7 de agosto de 2024
Domenico Modugno y “Volare”: la canción que nadie quiso interpretar y por qué su hijo obligó a exhumar su cuerpo
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Abría los brazos y contaba “Volare, oh oh”. Era la marca registrada del actor que cantaba, un italiano que a los treinta años interpretó por primera vez la canción que se volvió un himno de la italianidad en el mundo. La vida de Domenico Modugno, la leyenda detrás del mítico tema y la historia de Fabio, el hombre que se convirtió en su cuarto heredero
Cuando destaparon la tumba de Domenico Modugno para extraer tejido genético habían pasado veinte años de su fallecimiento. Habían pasado más de doscientas treinta canciones, sesenta millones de discos vendidos, cuarenta películas, trece espectáculos de teatro, innumerables programas de televisión, cuatro premios del Festival de Sanremo, los dos primeros Grammy de la historia. Había pasado a la memoria el hombre que mejor exportó la italianidad. Había pasado el single más vendido en la historia de Italia, la canción italiana por antonomasia, el emblema del sello Made in Italy, la quintaesencia del espíritu italiano. Todo condensado en cuatro estrofas y un estribillo. Se llama Nel blu dipinto di blu, la conocen como Volare, y a él, a quien la eternizó, como Mr. Volare.
Domenico murió sin saber que el hijo que Maurizia Cali parió el 10 de agosto de 1962 no era del ingeniero Romano Camilli, sino suyo; que Fabio, el amigo íntimo de su hijo Marcello, era suyo. Él ya era, por aquellos años, un símbolo de la canción melódica. Trabajaba, hacia 1961, en el teatro Sixtina de Roma en la producción de la comedia musical de Garinei y Giovannini Rinaldo in campo donde interpretaba al personaje de Rinaldo Dragonera. Las largas sesiones de ensayo y los tiempos vacíos tras bambalinas propiciaron el contexto. En el artista y en la coreógrafa y escenógrafa de la obra brotó una relación clandestina y paralela a sus vínculos formales: él con Franca Gandolfi, quienes se conocieron en 1950 en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma; ella con Romano Camilli, el encargado de las relaciones públicas del teatro.
La verdad emergió por peso propio. Era una mañana de calor en septiembre de 1987. Estaba en el Hospital Militar de Roma, a tres días de culminar el servicio militar obligatorio. Recibió un mensaje de Silvia. Le resultó extraño que una ex novia se contactara con él: ella lo había dejado, él lo había asumido y el contenido residual de ese vínculo era estable. Lo más inverosímil era que la llamada invocaba carácter urgente. La charla comenzó con desvaríos.
Silvia: -Tengo que decirte algo pero prefiero decírtelo en persona cuando tengas un momento tranquilo.S: -No... no, nada de eso, no es tan grave... o sea, sí lo es.
F: -¡Silvia!F: -Silvietta, te agradezco que me lo digas pero no hacía falta, no hay problemas y hasta me gusta Marcello para vos.
S: -No, Fabio, no se trata de eso... sé que no te importa con quién me acueste. El hecho es otro. La otra noche pasó algo.Hasta ahí el diálogo presume de literalidad. Lo que pasó después ya es difuso. Son las revelaciones que el propio Fabio escribió en el libro Fratellastri: come ho scoperto di essere il figlio di Domenico Modugno, lanzado en 2021 y donde desenreda un nudo de miserias e hipocresías en el seno de una familia disfuncional y una era de catolicismo intolerante y enjuiciador: que la voz de Italia en el mundo tenga una relación clandestina hubiese significado un sismo en el espíritu nacional. “Espero que no me odies para siempre por habértelo dicho. Marcello me odiará seguro, me hizo jurar y perjurar que no se lo dijera a nadie, y menos a vos. No pienso decírselo a nadie más, pero somos demasiado amigos y no decírtelo me pesaba demasiado en la conciencia. ¿Me equivoqué?”, le preguntó ella después. Él le agradeció y la tranquilizó. “Al principio parecía una broma -reparó-. Entonces pensando en toda una serie de recuerdos, entendí algo. Me di cuenta de que el odio que mi padre me tenía era por lo menos una sospecha... No tuve una infancia demasiado feliz desde el punto de vista emocional. Encontré la fuerza para seguir adelante y los espacios afectivos más allá de la familia. Confié en mis amigos y descubrí que todos sabían esto, porque al final son los secretos de Pulcinella. A mi madre le escribí una carta y luego nos enfrentamos. Fue difícil arrinconarla, el informe me lo confirmó, ella no sabía si realmente yo era hijo de Modugno”.
