16 de septiembre de 2024
Salve, Gisèle: vergüenza la suya, Monsieur Pelicot
:quality(85)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/infobae/EZNHIJDSCFF6NDAHXIRBGSL3ZI.jpg)
El caso del marido que drogaba, violaba y hacía violar a su mujer conmueve al mundo. ¿Cualquier hombre aceptaría la invitación del marido? Lo que la literatura y la filosofía vienen mostrando
Pero de drogar para tener sexo algo vi. Casualmente en estos días releía Lolita, ese clásico que Vladimir Nabokov escribió en 1955, donde habla de la relación entre un hombre adulto y una nena de 12 años.
Se prepara: “Debía asegurarme de que cuando llegara mi encantadora niña, esa misma noche, y, después, noche tras noche, hasta que Santa Álgebra me la arrebatara, tuviera los medios para hacer dormir a dos personas tan profundamente que ningún sonido o roce las despertara”.
Va al médico, busca algo que no falle: “Abrió un botiquín y cogió un frasco lleno de cápsulas de color azul violeta, con una banda púrpura en un extremo. Dijo que acababan de ser lanzadas al mercado y no estaban destinadas a neuróticos que se duermen con un trago de agua hábilmente administrado, sino a grandes artistas insomnes que debían morir unas cuantas horas cada día a fin de vivir siglos”.“¿De qué son esas píldoras?
–De los cielos estivales –dije–, ciruelas e higos, y uvas rojas como la sangre de los emperadores.–Oh, simplemente, píldoras para papá. Vitamina X. Te ponen tan fuerte como un buey o una hacha. ¿Quieres probar una?
Lolita asintió vigorosamente y me tendió la mano.Poco después cuenta para qué la droga. Para que ella no sepa nada, que no se entere, para conservar su virtud: “Estaba decidido a proseguir mi táctica de preservar su pureza actuando sólo en el secreto de la noche, y sólo cuando la niña estuviera desnuda y completamente anestesiada”.
Mientras tanto, me acordé de un texto que publicamos con Leamos hace unos años, como parte de una serie de entrevistas que condujo Ezequiel Martínez, hoy director de la Feria del Libro de Buenos Aires. Se titula, justamente, La vergüenza, y es un ensayo muy breve que escribió la filósofa argentina Diana Cohen Agrest.En su ensayo -que hoy se resignifica- Cohen Agrest va a preguntarse si en estos tiempos en que se exhibe todo sigue existiendo la vergüenza. Pero antes se va a preguntar qué es eso, qué es la vergüenza. “Unos la concibieron como el sentimiento que nos invade cuando somos descubiertos por otros en conductas ya reprobables”, señala. Entonces no es moral, es como aquella frase pícara que dice: “Vergüenza es robar... y no poder escapar”. Si se la piensa así, la vergüenza, dice Cohen Agrest, es puro miedo al qué dirán.
Pero no es la única manera de pensar el asunto. Se puede entender que la vergüenza sí es una posición moral. Y Cohen Agrest habla del filósofo John Rawls, “quien sostuvo que sentir vergüenza no necesita de otro, ni real, ni imaginario. Porque no es la mirada del otro la que nos importa, sino el ideal moral conforme al cual intentamos vivir, y es en relación con ese ideal como medimos nuestra autoestima”.
Y hasta se puede llegar a una tercera posición: “La vergüenza es un sentimiento que asoma ante la mirada de otras personas reales, aunque internalizadas”.Y se pregunta: “¿Acaso la vergüenza no es una respuesta espontánea que nos invade toda vez que dejamos “filtrar” algo de nuestra esfera íntima que preferiríamos no mostrar? >¿De qué podría sentirse avergonzada Gisèle Pelicot? De haber sido convertida en una cosa, de haber sido penetrada, habitada, “ocupada” como dicen en algunos lugares fuera de su deseo y de su decisión, de que su cuerpo se volviera algo público. De no haber tenido ningún control. De todo eso cargando en esa mochila pesada que es la cultura de siglos de imposición del recato, la virginidad y la monogamia para las mujeres. Podría sentir vergüenza y, de hecho, no tenerla es su grito de guerra. Salve, Gisèle.
La vergüenza
2) El conocimiento sexual impartido por la serpiente fue la idea de la privacidad: los genitales se volvieron vergonzantes cuando se descubrieron como esenciales a la intimidad, al deseo o no deseo de exhibir el deseo.
3) Desde la irrupción de la cultura mediática asistimos a la declinación del rol de la vergüenza.5) La vergüenza depende de la mirada ajena, entonces ese sentimiento carece de todo valor moral.
7) Pues basta un observador imaginario internalizado como disparador de la vergüenza: puedo avergonzarme con sólo imaginar que, de estar viva, mi abuela me censuraría al verme robar en un negocio de ropa.
* En fin, este es un caso que ha puesto mucho en cuestión. Perdón si ya no aguantás el tema, iba a hablar de otro texto hoy —uno de Roberto Arlt, ya verás— pero mi cabeza anda por acá, sin remedio.
* Versiones anteriores de este newsletter están recogidas
COMPARTIR:
Comentarios