Miércoles 11 de Diciembre de 2024

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21 de noviembre de 2024

Fui, vi y escribí: Las voces que extraño a veces

Es una de las primeras cosas que perdemos con la ausencia de los que queremos y no siempre tenemos registros para recordarlas. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

>Hola, ahí.

Me quedo con lo de la voz, porque es una de las primeras cosas que desaparecen de la memoria cuando alguien muere. La gran mayoría de los contemporáneos conservamos imágenes de nuestros seres queridos. Si no son videos, son fotos. Si no son a color, son Pero, ¿y las voces?

La noche del habla

Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez

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El año que marcó el final de su voz todoterreno fue 1998, por lo cual desde entonces sus mensajes en los contestadores automáticos siempre convocaban al humor negro. Cada vez que decía con lentitud esforzada “Hola, Hinde. Habla papá”, sus palabras eran un recordatorio inútil y hasta infantil: no había forma de que yo lo confundiera con nadie.

Muchos años después, muchas charlas y discusiones y reconciliaciones después, una tarde que estábamos tomando un café él y yo junto con mi hermana en un bar de Belgrano y Entre Ríos, entró un chico con el aparente propósito de vendernos bolsas de residuos y caí en la trampa con gentileza pavota. Le compré las bolsas y, además de llevarse los billetes, se llevó mi celular. Y con él, los mensajes de mi papá que tenía hasta entonces. Era diciembre de 2021, pensábamos que el coronavirus comenzaba a ser historia.

Extraño su voz pero, si soy honesta, lo que más extraño es su voz original, joven y fuerte. Su capacidad para protegernos con la palabra y también de hacer chistes estilo ametralladora y sostener la atención de audiencias de todo tipo. Extraño su voz y su talento para la discusión rasante, en la que no había forma de que perdiera. Discutía sobre todo, sobre lo que sabía y también sobre lo que no sabía y, aún si no ganaba, actuaba como si hubiera ganado; siempre se daba por triunfador porque así era él. Mi padre fue, posiblemente, la persona más segura de sí misma que conocí.

Ahí está, eso extraño, la seguridad con la que hablaba cuando ni “El accidente” ni “Covid mortal” se habían empecinado con él. Todo lo que su voz le aportaba a su magnetismo y a esa fuerza que irradió hasta el final, cuando enmudeció. Cuando ya no pudo sostener el brazo ganador en alto y se declaró vencido por la vida y por la enfermedad.

Verde limón

El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq

Claro que extraño la voz de mi madre. Extraño sus llamadas teléfonicas en continuado, con apenas unas horas de tregua en la noche y sin ninguna clase de saludo en la mañana, como si estuviéramos siempre viviendo juntas y pegadas. Ni hola, ni chau, no hacía falta.

Quienes no la conocían pero la escuchaban a través del teléfono más de una vez me dijeron que se soprendían porque tenía una voz joven y era cierto: todo lo que sufrieron su cuerpo y su alma no se notaba en su voz, casi acaramelada. Cuando hablaba, claro. Había días en que elegía no hablar.

Extraño su voz, sí; la extraño hablando entre carcajadas y también sentada largas horas al teléfono mientras ondulaba el cable con sus dedos largos y perfectos. La extraño en su capacidad infinita de verseo: podía convencer a cualquiera de cualquier cosa. Toda la convicción que mostraba para darles confianza a los demás nunca pudo aplicarla para ella misma. Digo esto ahora, que tengo casi la misma edad de ella cuando murió. Digo esto ahora, y parece que la juzgo y, por supuesto, la juzgo, pero sobre todo siento una pena tremenda, un dolor que no cede por no haber podido verla feliz.

Por eso, si tuviera que elegir cómo recordar su voz, buscaría reproducir aquellas escenas remotas, remotísimas, de cuando nos cantaba:

“Porque te quiero…” cantaba Fanny Feigue mamá y nos miraban sus ojos verdes y pillos esperando la respuesta.

Gritos y susurros

El paciente inglés, de Michael Ondaatje

Algo que extraño, y mucho, es la voz del periodismo. A ver si me explico para no parecer filosófica o cientista social: cuando digo “la voz del periodismo” hablo del murmullo de las redacciones, la reunión del mediodía en la que se discutía la edición que seguramente cambiaría varias veces en función de la coyuntura; el debate por un título, las conversaciones telefónicas (a veces a la manera de terapia) con enviados especiales y corresponsales, la formación en terreno, primero la propia, luego la de los más jóvenes. Rumores de pasillo, conversaciones en profundidad en las escaleras, cierres interminables, jornadas agotadoras y productivas. Gritos de escritorio a escritorio. Y sobre todo voces, muchas voces.

El silencio ayuda a la concentración, sin dudas, pero el barullo, cuando es familiar, también. La consulta online sirve, ayuda, pero no reemplaza aquella voz presencial, la de tu compañero explicando a tu lado, y frente a tu pantalla, por qué esa foto que elegiste para ilustrar tu nota no es la apropiada. Algo de aquella conectividad humana me resulta irremplazable y sé bien que todo esto parece un rapto de melancolía veterana y tal vez lo sea. No dudo de las ventajas de laPero ya fue, no volverá y quedarse congelado en el tiempo no parece ser la mejor manera de vivir a pleno. Ponele.

El barullo más amado

Seda, de Alessandro Baricco

Leía y trabajaba con mis hijos alrededor cuando eran bebés, mientras iban creciendo y también como adolescentes ruidosos. Mis hijos, la televisión, la música. Por entonces no tenía un espacio para mí ni existían las puertas cerradas para trabajar tranquila. Es cierto, estaba muchas horas fuera de casa por trabajo pero, como muchos, seguía trabajando en casa durante la semana y también los fines de semana.

Leo y escribo en silencio o con sonido ambiente, me concentro igual. Haber pasado tanto tiempo en redacciones te entrena para fijar tu atención en el texto. No siempre se consigue; recuerdo a un jefe que cuando el sonido ambiente enloquecía de más modificaba ligeramente el registro de su voz y lanzaba un “¿No les molesta si trabajo, no?”.

Trabajo con distracciones múltiples, con mil ventanas abiertas en la computadora y, como alguna vez te conté, con el lavarropas en funcionamiento porque mi escritorio, por llamarlo de alguna manera, es un cuarto en la terraza, mi famoso “cuarto con centrifugado propio”.

Podría seguir recordando voces queridas y extrañadas, voces que no siempre se lleva la muerte, sino el tiempo y la distancia: a veces extraño horrores las voces de amigas que ya no están cerca y con quienes alguna vez fuimos inseparables. Pero ya es hora de despedirme.

Además, quiero compartir con vos una alegría: esta semana recibí el Las imágenes que acompañan el texto son pinturas de grandes artistas que nos hablan de voces, de conversaciones y de vínculos. Te recuerdo mi mail: es *Para suscribirte a “Fui, vi y escribí” y a otros newsletters de Infobae, ingresá** Para leer los “Fui, vi y escribí” anteriores, clickeá

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