Miércoles 18 de Junio de 2025

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18 de junio de 2025

Una nueva lesión de Maradona y la angustiante clasificación a octavos de Italia 90: el recuerdo de un duro cruce con Rumania

Tercer capítulo de una serie de artículos al cumplirse 35 años de aquella Copa del Mundo. Calculadora en mano y con Diego muy disminuido desde lo físico, la Selección logró pasar de fase

>Cálculos. Sumas, restas, goles a favor y en contra. Los oídos en la otra cancha. Ver cómo se van ubicando las posiciones en las diferentes zonas. Argentina terminó su participación en la fase de grupos en ese estado: más pendiente de los demás que de lo propio. Y tenía lógica, porque cerró esa etapa inicial con una imagen desdibujada, opaca, cada vez más lejana de los resplandores de México ’86. Logró la clasificación de forma angustiante. Como uno de los mejores terceros…

El escenario fue nuevamente el estadio San Paolo de Nápoles, que volvió a teñirse de celeste y blanco. Bilardo no realizó ninguna modificación, renovando la confianza de aquellos que habían dado la talla ante los soviéticos, con la lógica salvedad de Goycochea por el fracturado Pumpido. No iba a ser un cotejo fácil. Rumania llegó a la Copa del Mundo con buenos antecedentes y una interesante camada de jugadores. Estuvo cerca de imponerse frente a Camerún. Se había puesto en ventaja, pero una ráfaga del inoxidable Roger Milla, autor de dos goles, lo dejó sin nada.

El Narigón recordó cómo fue la previa de aquella noche napolitana: “Nos jugábamos una nueva final. Un empate podía valer tanto como una victoria, porque ambos resultados nos aseguraban el pase a la siguiente fase. Lo encaramos con toda sensatez y nunca especulamos con lo que podía ocurrir entre Unión Soviética y Camerún. El partido lo teníamos que decidir nosotros y no depender de los otros. Sin embargo, no había que descuidarse, porque una derrota nos mandaba a casa sin escalas”.

Los problemas físicos continuaban en el plantel. Ruggeri iba a permanecer afuera por la pubalgia que lo perseguía, sin dejarlo actuar ni a un cincuenta por ciento. Burruchaga estaba lejos de su mejor nivel, pero lo más preocupante, sin dudas, era el caso Maradona, que así lo evocaba: “En el último entrenamiento antes del partido con Rumania me golpeé feo en la rodilla izquierda. Cuando aparecí otra vez por Nápoles, era otro tipo. Me quedó una imagen grabada: estar sentado en un sillón del hotel que era nuestro lugar de concentración, abrazando a Claudia con una mano y a mi rodilla con la otra, apretando una bolsa de hielo. Me reía, sí, pero por no llorar. Más que un Mundial, aquello parecía una carrera de obstáculos. Que jugáramos bien con ese panorama, era pedirnos demasiado”. El médico del plantel, Raúl Madero, le dijo que, de esa manera, no podía actuar. Como respuesta recibió: “Soy el capitán y tengo que estar”. Su contestación fue que lo hiciera bajo su propia responsabilidad.

Por como venían desarrollándose las otras zonas, era muy probable que el tercero de la de Argentina estuviese en los octavos de final, ya que pasaban los cuatro mejores en seis grupos. El cuadro de Bilardo salió al campo de juego de un San Paolo siempre en ebullición con una novedad en la indumentaria. No solo regresaron las tres tiras a los pantalones, sino que éstos eran de color blanco, que nuestra selección no utilizaba en Copas del Mundo desde el triunfo frente a Polonia en Rosario, la noche de la resurrección futbolera de Kempes, en 1978.

Los primeros minutos fueron una agradable continuidad de lo ocurrido en ese mismo campo de juego frente la Unión Soviética. Un equipo bien plantado, ganando en la mitad de la cancha y con la explosión de Claudio Caniggia en la delantera. Y fue justamente él quien tuvo en sus pies la posibilidad de abrir el marcador tras una pared con Diego, que lo dejó en excelente posición, pero su disparo salió al lado del palo.

