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2 de septiembre de 2024

A 80 años de la llegada de Ana Frank a Auschwitz: los últimos días de la niña que le dejó un mensaje a la humanidad

El 2 de septiembre de 1944, cuando acababa de cumplir 15 años, fue bajada de un tren junto a su familia y otras mil personas en el campo de concentración más siniestro de los nazis. No pudo sobrevivir, pero dejó escrito el diario que se convertiría en uno de los documentos más conmovedores sobre el Holocausto

>El campo de concentración de Auschwitz mantenía su monótona rutina de muerte cuando el sábado 2 de septiembre de 1944 más de mil personas fueron descargadas del tren donde habían viajado como ganado y se toparon con el mentiroso cartel forjado en hierro que ostentaba la frase que pasaría a la historia como una de las mayores crueldades simbólicas del nazismo: “Arbeit macht frei” (“El trabajo libera”). La minuciosa contabilidad del centro de exterminio dejó constancia ese día que alrededor de la mitad de los recién llegados -exactamente 549- eran niños que, por tener menos de 15 años, “no servían” para los trabajos forzados y fueron enviados a las cámaras de gas.

Le habían sacado lo poco que había podido llevarse y, después de tatuarla, le dejaron tener solo un abrigo y dos zapatos, las únicas pertenencias a las que tenían derecho los prisioneros. En medio de tanto espanto, quizás Ana Frank se haya alegrado de haber dejado su diario en el refugio donde su familia se había escondido en Ámsterdam, en una de cuyas páginas dejó escrito: “Escribir un diario es una experiencia muy extraña para alguien como yo. No sólo porque yo nunca he escrito nada antes, también porque me parece que más adelante ni yo ni nadie estará interesado en las reflexiones de una niña”.

Ana, nacida en Fráncfort del Meno, Alemania, el 12 de junio de 1929, era la segunda hija de Otto Heinrich Frank y Edith Hollander, una familia de judíos alemanes. Otto había sido teniente del ejército prusiano en la Primera Guerra y tenía una empresa. Vivían en un barrio donde habitaban judíos y católicos, y tanto Ana como su hermana Margot no tenían una educación religiosa.

El 13 de marzo de 1933 el NSDAP (el partido nazi) alcanzó la mayoría en las elecciones municipales de Fráncfort, e inmediatamente hubo manifestaciones antisemitas. Mucho antes que otros, Otto Frank se dio cuenta de que en Alemania su familia ya no estaría segura. Consiguió que la empresa Opekta lo enviara a montar una sucursal en Ámsterdam, en los Países Bajos, donde se trasladó con su mujer y sus dos hijas.

Nadie salía de allí y Miep Gies, secretaria de Otto, aceptó el riesgo de llevarles alimentos. La ayudaron su marido Jan y dos empleados de la empresa, los alemanes Klugger y Kleiman, y el holandés Bep Voskuijl. Una semana más tarde, la familia van Pels entró también en la casa trasera, como hizo después en noviembre de 1942 el dentista Fritz Pfeffer. Al principio pensaron que era por poco tiempo, pero los días se hicieron meses y los meses sumaron dos años.

Ana pasaba el tiempo ayudando en las tareas mínimas para sobrevivir en ese espacio mínimo y en los ratos libres escribía en su diario sus pensamientos de niña en crecimiento. “Es difícil en tiempos como estos pensar en ideales, sueños y esperanzas, sólo para ser aplastados por la cruda realidad. Es un milagro que no abandone todos mis ideales. Sin embargo, me aferro a ellos porque sigo creyendo, a pesar de todo, que la gente es buena de verdad en el fondo de su corazón”, decía en una de esas páginas.

Para agosto de 1944, las noticias de la guerra empezaban a ser alentadoras y los habitantes de la casa del fondo creyeron que pronto llegaría la libertad. Ocurrió todo lo contrario. La mañana del 4 de agosto, la llamada “Policía del Orden”, dirigida por las SS, llegó a la casa gracias a una información que aún hoy no se sabe con certeza quién suministró y capturó a todos los habitantes.

A los Frank y el resto de los habitantes de la casa del fondo los llevaron a un campo de tránsito en Westerbork, por donde se calcula que pasaron más de cien mil judíos. Se les prohibió el uso de sus propias ropas, y se les dio un uniforme azul con parches rojos y de calzado unos zuecos. Aunque los hombres y mujeres estaban en barracas distintas, podían verse durante la tarde y la noche.

Situado en Oświęcim, a unos 43 kilómetros al oeste de Cracovia, Auschwitz fue el mayor campo de exterminio del nazismo, donde fueron enviadas cerca de un millón trescientas mil personas, de las cuales murieron más de un millón. Comenzó a construirse en abril de 1940 y en mayo empezó a tener a sus primeros prisioneros en el primero de los barracones que se construyeron.

Los planificadores de las SS, encabezados por el estratega de la “solución final”, Adolf Eichmann, y la Oficina Principal de Seguridad del Reich en Berlín encontraron allí todos los requisitos para realizar transportes masivos. La ciudad de Oświęcim estaba ubicada en un enclave ferroviario favorable para los nazis, en el este, donde las líneas de trenes del sur de Praga y Viena se cruzaban con las de Berlín, Varsovia y las zonas industriales del norte de Silesia.

Si el horror se puede calcular en cifras, las de Auschwitz quedan a la cabeza. Durante sus casi cinco años de existencia pasaron por allí 1.300.000 personas, de las cuales 1.100.000 fueron asesinadas de diferentes maneras: en las cámaras de gas, por hambre, por castigos extremos, a balazos o en siniestros experimentos médicos. Según la Enciclopedia del Holocausto, allí murieron 960.000 judíos, 74.000 polacos, 21.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra soviéticos, y entre 10.000 y 15.000 detenidos de otras nacionalidades.

Luego de bajar del tren a los prisioneros, los guardias del campo separaron a los hombres de las mujeres, de modo que Ana no volvió a ver a su padre. Poco después de llegar, Edith, su madre, murió agotada por los trabajos forzados y las infecciones provocadas por el hacinamiento.

Pese a todo, las dos hermanas seguían vivas el 28 de octubre, cuando se realizó en Auschwitz una selección de mujeres para reubicarlas en Berger-Belsen. Pese a su pésimo estado de salud, Ana y Margot volvieron a esquivar las cámaras de gas.

En su nuevo destino las confinaron en carpas. Eran más de ocho mil y no había barracones suficientes. Allí Ana se reencontró con dos amigas, Hanneli Goslar y Nanette Blitz, quienes sobrevivieron a la guerra.

En febrero de 1945, una epidemia de tifus se propagó por todo el campo; se estima que terminó con la vida de 17.000 prisioneros. Nanneli contó después que Margot, muy debilitada, se cayó de su litera y murió como consecuencia del golpe, y que pocos días más tarde murió Ana, alrededor de mediados de ese mes. Faltaban menos de sesenta días para que las tropas británicas liberaran el campo.

Allí, una niña judía dejó escritas reflexiones como esta: “Lo que se hace no se puede deshacer, pero se puede prevenir para que no vuelva a ocurrir”.

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