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13 de noviembre de 2024

Su amistad con Maradona y una sorpresiva cábala en la Copa Libertadores: las memorias de Adrián Domenech

Símbolo de Argentinos Juniors y de paso por Independiente y Boca, repasa su trayectoria, su breve labor como entrenador y su actualidad como formador de jóvenes

>El amor al club. Debe haber pocas cosas más gratificantes para un futbolista que convertirse en símbolo de una institución. Gracias al esfuerzo, la dedicación y el haber recorrido cada una de sus divisiones inferiores hasta llegar a lo máximo. Así se escribió la historia de Adrián Domenech en Argentinos Juniors. Aquel chico que llegó con 14 años para jugar en la novena y diez años más tarde, fue el capitán que alzó la Libertadores, en una historia muy particular: “Nunca había querido que mi mamá fuese a la cancha a verme. En la antigua estructura de la copa, nos tocó ir una semana a Río de Janeiro para enfrentar a Vasco da Gama y Fluminense. Cuando me enteré que en el club estaban armando un viaje para los hinchas a esa hermosa ciudad, le conseguí un lugar a mi vieja para que se sumara. Como ganamos los dos partidos, se convirtió en la cábala de la gente, comenzó a ir siempre, sin que yo lo supiese. La final contra América de Cali se definió en un tercer partido en Paraguay y ella ya estaba super embalada (risas). Se subió sola a un micro en Retiro y se bajó en Asunción. Salimos campeones. Yo estaba con el trofeo en la mano dentro del campo de juego y vi que se me viene un malón de gente de Argentinos con una persona en andas que subía y bajaba. Cuando los tuve cerca, me di cuenta que era ella y me quería morir. Nos pusimos a llorar en uno de los momentos más emocionantes de mi vida”.

El toque de la varita mágica del destino. La que permitió que ese Maradona en estado de ebullición explotara al máximo e hiciera de Argentinos Juniors un club observado por todos. Fue una transformación tan grande como inesperada: “Me tocó vivir el inmenso cambio, donde Argentinos Juniors pasó de ser un club de barrio que le caía simpático a todo el mundo por esa intención de jugar siempre por abajo, que era lo que nos enseñaban desde las inferiores, hasta convertirse en un cuadro protagonista. Ya no alcanzaba estar en mitad de tabla y no pelear el descenso. Había que estar en la discusión grande, con un protagonismo diferente. Y el punto máximo de aquella época fue cuando salimos subcampeones en 1980″.

Febrero del ‘81. Argentinos Juniors quedó huérfano de Maradona, que se fue a Boca. Aquellas ilusiones se fueron desvaneciendo. Como en el cuento de la Cenicienta, al Bicho le llegaron las 12 de la noche y debía volver a la realidad. También fue el momento del éxodo para Domenech: “Viajé a Uruguay con mi familia para las fiestas del ‘80, aprovechando que Diego jugaba para la selección el Mundialito. Estando allí, un dirigente me comentó sobre el interés de Independiente para contratarme, algo que se concretó poco después. Tuve un muy buen año, donde crecí como jugador, acoplándome a un plantel excelente donde estaban Bochini, Olguín, Villaverde, Trossero, Giusti y Alzamendi, entre otros. Estuve atento a la campaña de Argentinos Juniors, que no fue nada buena y peleó el descenso hasta la última fecha. Ese día, me tocó estar en el banco de suplentes y seguí el partido decisivo contra San Lorenzo por radio. Siempre digo que estuve ligado a los grandes momentos del club y hasta en eso se me dio, porque en la floja temporada ‘81, estuve en Independiente”.

