30 de mayo de 2024
A 40 años del último título de Ferro en Primera: el histórico 4-0 al River de las estrellas en las finales que enterraron el cartel de equipo “aburrido”
El conjunto dirigido por Carlos Griguol marcó una época y dio su segunda vuelta olímpica cuando iba de punto ante un Millonario repleto de nombres rutilantes. El detrás de escena de la conquista, en la palabra del Beto Márcico y Carlos Aimar: “Les tapamos la boca a todos”
¿Extraer jugadas de otros deportes para exprimirlas con la pelota número 5? El Tren lo llevó a otro nivel. En aquellas mesas eternas que se convirtieron en usina de ideas con León Najnudel y Julio Velasco, surgieron los entrenamientos conjuntos de los planteles de fútbol y básquet para aplicar las cortinas de baloncesto en las pelotas paradas.
¿La libertad a los futbolistas antes de los partidos, como en Europa, sin concentraciones? Era tal el respeto que inspiraba el ex Atlanta y el espíritu de mancomunión de aquellos hombres, que solo se juntaban en la previa a los compromisos para almorzar o merendar, y no había riesgo de fugas nocturnas o excesos. “Hay un entrenamiento que es invisible. Ferro lo tenía clarísimo. Y el Viejo te daba una libertad que no podías fallarle. Él se daba cuenta si alguno se escapaba de joda”, subraya Alberto José Márcico, la gema de aquella escuadra, el creativo junto a Adolfino Cañete. Todos sabían lo que debían hacer.
Eso incluía jugar bien. Con solidez, orden, compromiso, entrega, aprovechamiento de los recursos, pelota quieta, y también mucho fútbol. Por algo transitó más de un lustro peleando los campeonatos, con continuidad y una identidad marcada. Peleó hasta el final del Metro 81 contra el Boca de Diego Maradona. Y ese mismo año cayó en la definición del Nacional ante el River de Mario Alberto Kempes. Tocó el cielo en el Nacional 82, certamen que ganó invicto tras superar en la final a Quilmes. Y continuó dando batalla hasta repetir la vuelta olímpica en el 84. “Fue la revancha del 81″, azuza Márcico, fantasista de aquella formación, que luego se convirtió en ídolo de Boca, pero su mejor encuentro ante el Millonario (¿y de su carrera?) lo jugó vestido de verde en aquel cruce de ida en Núñez.
“Fue el partido que me catapultó a Europa -al año siguiente se mudó al Toulouse de Francia-. Todos los medios me pusieron un 10 de puntaje. Me acuerdo que vino la revista Onze Mondial -mítica publicación internacional de la época- para hacerme una nota en la cancha, en Caballito”, evoca el Beto en diálogo con Infobae.
Aquel segundo baño de gloria llegó a pesar de que el plantel que venía haciendo historia había sufrido bajas de fuste, de las irreemplazables, como Cacho Saccardi, el Burro Rocchia y Miguel Ángel Juárez, entre otros. Y Griguol no había contado en la pretemporada con figuras de la talla de Héctor Cúper, Oscar Garré, Carlos Arregui y el citado Márcico, afectados a la selección argentina ya orientada por Bilardo, que disputó un certamen en la India.
Fue ahí que el brillante enganche, que saltó al fútbol profesional casi sin Inferiores (reclutado a los 19 años tras recibirse en la universidad del potrero), sumó elementos para entender que en el vestuario verdolaga se cocinaba algo especial. “En la Selección los compañeros nos decían ‘cómo corren, muchachos. Ustedes terminan el partido y siguen corriendo”, cuenta quien fue el máximo anotador del equipo con cinco gritos (lo siguieron Adolfino Cañete con cuatro, y el Gallego González y Hugo Mario Noremberg con tres).
El sistema aceitado del Viejo Timoteo, además, había encontrado la manera de reemplazar las bajas sin gastar, con los productos preparados en la fábrica que trabajó a imagen y semejanza de la Primera. “De las Inferiores iban saliendo jugadores acostumbrados a lo que nosotros queríamos. En la Tercera utilizábamos el mismo sistema. Manejábamos de Sexta División a Primera. Hacíamos los mismos trabajos tácticos, y con los mismos profes, Luis Bonini y Enrique Polola. Vivíamos adentro del club. Veníamos de la pretemporada con el plantel y me volvía a ir a Córdoba con la Cuarta y la Quinta, para que los chicos estuvieran acostumbrados a lo mismo”, describe Carlos Aimar.
