22 de julio de 2024
El heredero del Zorro: los recuerdos del actor Fernando Lúpiz de sus participaciones en los Juegos Olímpicos y su relación con Guy Williams
A los 18 años, pudo llegar a Munich ‘72 para representar a la Argentina en la categoría florete, y luego repitió en Montreal 76. Cómo conoció al actor de la serie de aventuras y las 750 actuaciones que hicieron a lo largo del país. Qué heredó de su amigo
Desde chico ya se había desmarcado como uno de los mejores juveniles, con gran capacidad, que causaba asombro y admiración, en cada cruce en la legendaria sede de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires de la calle Bartolomé Mitre. Con el amanecer de los años ‘70, asomaba la posibilidad de estar en Munich ‘72: “La clasificación para los Juegos Olímpicos hace 50 años eran mucho más simple que ahora, porque la obtenías por país y no por región, como ocurre en la actualidad, en una medida que se tomó para achicar costos. Éramos varios en un muy buen nivel, pero con solo 18 años lo conseguí y fue extraordinario, porque la competencia era muy fuerte, solo había lugar para dos y yo me destacaba en la especialidad de florete. Llegamos con dos semanas de anticipación, para poder entrenarnos y adaptarnos. Lo recuerdo como una fiesta, desde el mismo momento en que nos dieron la indumentaria y toda la delegación argentina estaba vestida de la misma manera, algo que no solía suceder. La sensación de ser olímpico es fresca, única, y se emparenta con los valores históricos del deporte”.
Ha transcurrido medio siglo y los cambios fueron inmensos, en todas las direcciones, pero sobre todo en el tema de las comunicaciones, que no era nada fácil en aquellos tiempos: “En Múnich teníamos unas cabinas donde había unos grabadores. Como promoción, nos regalaban los cassettes de audios, que colocábamos allí, para registrar nuestras voces, contando lo que cada uno quería. Eso se llevaba al correo, se enviaba a la dirección que indicábamos y llegaba perfectamente, como máximo a los dos días. En uno de esos mandé el relato de una las cosas más increíbles que vi en toda mi vida que fue una mujer con bigotes, pero con mostachos impresionantes (risas). Era una de las cuidadoras de los atletas de una delegación, creo que Bulgaria, pero realmente no lo recuerdo con exactitud, pero sí que fue uno de los impactos más grandes que tuve”.
A su regreso de Múnich ‘72 se produjo un hecho que lo conmovió y le fue abriendo puertas quizás impensadas para ese chico soñador: “Estaba practicando en GEBA y me avisaron que tenía una llamada por teléfono. Me convocaban desde Canal 13 para trabajar junto a Guy Williams, que había llegado al país, con 4.000 personas esperándolo en Ezeiza, en medio de tremendo suceso de El Zorro. Allí fui y enseguida se dio una relación extraordinaria con él. Lo primero que hicimos juntos fue un sketch en Porcelandia, el programa de Jorge Porcel, donde teníamos que simular una pelea. A partir de ese momento, comencé a escribir esgrima escénica, que tiene que estar cronometrada y que los golpes sean bellos y exactos, gracias a sus consejos. De a poco, me fue enseñando los secretos y soy un eterno agradecido. En total, estuvimos 16 años trabajando juntos y no tengo dudas de que en mí encontró un amigo, que terminó siendo como un hijo, por todas las coincidencias que teníamos: actores, modelos, jinetes y esgrimistas. Llegamos a hacer 750 shows en todo el país y él me fue dejando sus cosas, como la espada, que jamás se rompió y la ropa, que es todo un símbolo”.
El éxito de la serie se potenció con esas presentaciones, donde el público acudía y llenaba cada una de las actuaciones. Eso no distrajo a Fernando, que siguió adelante también con la esgrima, con la idea de poder ser parte de los siguientes Juegos Olímpicos. Luchó, alcanzó el objetivo y dijo presente en Montreal ‘76: “Fue otra gran experiencia, a la que llegué más preparado, pero igual era muy alto el nivel. Quedé impactado por varias cosas y viví un momento particular. El comedor tenía unas dimensiones extraordinarias, con mesas que tenían capacidad para ocho personas. Estaba todo incluido y, por supuesto, no usás dinero y podés comer todas las veces que quieras, algo que también marca un desafío para cada uno, en el hecho de saber cuidarte. Buscabas tu comida e ibas con la bandeja buscando un lugar libre para poder sentarte. Así fue como encontré uno, me ubiqué entre varios chicos muy jóvenes, que enseguida detecté que eran de Rumania y allí estaba nada menos que Nadia Comaneci, que era la gran figura y ya había deslumbrado al mundo con su brillante performance, que la sigue consagrando como la mejor de la historia en su especialidad dentro de la gimnasia. Era muy humilde, simpática, comenzamos a charlar entre todos y me preguntaban cosas de nuestro país. En un momento, saltó un yudoca, que era inmenso (risas) y me dijo en un intento de castellano: ‘Yo, Mar del Plata, campeón del mundo’ (risas). Pero lo más importante es que uno se codeaba con los mejores de cada deporte y era inigualable”.Mientras llega el ansiado momento de los Juegos Olímpicos, ese placer que se da cada cuatro años, Fernando Lúpiz sigue con la pasión de la actuación. Cyrano de Bergerac parece una obra a su medida, donde tanto él como el Puma Goity se lucen cada noche en uno de los escenarios del mítico San Martín: “Gracias a Guy Williams que me enseñó tanto de esgrima escénica y me dio los secretos para que nadie salga lastimado y sea algo vistoso. Como en esta obra, también lo hice en muchas otras, instruyendo a los actores y es un gusto inmenso. El Puma es una revelación, porque tiene un texto inmenso y le ha sumado una enorme destreza con la espada, que jamás había empuñado. Yo disfruto mucho haciendo Cyrano, no solo con mi personaje que es muy lindo, sino por todo lo que se ha generado. Nunca vi un clásico tan bien hecho”.
La llama olímpica se encendió y nunca más se apagó. Sigue destellante, alumbrado al mundo del deporte, cada cuatro años, con una luz única. Con el mismo fuego siguen ardiendo la esgrima y la actuación, las dos pasiones en la vida de Fernando Lúpiz, ese hombre amable y divertido, con quien siempre será grato compartir una charla, en la mesa de cualquier bar, o en la imponencia del teatro San Martin.