Pese a su estado deteriorado por los golpes, Maradona seguía siendo el eje de cada ataque, pero no podía cambiar el ritmo y acelerar en los metros finales, que era una de sus tantas virtudes. En los primeros minutos recibió dos fuertes infracciones de parte de Lacatus y Hagi, ambos amonestados, que minaron aún más su respuesta en el plano físico. Sin dudas que lo sintió, porque su influencia comenzó a mermar. Además, estaba con la barba crecida, símbolo inequívoco, para los “maradonólogos” que algo no estaba bien o lo preocupaba.

Con el empate en cero se fueron a los vestuarios mientras en Bari, Unión Soviética le ganaba a Camerún por 2-0, poniendo algo más de incertidumbre en el grupo, porque de mantenerse ese resultado y de haber un perdedor entre Argentina y Rumania, éste podía ser alcanzado o superado por la URSS, desplazándolo del tercer puesto y dejándolo fuera de competencia.

También para Maradona ese entretiempo quedó en el recuerdo: “Caminamos al vestuario como derrotados. No podíamos romper la defensa rival. Ahí, en ese lugar que tanto conocía, las entrañas del San Paolo, escuché cuando el doctor Madero le decía a Bilardo que lo mejor era sacarme, porque además de lo de la rodilla, me habían pegado un patadón tremendo en el tobillo izquierdo, que se me estaba empezando a hinchar. Salté como si no me doliera absolutamente nada: ‘Ni muerto salgo de la cancha. Yo sigo. Yo sigo’”.

Apenas pasado el cuarto de hora, Diego peleó una pelota que parecía perdida sobre la derecha del ataque argentino y terminó consiguiendo un córner. Lo ejecutó con enorme perfección. La pelota describió la parábola en el aire, para encontrarse con la cabeza de Pedro Damián Monzón en el borde del área chica, donde le ganó en el salto a su marcador y la colocó junto al poste derecho del arquero Lung. Quedará por siempre el recuerdo de la imagen de Maradona, que, tras abrazarse con Caniggia, se puso de rodillas, con las manos entrelazadas, mirando al cielo agradeciendo en una bella plegaria futbolera.

En ese momento, Unión Soviética ya goleaba sin atenuantes por 4-0 a Camerún. Con esos resultados, volvía la calculadora con sumas y restas. Argentina quedaba en el primer lugar (superando a los africanos por diferencia de gol) y retenía la localía en Nápoles a la espera de alguno de los mejores terceros. Parecía que los planetas se volvían a alinear. Fue tan solo un espejismo de apenas cinco minutos.

Quedaban 25 minutos por delante. Otra vez la calculadora. Camerún, primero, pese a perder 4-0. Nosotros igualados en todo con los rumanos, menos en goles a favor, donde nos sacaban esa pequeña luz de ventaja que los dejaba en el segundo puesto. Había que cuidar la pelota, porque un descuido podía ser la derrota que dejara al campeón del mundo fuera de combate en la fase inicial.

En ese lapso final, dos jugadores vieron la tarjeta amarilla: Sergio Batista y José Serrizuela, que llegó a la segunda y se perdería el cruce de octavos de final. El partido culminó con el empate en un tanto, que dejó a la selección en el tercer lugar. Había que seguir el cuadro, bastante complejo, por cierto, para saber cual sería el rival en la siguiente fase, al quedar como uno de los mejores terceros. De las diez posibles combinaciones, en nueve el rival era Brasil, mientras que, en la restante, podía ser Alemania. Estos equipos aún debían su partido de la última fecha.

El balance de la fase de grupos fue negativo. La derrota con Camerún condicionó todo lo que llegó después. Asomó una luz de esperanza ante Unión Soviética, que pronto se apagó en la floja performance frente a Rumania. Con todas las zonas terminadas, quedó confirmado el cruce en octavos de final con Brasil, que terminó con puntaje perfecto. Se daba el clásico sudamericano bien temprano. Como pocas veces, en el largo y rico historial, había tantas diferencias de rendimiento entre uno y otro. Era muy difícil no caer en el pesimismo. Quizás para alentar a su tropa, el doctor Bilardo le dijo a un puñado de periodistas una frase premonitoria: “Algo voy a inventar. No sé qué, pero algo será. Este partido con los brasileños tenemos que ganarlo. Ya van a ver” …

Fecha: 24 de junio

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