“El que entraba, sabía lo que tenía que hacer. Era una de las mayores cualidades del equipo”, puntualizó Palito Brandoni en el libro del centenario de Ferro. Claro que, para que ese círculo virtuoso llegara a su clímax, el camino incluyó sufrimiento. Todo el imperio pudo haber no sido. Uno de los ciclos más virtuosos del fútbol argentino por los valores implícitos y la nobleza de sus recursos, casi artesanales, estuvo a punto de derrumbarse en su nacimiento. El punto de inflexión fue el 3 de abril de 1980, en la génesis. Porque, en el marco de una racha adversa, por la fecha 11 del torneo Metropolitano, Ferro perdía 4-1 contra Racing en su hogar. Y el descenso sobrevolaba como una sombra desesperanzadora.
“Si perdíamos quedábamos en la cuerda floja. No era un desarrollo para ese resultado”, confesó Aimar en el libro “El último guerrero romántico”, la biografía de Cacho Saccardi. Pero la historia ya tenía sus páginas escritas en verde flúo. A los 9 minutos del segundo tiempo, Saccardi puso el 2-4. Julio Apariente, Rubén Rojas, José Rodrigues Neto y Claudio Crocco dieron vuelta un resultado imposible, un 5-4 que terminó empujando al corazón del volcán al plantel acadmémico que era dirigido por el Toto Lorenzo, quien en el vestuario incendió a sus dirigidos ante los micrófonos.
“Nos asombró la reacción. No bajamos los brazos. Fue el momento en el que Ferro empezó a ser Ferro”, rubricó el CAI en la misma publicación, con una frase cargada de mística. “Los dirigentes tuvieron la gran virtud de bancar el proyecto. el club subía y bajaba, o peleaba por la permanencia, pero a partir de ahí empezamos a ver lo que quería Griguol”, sumó su voz el Mago Garré.
Otro salto en el tiempo. Ferro ya era ese Ferro incómodo, la piedra en el zapato de los poderosos. “Entre el 82 y el 85, los campeonatos los peleamos Estudiantes, Argentinos, Independiente y nosotros”, ofrece Márcico el panorama de época. “Teníamos un plantel de puta madre, con un funcionamiento de memoria. Teníamos buenos jugadores, que además eran obedientes, pero como tenían la camiseta de Ferro no les daban bola. No convenía hablar de Ferro porque no vendía. Les cagamos el negocio a todos”, aguijonea a la distancia Aimar, luego ex DT de Boca, San Lorenzo y Lanús.
Aquellas finales del 84 terminaron funcionando como la obra cumbre, aunque el recorrido hasta allí fue más trabajoso. En la fase de grupos -el formato era similar a la actual Copa de la Liga, pero con más zonas- , chocó ante Altos Hornos Zapla, Platense e Instituto, y se llevó tres victorias y tres empates. Ya en la etapa de eliminación directa, venció 1-0 a Huracán como local, pero tropezó por el mismo resultado en Parque Patricios (única caída en el certamen), por lo que el pasaje se resolvió por penales: 7-6 para Oeste. A Independiente en cuartos de final lo superó en el tiempo suplementario con gol de Carlitos Arregui. Y en semifinales dio cuenta de Talleres de Córdoba (1-0 y 1-1).
A cada paso, volvieron a surgir voces críticas, incluso por parte de colegas. “Si yo fuera espectador, no iría a ver a Ferro”, dijo Ricardo Bochini. “Es mecanizado, no me gusta”, opinó el Tata Martino. “Es complicado, pero aburrido”, minimizó Daniel Valencia. Tal vez no advirtieron que la mayor “venganza” futbolística ya estaba en marcha.
Y la víctima testigo resultó River. Nery Pumpido; Eduardo Saporiti, Alfredo De los Santos, Jorge Borelli, Jorge Alberto García; Enzo Francescoli, Américo Gallego (Daniel Teglia), Norberto Alonso, Roque Alfaro; Alberto Bica (Carlos Tapia), Enrique Villalba fue la alineación presentada por el DT Luis Cubilla en el duelo de ida disputado el 24 de mayo en Núñez.
Eduardo Basigalup; Oscar Agonil, Héctor Cúper, Víctor Marchesini, Oscar Garré; Carlos Alberto Arregui, Jorge Brandoni, Adolfino Cañete; Hugo Noremberg (Daniel Fernández), Alberto Márcico y Roberto Gargini (José Fantaguzzi) fueron los elegidos por Griguol, que a los 35 minutos ya estaban 3-0 por las conquistas de Cañete, Noremberg y Márcico de penal.
