Viernes 23 de Mayo de 2025

Hoy es Viernes 23 de Mayo de 2025 y son las 10:51 -

8 de noviembre de 2024

La Iglesia recordó los 40 años del tratado que evitó una guerra entre Argentina y Chile: estuvieron Francos, Villarruel y Werthein

Con una misa en la Catedral Metropolitana, los obispos recordaron la mediación del papa Juan Pablo II que evitó un choque entre las dos dictaduras. En la homilía, monseñor Ojea resaltó el valor del diálogo

>La Iglesia recordó esta tarde en la Catedral Metropolitana los 40 años del tratado que evitó una guerra entre Argentina y Chile por el conflicto del Canal de Beagle, en el extremo sur del país, que se firmó después de una compleja mediación del papa Juan Pablo II entre los jerarcas de las dos dictaduras del Cono Sur. El homenaje se dio en el templo porteño, en una ceremonia que encabezó el presidente de la Conferencia Episcopal (CEA), monseñor Oscar Ojea, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, otras autoridades y la vicepresidenta Victoria Villarruel.

En la homilía, la Iglesia destacó la diplomacia como un “arte laborioso y paciente” que requiere constancia y que, en momentos de tensión extrema, permite establecer puentes entre realidades históricas y culturales diferentes. “La paz social es laboriosa y artesanal. Solo es posible lograrla integrando a todos”, expresó el mensaje eclesiástico, haciendo un llamado a la sociedad y a sus líderes para que fortalezcan este tipo de acercamientos en los contextos actuales de crisis y conflicto en el mundo.

Con una referencia especial a los procesos diplomáticos que unieron a Argentina y Chile hace cuatro décadas, la homilía subrayó cómo el compromiso de los diplomáticos y líderes religiosos de ambos países sentó las bases para la paz duradera.

La homilía recordó los eventos que llevaron a la firma del Tratado en 1984, en un contexto donde la tensión entre Argentina y Chile estaba en su punto más alto debido a disputas territoriales en el Canal de Beagle. La mediación de la Santa Sede, encabezada por el recién electo papa Juan Pablo II, y el trabajo diplomático y eclesiástico del cardenal Antonio Samoré, fueron factores clave para canalizar el conflicto hacia una solución pacífica.

El texto leído en la Catedral se destacó que la primera palabra que pronunció Jesús resucitado fue “paz” y se presentó este valor como el primer fruto de la fe cristiana y un “don invaluable” para toda la humanidad. “Vivíamos una profunda incertidumbre, ya que la sombra de la guerra entre países hermanos parecía visitarnos inexorablemente”, resonó el mensaje, evocando los sentimientos compartidos en aquel tiempo por argentinos y chilenos.

La paz, tal como se expresó en la homilía, es un regalo de Dios que debe cultivarse no solo en las altas esferas diplomáticas, sino también en la vida cotidiana de cada persona.

De manera especial, se recordó al Cardenal Samoré, quien jugó un papel central en las negociaciones, manteniendo una actitud de neutralidad y tenacidad que fue decisiva para alcanzar una solución pacífica. “La esperanza es audaz y sabe mirar más allá de las dificultades”, se citó de la encíclica Fratelli tutti de Francisco, subrayando que, incluso en los momentos de mayor tensión, es posible tomar decisiones que abran caminos hacia la reconciliación.

La homilía concluyó con un llamado a cada persona a ser un “artesano de la paz” en sus propias relaciones y entornos, recordando que el compromiso con la paz no se limita a los grandes acuerdos entre naciones. La Iglesia invitó a que esta paz, fruto de años de diálogo y perseverancia, sea una inspiración para construir un ambiente de respeto y concordia en cada ámbito de la vida diaria, ya sea en el hogar, el trabajo o la comunidad.

