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21 de noviembre de 2024

“A la madrugada se corta la fruta”: las historias de un militante peronista que se sublevó en Rosario con 14 carabinas y un facón

Juan Luis Lucero murió el martes a los 87 años. Había nacido en el seno de una familia sumergida en la pobreza en el interior de Santa Fe y desde su adolescencia se comprometió con la resistencia peronista con el fin de derrocar la autodenominada “Revolución Libertadora”. Un relato íntimo de su infancia, de su militancia y el recuerdo de la sublevación del general Juan José Valle

>Juan Luis “el Chancho” Lucero fue un militante histórico de la resistencia peronista. Con apenas 19 años participó del frustrado levantamiento del General Valle en 1956, y cumplió su primera condena en la cárcel. En septiembre de 1968 quedó nuevamente detenido en Taco Ralo en Tucumán, como parte integrante de las Fuerzas Armadas Peronistas, junto a Cacho el Kadri, Nestor Verdinelli y Amanda Peralta, entre otros. En 1973 lo eligieron diputado provincial del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), en las elecciones del 11 de marzo. A cargo de la Comisión Bicameral Investigadora de apremios ilegales durante la dictadura lanussista, estuvo a su cargo de dilucidar el asesinato y los culpables de la muerte de Angel “Tacuarita” Brandazza, militante del peronismo de base, razón por la que debió soportar tres graves atentados contra su vida. En 1974, junto a Domingo Pochettino y Jorge Obeid, intervino en la disidencia de la juventud peronista en Santa Fe. Estuvo preso durante la última dictadura militar. Luego partió al exilio de Dinamarca, donde vivió hasta hace poco tiempo. Retornó a su tierra para despedirse. Juan Luis “el Chancho” Lucero murió el martes 19 de noviembre. Tenía 87 años, había nacido en Unquillo y criado en Villa Mugueta, provincia de Santa Fe.

“Yo estoy siempre muy orgulloso de ellos, porque nos enseñaron la rebeldía. Nunca dejaron de mandarnos a la escuela, pero teníamos nada más que las alpargatas para ir al colegio. Muchas veces estábamos varios meses descalzos”, relató. Decía que se concibió peronista el 4 de junio de 1943, cuando un golpe de Estado derrocó al gobierno de Ramón Castillo, cuando aconteció la revolución de los coroneles, cuando Domingo Perón ingresó a la política argentina, cuando nacieron los albores del peronismo. “Mi madre nos decía: ‘Ustedes nunca se callen ante una injusticia, incluso a riesgo de su propia vida’”, contó. Sus padres participaban en política, se consideraban radicales yrigoyenistas y eran analfabetos.

“Con Perón se va conformando una nueva ideología, se fueron ensamblando las viejas luchas, incluso las luchas anarquistas, socialistas y, con todo eso, se produce una nueva idea que era la de la justicia social. Cuando se produce el 17 de octubre, yo tenía nueve años y vamos todos al acto que se realiza en el pueblo de Villa Mugueta. Recuerdo que los pibes radicales nos tiraban piedras. En ese acto me quedé afónico varios días por gritar. En esas elecciones, mis padres votaron por primera vez”.

La mal llamada “revolución libertadora” había expulsado a Perón del gobierno mediante un golpe cívico-militar. El gobierno de Aramburu y Rojas realizó varias purgas internas en el Ejercito para expulsar a los militares nacionalistas cercanos al peronismo. Pocos meses después, en el mismo barco donde estaban prisioneros, varios altos oficiales tramaron un golpe para desplazar a la cúpula golpista y restituir la soberanía popular convocando a elección sin proscripciones. Los militares buscaron el apoyo civil entre los grupos de la incipiente Resistencia Peronista. La dictadura había detectado los preparativos de sublevación, pero los dejó avanzar para dar un baño de sangre de escarmiento. La noche del 9 de junio de 1956 se produjo el levantamiento del General Juan José Valle: si bien las principales acciones se desarrollaron en Buenos Aires y La Plata, en distintas ciudades del país había grupos revolucionarios esperando la orden de actuar, que se iba a emitir por las radios tomadas por los revolucionarios. Hubo acciones, en La Pampa, Rosario, Viedma y otras ciudades. Por ejemplo, Rosario.

En Rosario, como en el resto del país, el intento del General Valle estaba infiltrado y descubierto de antemano. El plan consistía en tomar el Regimiento 11 de Infantería (que disponía en ese momento de más 700 hombres), la radio LT2 y otros objetivos. Si bien los jefes de la rebelión eran militares, la mayoría de los complotados eran civiles, lo que significaba una dificultad no menor, primero porque se trataría de un asalto externo a un regimiento y no del amotinamiento del mismo, y en segundo lugar, porque no se contaba con armas suficientes para hacer frente a tamaño desafío.

Hubo una época en que Rosario era un bastión del peronismo. Durante los días septiembre de la mal llamada revolución libertadora, Rosario fue una de las pocas ciudades donde el pueblo peronista dio pelea en las calles. En su libro Memorias de una muchacha peronista, Berta Temporelli rememora: “¿Qué llevó a esos hombres a pintar ‘Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la libertadora, Villa Manuelita no’? ¿Qué hizo que esas mujeres tuvieran la valentía de desafiar a las fuerzas represoras, desprendiendo sus blusas, dejando los pechos al desnudo al grito de ‘tiren’? ¿Quiénes eran esos seres anónimos que protagonizaron aquellas jornadas que pasarían a la historia? Eran mujeres y hombres que por primera vez habían sido dignificados como personas con derechos, y ahora demostraban lealtad a sus líderes, a Perón y Evita”.

