en dosis desparejas, la ansiedad y la incertidumbre.

Los “nuevos” salieron de la I Brigada Aérea de El Palomar, llegaron a Río Gallegos y de allí, partieron a la Antártida para trabajar y al mismo tiempo hacer Patria. Fueron vuelos de cuatro horas -minutos más, minutos menos- que tuvieron como bisagra el aterrizaje en la terrosa pista que sirve de puente aéreo para conectar ambos continentes. Para llegar hubo un cálculo que mezcló la ciencia meteorológica con el saber del experto: había que acertar en la “ventana climática” que permitiera llegar a Marambio, hacer el recambio y pegar la vuelta con los veteranos que soportaron la “invernada”, como les llaman en la jerga castrense a la campaña anual.

En diálogo con Infobae, el vicecomodoro Rizzo contó la experiencia que vivió después de pasar un año a cargo de la Base Marambio. La ausencia del hogar familiar no le es ajena: estuvo dos veces en Haití como parte de las misiones de paz de los cascos azules. “Estuve primero seis meses y después nueve meses. Tengo dos hijos de 13 y 15 años y ya no quieren saber nada con tener a su papá afuera de casa”, contó el militar a este medio.

Este cordobés, oriundo de Villa Carlos Paz, se llevó como experiencia pasar cuatro a cinco días manteniendo a la dotación con buen espíritu y activos, mientras afuera los vientos soplaban a más de 80 kilómetros por hora. “Se nos congeló un caño y eso fue un problema, pero rápidamente pudimos resolverlo porque tenemos un personal excelente y comprometido con la misión. Volví con la certeza de que la gente pudo cumplir sus objetivos y que mantuvieron el buen clima hasta el último día”, contó.

A Raúl Velázquez, 50 años, suboficial mayor de la Fuerza Aérea y paracaidista, le festejaron un singular “cumpleaños”: superó los 2.000 días en la Antártida, después de atravesar seis campañas y dos medias “invernadas”: la primera en 2004 y la última, la que concluyó el jueves pasado. Padre de dos hijos de 20 y 21 años, reconoció en una charla con Infobae en la base aérea de Río Gallegos que la Antártida es para él “parte de la vida, el lugar donde pasé los mejores momentos”.

“La satisfacción más grande y a la vez el desafío más grande para mí es que todo funcione. Eso fue siempre, cada año, la prueba a superar cada día. Cada problema se tiene que resolver ya, no se puede esperar, porque ante cualquier desperfecto, la base se congela. Los problemas siempre aparecen en invierno, cuando hace más frío, hay 40 grados bajo cero y hay viento blanco”, contó Velázquez.

Con el recuerdo de un camarada que falleció en una campaña hace más de diez años, el usinista antártico más experimentado de la Argentina, habló sobre su trabajo -el militar- que tiene mucho de compromiso y más de vocación: “Uno siempre va a la Antártida con ese sentimiento de cumplir y servir, porque uno está sirviendo a la Patria a través de la Fuerza Aérea, dándole vida a la Antártida Argentina, que es parte de nuestro país, parte de nosotros, los argentinos, mía, de mis hijos, de mi familia, de mis amigos”.

El teniente Matías Llanos pasó un año en Marambio y recién llegado a la I Brigada Aérea de El Palomar ejecutó una maniobra perfecta. Con una “cómplice” perfecta, apenas abrazó a Marina, su pareja por 16 años, se arrodilló y le pidió casamiento. Ambos ya pasaron más de la mitad de su vida juntos. Con 31 años y 30, respectivamente, los dos se van a casar con la hija como prueba de un vínculo que no pudo separar los 3.300 kilómetros de distancia.

“El anillo me lo puse acá”, le contó a Infobae la hija adolescente de ambos, mientras se señala un bolsillo secreto que tenía en la botamanga de un jean ancho de color celeste. Las dos esperaron que volviera noviembre para que trajera al teniente del Ejército Llanos del frío continente blanco. Gastaron horas de WhatsApp y revelaron que la comunicación era diaria, sin perderse detalles de las rutinas cotidianas. “Cuando necesitábamos, le escribíamos o hablábamos”, dijeron. Maravillas de la mensajería instantánea que antes eran imposibles y ahora, hábitos.

Mariel Aurora Kottwitz tiene 29 años, es cabo primero del Ejército y lo que dice asombra. Después de un año largo, con sus días y sus noches, admite en la charla con Infobae, en Río Gallegos, que el tiempo le pasó volando y que no quería dejar Marambio. Esta misionera, nacida en Cerro Azul, a media hora de Posadas, lo dice con todas las letras: “Yo no me quería volver”.

“Cuando el año pasado nos fuimos, pensaba: cuando estemos llegando a fin de año voy a estar loca por quererme volver, pero la verdad que no. Nos dijeron ‘nos tenemos que ir’ y me di cuenta de que no lo sufrí”, contó la joven, soltera, sin hijos y con una mamá que la espera ansiosa en el otro extremo de la Argentina. Sí reconoció que está antojada de una ensalada de pepinos y de sushi: “Le dije a una amiga que me espere con eso. Había días que moría por comer una ensalada fresca”.

“Yo entré al Ejército por curiosidad, para probar, no tanto por vocación, pero a medida que fue pasando el tiempo me nació un sentimiento especial. Cuando una escucha la banda, las marchas o el Himno Nacional y siente orgullo en el alma. Ser militar me hizo conocer experiencias increíbles y conocer lugares y gente muy especial. Para mí, la Patria es mi Nación, es mi vida, mi casa”, contó Mariel, antes de subir al mítico y ruidoso avión Hércules.

Historias mínimas de los que, en silencio, hacen Patria.

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