Ese estilo irrenunciable. El ADN del cuadro de La Paternal desde sus orígenes. Con el trato pulcro del balón, sin renunciamientos. Había deslumbrado con diversos equipos a lo largo de su historia, pero nunca alcanzando las altas cumbres del grito de campeón. Ese que estaba atorado en las gargantas y se liberó en 1984: “Asumió Roberto Saporiti como entrenador y se hizo un excelente mercado de pases, donde llegaron Vidallé, Olguín, Morete, Commisso y J. J. López, para sumarse a un plantel que ya venía trabajando bien. Hicimos una muy buena campaña. Llegamos a la última fecha arriba de Estudiantes y Ferro, que se enfrentaban en La Plata. Nosotros jugábamos con Temperley y teníamos que ganar para no depender de nadie. Así se dieron las cosas, porque íbamos ganando 1-0 con gol de Olguín de penal y cuando la gente se enteró del final con empate del otro partido, se metieron en la cancha. El árbitro era Carlos Espósito, con quien tenía confianza y, como capitán, me llamó: ‘Adrián, yo tengo que informar de esta situación y aún quedan varios minutos por jugar’. Le respondí que los íbamos a sacar. Era una ingenuidad. Convencía a dos y otros 10 invadían (risas). La emoción pudo más y nos ganaron por cantidad. En un momento divisé a mi hermano y le di toda la ropa para que la guardase. A la noche fuimos a Canal 9, donde se hacía el programa más visto que era ‘Todos los goles’. Estuvimos casi todos los muchachos allí como cierre de un día inolvidable”.

En el horizonte aparecía el desafío de tener que disputar la Copa Libertadores, algo inédito para los Bichitos de La Paternal. El destino parecía tener marcadas, en rojo, las cartas. En la fase de grupos, pudo quedar eliminado, ya que dependía de los resultados de Ferro en Brasil, que debía ganar sus dos partidos. El cuadro de Caballito no pudo y quedaron igualados. En el desempate, Argentinos Juniors ratificó que estaba mejor y avanzó. En el último minuto de la semifinal contra Independiente la historia pudo cambiar. Ganaba 2-1 en Avellaneda, pero su rival tuvo un penal, que Vidallé le detuvo a Marangoni para sellar el pasaporte a la final. Allí llegó la gloria en el tercer encuentro frente al durísimo América de Cali: “Nadie me podía sacar la copa de las manos. A mis compañeros se las prestaba para sacarse fotos, pero me la tenían que devolver. Después de la cena y los festejos, me la llevé a la habitación y durmió al lado mío (risas). Recién la solté cuando llegamos de regreso a nuestro país”.

Eran un hermoso desvelo futbolero aquellos sábados de diciembre de los ‘80, cuando los equipos argentinos disputaban la Copa Intercontinental en Tokio. El match arrancaba justo a la medianoche, configurando una de las escasas ocasiones que teníamos de ver en vivo a los equipos europeos. Los ojos se extasiaban ante esos choques y los oídos pedían clemencia por el incesante sonido de las cornetas de los japoneses. La de 1985, entre Argentinos Juniors y Juventus se ganó un merecido lugar en la leyenda: “Hoy les doy la razón a los que en aquel momento nos decían que habíamos hecho historia. No teníamos ni idea de los jugamos o conseguimos con semejante partido. En ese momento, sinceramente, lo cambiaba por jugar mal y ganar de suerte. Pasaron casi 40 años y me siguen llamando para entrevistas, porque es muy recordado y lo será por siempre. Estuvimos cerca de ganarlo, se nos escapó por muy poco y ellos estuvieron mejor en los penales”.

Había llegado el momento de la recta final como futbolista, con un paso breve por Platense, que fue la despedida. Era el turno de ponerse el buzo de DT, como ayudante del Checho Batista, consiguiendo el ascenso de Argentinos Juniors frente a Talleres en 2004. Un tiempo después, ya a cargo del equipo en forma interina, logró salvarlo en una promoción ante Huracán. Pero ya en ese momento, latían las ganas de volcarse a la formación con los más jóvenes: “Esa es mi verdadera vocación. Empecé en Argentinos Juniors, que es mi casa y tuve la suerte que me fuera muy bien, por lo que me buscó River, donde creo haber hecho una tarea interesante. Desde hace varios años estoy en Defensa y Justicia y hemos logrado un cambio grande en las inferiores. Lo que más me atrae y moviliza en estos momentos es la captación. Tengo una enorme satisfacción personal, a modo de balance de tantos años trabajando con los chicos. Cinco campeones del mundo en Qatar yo los tuve en la etapa formativa: Alexis Mac Allister, Enzo Fernández, Gonzalo Montiel, Exequiel Palacios y Guido Rodríguez”.

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