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9 de octubre de 2024

Si el jurado está mirando el mundo, este escritor puede ganar el Premio Nobel

El israelì David Grossman perdió un hijo en la Guerra del Líbano en 2006. Sus libros permiten pensar el conflicto sin fanatismos. Y sigue siendo una de las voces que creen que la única opción es la paz

>El Premio Nobel de Literatura es una buena guía de lectura, pero no es solamente una guía de lectura. Es una opinión literaria con un buen respaldo contante y sonante, casi un millón de dólares. Más que un golpe de suerte para el autor, que será publicado en todo el mundo, y la editorial que tiene sus derechos. El Premio Nobel de Literatura es, o suele ser, una intervención política. De parte de una institución, la Academia Sueca, que sabe que maneja distintinciones que, por algún motivo, son las más prestigiosas del mundo. Y que quien las reciba será mirado con otros ojos para siempre. De ahí en más pasará a “ser” Premio Nobel.

Lo recibió en 2014 el francés Patrick Modiano. En su país se hablaba de un rebrote del antisemitismo y Modiano es el escritor de la Ocupación nazi de Francia, el que señaló la colaboración francesa con los alemanes. ¿Había un mensaje ahí?

Después del ataque a Salman Rushdie en 2022,- en que un estadunidense de origen libanés, Hadi Matar, le dio al autor de Los versos satánicos la cuchillada que le tenían prometida desde hacía años- A veces es más fácil hacer la lectura política, a veces más complicado. Pero este podría ser el año del israelí David Grossman. Un hombre polémico hacia adentro de Israel por su pacifismo. Pero, a la vez, el padre de un soldado caído en 2006 en territorio libanés.

“En estos momentos no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido”, escribió Grossman en un artículo enseguida.

“Empecé a escribir el libro porque quería acompañar a Uri todo lo que pudiera”,- me dijo Grossman en 2012, cuando lo entrevisté en Buenos Aires. Y me habló de una paz difícil: “A veces es necesario que alguien acepte su derrota. Hablamos de soluciones parciales, no de justicia absoluta. Justicia humana, de compromiso. Hay que acostumbrarse a las limitaciones de la realidad: los israelíes tienen que renunciar a algunas pretensiones territoriales y los palestinos tendrán que renunciar a algunos de sus deseos”.

Después vino otro libro, más terrible todavía. Más allá del tiempo, en que una pareja trata de aprender a vivir con la idea del hijo muerto. “A él sin su no ser no puedo recordarlo ya”, escribe Grossman. Lo dice el personaje pero ay, ¿cómo no ver al hombre que piensa en su hijo y siempre que lo piensa la muerte se para entre él y el recuerdo con la manos levantadas, como un arquero que logra tapar todo el arco?

Esta semana, cuando se cumplía un año del ataque del 7 de octubre y de la respuesta israelí, Grossman escribió en el diario francés Liberation: “Cada vez que un presidente estadounidense proclama con bombo y platillo: ‘Estados Unidos apoya el derecho de Israel a existir’, me hace saltar. La intención es buena, ciertamente, pero ¿podría uno imaginar a un presidente que declarase: ‘Estados Unidos apoya el derecho de Francia a existir’? ¿O el de Italia, de los Países Bajos, de Egipto o de la India?”

Y sigue: “Solo Israel, entre todos los países del mundo, sufre esta situación absurda: es el único cuya ‘legitimidad’, necesaria para una existencia estable, no es reconocida por los demás, después de setenta y seis años de soberanía. Es insoportable que sea el pueblo casi totalmente exterminado durante la Shoá el que viva hoy de nuevo, en su propia conciencia y en la de muchas naciones, al borde de un abismo psíquico de tal magnitud”.

En pocas palabras, este es David Grossman. Capaz de un humor terrible -¿el humor judio?- en su novela Gran Cabaret, donde hay un comediante hijo de una sobreviviente del Holocausto que dice cosas como: “Siempre iba con la cabeza gacha y el pañuelo de la cabeza cubriéndole la cara, no fuera a ser que alguien la viera, y pegada a las vallas y a los muros para que nadie fuera a contarle a Dios que seguía con vida”.

Es un hombre capaz de volverlo a pensar todo, y que cree que eso es lo mejor. “A veces una historia no nos deja seguir adelante”, me dijo en otra entrevista, en 2015. “A veces hay un mito nacional, el mito de la víctima, como el mito de Masada, donde un general heroico hace suicidar a todos: está tan idealizado y es un mito terrible. Tenemos que revisar los cuentos que nos contamos, los privados y los colectivos”.

Muchas cosas pasaron desde entonces. Las multitudinarias marchas en Tel Aviv por una reforma judicial que quería hacer Netanyahu y que muchos israelíes entendieron que afectaba la democracia, por ejemplo. Pero, sobre todo, la masacre del 7 de octubre de 2023.

No sé si Grossman tiene la solución, si en general tiene razón, si es posible aquello con lo que sueña. Pero la moderación no está de moda y sí sé que, en su literatura y en sus actuaciones públicas, David Grossman fue capaz de sacarse la camiseta del fanatismo y mirar al otro lado, sin dejar de pararse en el suyo. No hace falta estar de acuerdo pero vale la pena leerlo, y a eso ayuda el Premio Nobel.

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