“Sabíamos que podíamos, por la respuesta de los jugadores. Les jugamos de igual a igual, los fuimos a presionar. River no pensó que iba a pasar eso, pensó que nos íbamos a meter todo atrás. Y nosotros salimos bien caraduras”, evoca el CAI Aimar con Infobae.
A eso hay que añadirle la lectura del cuerpo técnico de Griguol al que criticaban (hoy parece casi un absurdo) por su utilización de los videos en el análisis del rival de turno. No obstante, resultó vital en la paliza. Uno de los tips que les ofreció a sus futbolistas fue que el Millonario marcaba tirando el offside. Pues bien, así llegó el 2-0, con el pase excelso del Beto para Noremberg, quien partió habilitado con lo justo para gambetear al arquero e inyectar más sorpresa a la parcialidad local... Pero no a la visitante.
“Lo de Ferro fue perfecto. Fue fútbol para ver, vibrar y disfrutar”, publicó El Gráfico, lo que permite dimensionar que el status de baile que acompañó aquella gesta no estuvo exagerado. “No es que eramos rencorosos, pero estaban los que defendían a Menotti y los que defendían a Bilardo. Y a nosotros nos pusieron de ese lado. Tan dividido estaba todo que no se podía decir nada a favor de uno o del otro. No tenían argumentos, no sabían cómo voltearnos. Imaginate que no queríamos ni comprar el diario. Salíamos jugando, teníamos triangulaciones... Y sólo decían que nos defendíamos, que jugábamos de contra. Les tapamos la boca con eso”, martilla Aimar.
“Te diría que Ferro era más parecido a lo que proponía Menotti, porque le gustaba el buen trato de pelota. La manera de defenderse era agrupándonos bien atrás, pero al equipo le gustaba llegar con mucha gente arriba, que subieran los volantes, el lateral; pero siempre siendo equilibrados. Ser ordenados implicaba que, si perdía la pelota, me tenía que poner al lado de Brandoni, el 5, para recuperarla. El orden era la prioridad de Timoteo”, suma Márcico.
La revancha del 30 de mayo se resolvió con el cabezazo de Cañete. “Casi no nos llegaron. Lo definimos en Caballito con ese 1-0 y la fiesta se terminó antes, cuando los hinchas se dieron que no podían revertir la serie”, aporta Alberto José.
Los mejores días verdolagas estuvieron vinculados al apellido Griguol También para el grueso de los deportistas que estuvo bajo su paraguas. “Era un maestro. Timoteo no sólo te enseñaba a jugar, a ponerte físicamente bien, a trabajar en lo táctico; te educaba como persona. Hacía entender a los jugadores que tenían que jugar y ayudar a su familia. Lo primero que hacían era comprarse un auto más largo que una cuadra. Y él decía ‘no, hay que ayudar a la familia. Y, después, guardar el dinero, cómprense un terreno o departamento, piensen en el día después del retiro’”, lo recuerda Aimar, y remarca que allí reside su legado en cada uno de los futbolistas que pasaron por sus manos y hoy se encargan de formar las promesas del futuro.
“Te educaba para que fueras buena persona. Hablaba poco, no le gustaba repetir mucho las cosas, las decía dos o tres veces. Te ayudaba, pero vos tenías que hacer tu parte”, incorpora el Beto sobre el DT cordobés, que siguió en el club hasta 1987, cuando partió a una breve experiencia en River, y luego regresó en el 88, para marcharse definitivamente en el 93. Con él en el banco, aún con altos y bajos, Oeste siempre fue competitivo, se nutrió de la cantera y no necesitó de grandes erogaciones para armar sus planteles. Su mayor capital residía en la estructura montada por Timoteo, que nunca dejó de habitar la platea techada del recinto de Caballito y hoy tiene su estatua en la sede del club.
En el estadio Ricardo Echeverri, aquel 30 de mayo de 1984, seguramente nadie pensó en medio del éxtasis que no volvería a dar una vuelta olímpica. Y que la crisiso empujaría a la institución a la quiebra, a bajar dos categorías seguidas, y a ausentarse por un largo tiempo de la élite del fútbol argentino.
“No puedo creer que Ferro lleve 24 años sin jugar en Primera. Con todos los equipos que subieron, que no haya jugado ni una final para ascender, me llama la atención. Tiene un estadio tan bien ubicado, institucionalmente ha crecido muchísimo, pero no pudo subir”, se lamenta el Beto. Mientras, en Caballito, de tanto en tanto, de las gargantas en las tribunas resuge aquel grito de guerra, casi una declaración de principios: “Dicen que somos un equipo aburrido, que especulamos que jugamos para atras...”.