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19 de agosto de 2024

Las memorias del ex árbitro Juan Bava: de la noche de terror en Colombia al día que “hizo un gol” y los sinuosos vínculos con Maradona y Passarella

De Superclásicos tensos a ofertas de soborno: un fascinante recorrido por el mundo del arbitraje

>La arboleda frondosa y el silencio, apenas interrumpido por algún pájaro que nos deja su canto. Ese paraíso perdido para quienes habitamos en las grandes ciudades, donde la calma y el sosiego parecen ser cartas del mazo de otros. La casa de Juan Bava, allá en la zona Norte, alejada de los ruidos, que enmarca una vida tranquila, ajena a esos estruendos de cuando era uno de los árbitros más destacados de nuestro fútbol. Nos encontramos en una escenografía ideal para la charla que dejó muchas historias impactantes de aquellos tiempos.

La vida tranquila de Juan, rodeado de los caballos, otra de sus grandes pasiones, en medio de un hábitat envidiable. A la hora de hablar de los inicios en el tema arbitraje, la mayoría transita alguno de los dos extremos: una vocación definida desde siempre o un arribo por casualidad. Bava se anota en este último listado: “No tenía ninguna vocación, al contrario. Yo jugaba mucho al fútbol, estuve en las Divisiones Inferiores de Atlanta y era zaguero central, por lo que mi pelea con los árbitros era permanente (risas). En un momento, mi hermana se puso de novia con Juan Bozo, que era juez en Primera División y a partir de una relación comercial (yo tenía fábrica de calzado) él me convenció para hacer el curso. A los pocos meses ya me quería ir (risas). El primer partido que me dieron fue para hacer juez de línea en la cancha de Tigre, en un partido de la Reserva, donde había una sola persona, que se la pasó insultándome. Tenía la decisión tomada de dejar, pero justo nos ascendieron con Juan Carlos Loustau para ser asistentes en Primera División, categoría a la que llegamos como principales en seis años”.

En noviembre de 1990 le tocó nuevamente protagonizar un hecho que no tenía antecedentes en el fútbol argentino. Era una tarde de mucho calor, que denunciaba la cercanía del verano y que se iba a poner aún más caliente con lo que ocurrió en Liniers: “Cuando llegué al vestuario me vino a ver Lelo García, que era el canchero de Velez y me dijo: ‘Te voy a dejar solo cinco pelotas y cierro la utilería, porque cada vez que se va una a la tribuna, se las roban’. Yo nunca fui de darle demasiada bola al reglamento, donde estaba especificado que tenían que ser ocho. Tuvimos la mala suerte que, a los 40 minutos, ya habían caído las cinco en las populares y cuando miré a asistente deportivo, me hizo el gesto que efectivamente, no tenía más. Ruggeri se me acercó para seguir jugando porque se iban a enfriar y le contesté: ‘Sos un fenómeno. Si no hay pelotas, con que querés jugar’ (risas). De pronto, de la tribuna de San Lorenzo, mandaron una, pero abierta por un cuchillo y ahí me calenté y suspendí el partido. En cuanto entré al vestuario, empezaron a devolverlas y el jefe del operativo policial vino a convencerme para seguir, diciéndome que tenía 40.000 espectadores a lo que contesté: ‘Es un problema suyo. Además, si no puede controlar a cinco estúpidos que se las robaron, tiene que dejar la profesión’ (risas). Se juntaron todos los dirigentes y de pronto uno me avisó que estaba Grondona en el teléfono, que fue clarito: ‘Escuchame Bava, si no volvés, te echo’. Le respondí que no hacía falta, me iba solo. Me fui para mi casa y en las radios me daban con todo. Mi esposa trabajaba en la compañía de Plácido Domingo, con quien somos compadres. Ese día ella estaba con una soprano que había venido para actuar en el Colón y yo tenía que llevarla. Fuimos para el hotel a buscar a esta cantante y en la habitación sonó el teléfono. Era Plácido desde España que quería hablar conmigo: ‘¿Qué pasa Juanillo que en Argentina no hay pelotas?’ (risas)”.