El testimonio de José Mármol es un ejemplo vivo de ese coraje: “Alrededor de las cuatro de la tarde, las tropas venían tirando desde un camión. Yo había puesto, en una columna de Ovidio Lagos y 27 de Febrero, los estandartes de Perón y de Evita. Entonces, volví a subirme a la escalera, me envolví con una bandera argentina y los esperé gritando: ‘¡Viva Perón, carajo; la puta que los parió!’. Me dispararon un balazo en el hombro derecho, cerca del cuello, y quedé tendido en la vereda”.

Algunos jóvenes comenzaron a recorrer los barrios pasando un mensaje en clave: “A la madrugada se corta la fruta”. La insurrección estaba en marcha en todo el país.

“Finalmente en junio llegó la consigna, yo estaba acompañado de mi amigo Marcial Martínez, quien no participaba de las reuniones, porque era muy chico, tenía 16 años y yo 18. Pero Marcial se las aguantaba más que yo, un compañero, muy pobre, huérfano desde muy niño, reservado, solidario, valiente, de los mejores. Las armas prometidas no llegaron. Scaramuccino era el nombre del responsable de traerlas, muchos años después supimos que escondió las armas y se fugó a las islas, en realidad se cagó”.

A las 23 horas, el grupo de Díaz se apoderó del predio donde se hallaba la antena de LT2, dejando ir al casero y su familia. Instantes más tarde, LT2 empieza a anunciar la proclama del hasta el momento ignoto “Movimiento de Recuperación Nacional”: “Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes...”.

Al día siguiente, el parte oficial del ejército describió el operativo represivo destinado a recuperar la antena: “Una maniobra de pinzas realizada por un grupo de efectivos de esa fuerza, a cargo del capitán Pizzi, y por un escuadrón de Gendarmería a cargo del comandante Guillermo Rosbaco”. Los insurrectos, con el comisario Díaz a la cabeza, junto a Lopícolo, Putero, Jurjo, Marinaza, entre otros, resistieron la embestida durante más de dos horas. Pero empiezan a llegar las noticias del fracaso de la toma del Regimiento 11, sumado a la recuperación por parte del ejército de la central telefónica Sarratea, ocupada previamente por el grupo de Lucero y de Martínez. Finalmente, cuando los insurrectos se enteraron de la derrota del alzamiento en todo el país, deciden emprender la retirada. Seis de ellos son apresados al instante, y el resto en los días subsiguientes. A las 2:30 del domingo 10, LT2 enmudece y deja de transmitir la proclama revolucionaria.

Mientras que en LT2 el comisario Diaz y sus catorce carabinas dieron dura pelea durante dos horas, en el Regimiento 11 no hubo lucha. El diario El Litoral en su crónica del día siguiente relata: “Pintorescos hechos, casi risueños, por la credulidad de unos veinte ciudadanos, ocurrieron en esta ciudad, luego que por LT2 se difundiera la exhortación de que el pueblo saliera a la calle y se reuniera en el Regimiento 11 de Infantería que había sido ocupado. Los aludidos se dirigieron a esos cuarteles, donde en efecto se los recibió de inmediato, pero nada más que para remitidos detenidos e incomunicados a la jefatura de policía”.

El diario El Litoral omitía en la “pintoresca” descripción de los hechos, que esa misma noche por un decreto nacional previamente redactado, se impuso la ley marcial en todo el país autorizando el fusilamiento de los sublevados civiles o militares. La noche del 12 de junio, Ricardo Díaz fue atrapado junto a Vigil en las inmediaciones de la yerbatera Martín y remitido a la jefatura de policía. Allí esperaban más de 400 detenidos, 21 de ellos sujetos a la Ley Marcial. Esa misma noche, estos últimos fueron llevados al Regimiento 11 para ser fusilados. El destino y las internas al interior del Ejército harían de frenar lo que parecía inevitable.

Sin embargo, el ómnibus terminó por arribar a destino, donde esperaba el pelotón de fusilamiento a cargo del Coronel Manni: “Ese nos quería fusilar a toda costa. Es más, ya había pasado Jurjo, que fue el primero en pasar para ser fusilado, y en eso viene corriendo Gentile, diciendo que había llegado un parte anunciando que se había levantado la Ley Marcial. Gentile no se puede contener y le empiezan a caer las lágrimas y a decir ‘muchachos, se salvaron’, y nos convida con cigarrillos, un paquete verde”.

En Rosario, los detenidos fueron recluidos en la cárcel la Redonda. Mientras tanto las columnas de La Capital consignaban el repudio de las “fuerzas democráticas” frente al intento frustrado: desde el Partido Demócrata Progresista, pasando por la UCR local, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista, la Liga de Estudiantes Humanistas de Rosario. La Unión Socialista Libertaria de la Provincia de Santa Fe se pronunciaba vehementemente contra el “golpe ejecutado por minorías al servicio del dictador prófugo”. En similares términos se expresaba el Partido Comunista, que caracterizaba al hecho como un “contragolpe” y llamaba a los trabajadores a “no dejarse arrastrar por las aventuras”. Ninguno de los comunicados denunciaba el fusilamiento a sangre fría de 29 argentinos.

Como Diputado Provincial, en 1973 presidió la comisión investigadora por el asesinato de “Tacuarita” Brandazza. Por esta investigación sufrió varios atentados contra su vida. Tres años después, fue nuevamente encarcelado y su hija -militante de la UES y de apenas 15 años de edad- fue secuestrada.

Fuentes: el libro Memorias de una muchacha peronista de Berta Temporelli; archivo “uno por uno” de Roberto Baschetti, nota de Osvaldo Desmonti, nota de Eduardo Toniolli.

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