No buscó una reparación paterna inmediata. Conservó el rumor y la conjetura. Asimiló la sensación de ser hijo de un secreto durante años. Tal vez no deseaba enfrentar a sus padres, el biológico y el adoptivo, en la curva final de sus vidas: enfermos y disminuidos murieron con meses de diferencia en 1994 ignorando la verdad que sospechaba su madre y escondía su material genético. Se había convertido en un actor consagrado del cine, el teatro y la televisión, como lo había sido Domenico. La cordialidad con la familia Modugno se rompió cuando la historia salió a la luz. Se convirtió en el enemigo de sus nuevos familiares, concentró la acusación de mitómano y estafador. “Tuve que hacer una batalla para poder afirmar que era mi padre. Fue un viaje cansador y extenuante -dijo-. El proceso de reconocimiento de paternidad se transformó para mí en una carrera de obstáculos de dieciocho años. Creo que es un récord. De todos modos lo logré, se terminó”.Quería ser actor. En el Club de Artistas de Via Margutta de Roma actuaba a cambio de comida. Su tío Peppino Modugno, administrador del diario capitalino Il Tempo, le consiguió una audición en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Logró una beca, se graduó, se enamoró, consagró amistades. Se estrenó como actor en el cine y en el teatro, y como cantante en la radio. Era un artista joven y promisorio. El cantante fue ganándole espacio al actor. Firmó contrato con un sello discográfico para darle rienda a su trayectoria como cantautor.
En 1956 debutó en el Festival de la Canción de San Remo con el tema Musetto y suerte dispar. Lo que pasó en el verano del año siguiente cambió su historia para siempre. Franco Migliacci, amigo de Domenico, despertó borracho en una habitación. En las paredes colgaban cuadros de Marc Chagall: Le peintre er son modèle y Le Coq Rouge dans la nuit. En uno hay un joven volando y un gallo rojo; en el otro, el rostro de un hombre medio pintada de azul. “Los primeros versos me vinieron enseguida: me pinté de azul a juego con el cielo”, dirá después.Más allá de las leyendas de sus orígenes diversos, Domenico siempre había estimulado a su amigo Migliacci para que se convirtiera en letrista. Cuando compartieron los versos, lo felicitó por haber concebido su primera canción. Tardaron meses en refinar la melodía y en reparar la letra. Concibieron una música y un relato poco convencional para la época. La portada de la partitura, diseñada por el ilustrador e historietista italiano Guido Crepax, era igual de rupturista. Debían hallar a alguien que la cantara dado a que la norma tácita de la velada establecía que el intérprete no debía ser el autor de la melodía o la letra. Pero nadie visualizó el éxito: no encontraron a quien estuviese dispuesto a cantarla. Solicitaron una excepción a la comisión, aprobada con noventa y nueve de los cien votos, para que Domenico Modugno la entonara. La segunda voz, otra exigencia del festival, fue Johnny Dorelli.
“Firmé autógrafos hasta que se me acalambraron las manos. Tuve que sonreír hasta que se me encogió la cara”, dijo el autor. La melodía que enseñó Modugno la cantaron Frank Sinatra, David Bowie, Paul McCartney, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, los Gipsy Kings, la reversionaron, la actualizaron, la multiplicaron. Su fama fue internacional. Los poetas querían que él cantara sus versos. Penetró en el mercado estadounidense con la prepotencia de su hit. Protagonizó los shows televisivos. Volvió al cine. Se hizo grande. La salud lo castigó. El estrés lo abrumó. La adicción al tabaco lo hirió. Quedó sujeto a una movilidad parcial de su cuerpo. En silla de ruedas entró a la política. Fue diputado por el Partido Radical (PR) y concejal municipal de Agrigento, en Sicilia. Murió, a los sesenta y seis años, en el jardín de su casa, entre el verde y ante el mar que tanto amaba.