El conflicto entre Argentina y Chile tuvo su origen en una disputa por la soberanía de las islas y territorios ubicados en el Canal de Beagle, una región estratégica en el extremo sur de América. A finales de los años 70, las tensiones entre ambos países llegaron a un punto crítico, con preparativos para un posible enfrentamiento armado. La situación alarmó a la comunidad internacional y motivó la intervención de la Santa Sede, a solicitud de los gobiernos de ambas naciones.

Fue entonces cuando el Papa Juan Pablo II, en una de sus primeras decisiones al asumir su pontificado, aceptó el pedido de mediación y encomendó esta misión al Cardenal Samoré. Con su paciencia y neutralidad, el purpurado lideró un complejo proceso de negociaciones, trabajando de cerca con diplomáticos y líderes eclesiásticos de Argentina y Chile.

Queridos hermanos y hermanas:

El deseo de paz expresado por Jesús a los apóstoles después de resucitar, resuena de un modo especial en nuestras mentes y corazones en esta celebración de los 40 años del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile.

Así comenzó un periodo de nuevas negociaciones para alcanzar la paz entre nuestros pueblos, un proceso que culminaría en la firma del Tratado que determino “la solución completa y definitiva de las cuestiones que a él se refiere”. (Preámbulo del Tratado)

La primera palabra que pronuncia Jesús resucitado es la Paz. La paz es el primer fruto de la Pascua. Es lo que le va a dar seguridad a estos hombres que estaban encerrados en el Cenáculo, llenos de temor, llevando en sus corazones la tragedia que habían vivido en las últimas horas. Vivian una profunda incertidumbre ya que habían dejado todo por Jesús y pensaban que todo lo que habían invertido, entregando sus vidas en función de un gran ideal, había llegado a su fin.

A la luz de la Palabra de Dios quisiera expresar tres pensamientos que se me ocurren oportunos, al mirar desde el presente lo ocurrido hace cuarenta años:

Queremos rendir un sentido homenaje al pueblo argentino y al pueblo chileno, a los ministros de gobierno y de relaciones exteriores de ambos países, al Cardenal Primatesta y al Cardenal Silva Henríquez, ambos presidentes de las conferencias episcopales de ambos países que fueron claves en la solicitud de la intervención de la Santa Sede, y muy especialmente a todos aquellos hombres y mujeres que ofrecieron su tiempo, sus esfuerzo y su profesionalidad para lograr este tratado de Paz y de Amistad.

En segundo lugar, es bueno que esta memoria agradecida que hacemos nos permita reconocer el inmenso valor de la diplomacia en la vida de los Estados y sus efectos fecundos en la vida concreta de cada ciudadano. La diplomacia es un arte, es un trabajo que exige paciencia y constancia, muchas veces silencioso, que busca unir la diversidad de vivencias históricas diferentes y muy arraigadas en la educación y en la cultura. Es un servicio a la armonía entre las diferencias. La paz social es laboriosa y artesanal. Solo es posible lograrla integrando a todos.

La violencia desatada hoy en tantos frentes va logrando oscurecer el valor de la palabra, pierden importancia los gestos que acercan la vida de los seres humanos y que crean los puentes necesarios para que los espíritus se sosieguen y para que el dialogo se restablezca a partir de nuevas escuchas más atentas y superadoras. La violencia que nos envuelve corre el riesgo de cerrar los canales del espíritu para salvar vidas humanas, vidas de hombres y mujeres, de niños y ancianos, que se exterminan infligiendo una derrota incalculable en el corazón de la humanidad.

Finalmente, el regalo de la paz nos invita a la misión. Jesús sopló sobre los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio. La luz al final del túnel, de la que hablaba el Cardenal Samoré, debe convertirse en una luz que nos lleve a iluminar a todos nuestros hermanos con el evangelio de la paz que es don de Dios y tarea humana.

Este gran bien brota de las profundidades del corazón humano y requiere una continua revitalización, abriendo nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y a los pueblos.

COMPARTIR:

Comentarios

  • Desarrollado por
  • RadiosNet