También tuvo una vinculación con altos y bajos con Diego Armando Maradona: “Era como una relación de amor – odio permanente. Lo dirigí muy joven, en su primera época en Boca y luego, en su etapa de entrenador, lo expulsé dos veces: una en Mandiyú y la otra en Racing, que fue increíble. Él no había estado en toda la semana con el plantel y apareció el domingo para dirigir. Me gritaba de todo: ‘Cobrá una para nosotros’ era lo mínimo, pero yo le hacía el gesto para que se callara y bastante lo aguanté, hasta que vi cuando le tiró agua al juez de línea, que me levantó la bandera y no tuve más opción que rajarlo (risas). Durante el Mundial de Italia profundizamos el trato y me quedó grabado cuando me comentó que le tenían que abrir las jugueterías a las tres de la mañana para llevar a las hijas, porque en otro momento le era imposible por la gente. En 2001 tuve el gusto que me llamase para que fuera uno de los árbitros de su partido homenaje. Otra historia increíble fue en la Copa del Mundo del ‘90, cuando viajé para ver el torneo y Julio Grondona me consiguió un lugar para estar. El día del partido con Brasil, temprano a la mañana, me pidió que lo acompañara a la concentración en Trigoria y allí presencié cuando le dijo a Bilardo: ‘Yo sé que Diego no vino a dormir. Si lo ponés y perdemos, te mando en cana’, a lo que Carlos respondió: Va a jugar’. Con el tobillo destrozado, hizo esa jugada maravillosa que terminó en el gol de Caniggia, en un partido que debimos perder 30 a 1 (risas)”.

Las anécdotas que siguen brotando, mientras detrás de los grandes ventanales se dibuja este invierno tan pleno, con un hogar a leña crepitante para empatar el frío que se adivina más allá de los cristales. Los recuerdo ahora se detienen en 1992, en aquel torneo apertura que significó el fin del maleficio de Boca, tras 11 años sin títulos locales: “A pocas fechas del final estaba puntero e invicto y recibió a Independiente, que iba ganando 1 a 0, cuando cobré un penal, que en realidad fue un penalcito, porque apenas le pegó en la mano a la Vieja Reinoso y nadie lo había visto en toda la cancha. Islas vino corriendo desde el arco desperado: ‘¿Cobraste penal?’ y le respondí: ‘Sí, una macana, pero ya lo cobré (risas). Me acerqué a José Luis Villarreal, que era el encargo de patearlo: ‘Villita, tiralo afuera por favor’. Me miró serio: ‘¡Qué lo voy a tirar afuera! Lo meto con pelota y todo’. Tomó carrera y la mandó a la segunda bandeja, entonces Islas volvió a venir corriendo: ‘Nos salvamos, Juan’ (risas).

En tantos años de recorrido con el arbitraje, Juan Bava tuvo la oportunidad de estar al frente de todos los clásicos del fútbol argentino, donde también le fueron quedando las más variadas vivencias: “Tuve la suerte de poder dirigir muchos clásicos, algunos bastante picantes. El más complicado era el de Tucumán, porque una vez se agarraron las dos hinchadas y fue muy complicado todo lo que pasó ahí. También se puso feo un par de veces el de Rosario por los incidentes. Con el de La Plata me ocurrió una situación muy particular, porque era el primero luego del ascenso de Gimnasia, en septiembre del ‘85. Tiraron el alambrado y el campo de juego, a los costados, se llenó gente, pero decidí jugarlo igual, pese a que el comisario a cargo del operativo me dijo que en esas condiciones era imposible, le di para adelante igual”.

Por más que esté dentro de la cancha para decretar la justicia, dentro del árbitro sigue latiendo la pasión y el amor por el fútbol, que le permite degustar a los cracks desde cerca: “De los jugadores que dirigí, el que más me impactó, obviamente, fue Maradona, pero también el Beto Alonso, Ricardo Bochini y el Bichi Borghi, que era un fenómeno, alguien distinto”.

La calidez de la charla se extendió hasta el momento del saludo final. El agradecimiento fue, no solo por abrirnos las puertas de su hogar, sino de un cofre de anécdotas increíbles y bien pasionales, como les gustan a todos los futboleros.

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